Kagome vio al detective sentado
en un sillón cuando la entraron en la habitación en una silla de ruedas. El
celador la acercó a la cama, pero antes de poder cogerla en brazos, el
detective Kudo se había levantado y lo había despachado diciendo que él se
haría cargo de ella.
Kagome apoyó la cabeza en el
respaldo mientras el detective se hacía cargo del celador. Necesitaba
descansar… No solo su cuerpo y su mente, sino también el alma… y para eso tenía
que poner en orden sus pensamientos y seguir adelante con la decisión que había
tomado. Se había arriesgado y ya no podía dejarse llevar por la cobardía. Hojo
debía saber ya que ella seguía viva. Y de todas formas, aunque quisiera, ya no
podría dar marcha atrás. Iba a contarle todo al detective Seiya Kudo, y esperaba
que Dios la protegiera, o al menos la perdonara por haber permitido tanto mal
ajeno.
Seiya se cercioró de que los dos
policías estaban en el pasillo antes de cerrar la puerta. Se volvió y se fijó
en ella, se la veía extenuada, y no era de extrañar que lo estuviera.
Tenía la cabeza echada hacia
atrás, con la mirada dirigida más allá del techo. Pensaba… no sabía si en la
experiencia por la que había pasado y de la que acababa de salir, o en qué le
diría a él.
Sus ojos estaban cargados de
culpabilidad y sin embargo; sus gestos, sus expresiones, y la seguridad con la
que hablaba decían que era una víctima inocente en este juego en el que la
habían metido.
-
¿Quiere que la suba a la cama o prefiere seguir
sentada?
Kagome levantó la cabeza y lo
miró, sintiendo que le pesaban los párpados por el sueño. Durante el mes y
medio que había estado secuestrada no consiguió dormir más que unos minutos al
día, y ahora que su cuerpo asimilaba que estaba a salvo, reclamaba todas esas
noches que no había descansado.
Un mes y medio. Cuando el
detective se lo dijo en la ambulancia, la impresionó. Al principio se preguntó
“¿tanto?”, y después pensó que en realidad se había hecho tan largo como un
siglo.
-
No, si me tumbo no le aseguro que pueda
mantenerme despierta.
Seiya arrimó el sillón y se sentó
delante de ella. Lo miraba con esos ojos cansados y tristes, la comisura de sus
labios temblaba; estaba nerviosa. Y aún así, su cuerpo parecía en calma. O tal
vez estaba tan debilitado que no era capaz de expresar las emociones de su dueña.
Verla ahí sentada, con sus cabellos negros y enredados de tantos días
formándose nudos en ellos, y esa cara llena de suciedades y cercos blancos de
lágrimas pasadas, era como ver un cuadro que representara el sufrimiento, la
miseria y la tristeza unidas. Desde luego no se parecía en nada a la mujer que
salía en las portadas de las revistas de sociedad cada vez que acudía a un
evento benéfico acompañando a su marido. Ahora parecía más una indigente, con
los huesos marcados en cara y brazos y unas rodillas minúsculas sin apenas
carne que las rellenara. Hasta sus pies se veían grandes en comparación con la
delgadez de sus piernas. No era de extrañar que no se tuviera en pie. Esta
mujer estaba a un paso de morir de inanición.
-
No sé por dónde empezar, detective Kudo.
-
Llámeme Seiya – Ella alzo las cejas
graciosamente y en ese rostro demacrado hubo una mueca de diversión – Sí, ya
sé, mi madre decía que los nombres marcaban la personalidad de sus dueños. No
quería que me metiera en líos.
-
¿Y por eso es de la policía? – Ella rió con una
risa que no encajaba dentro de ese cuerpo escuálido.
-
No debería reírse, usted tampoco se libra, que
yo recuerde Kagome procede de un juego al que solíais jugar las niñas en los
recreos.
-
Sí – Kagome recordó con añoranza la canción y el
palmotear de manos contra manos. Cómo le gustaría volver a tener aquella edad y
vivir ajena a todo en su mundo de inocencia e ignorancia – De pequeña odiaba mi
nombre, no era un nombre común. Recuerdo solo a dos en mi colegio llamarse
igual que yo.
-
Pero desde que se casó con Hojo Akitoki hay
muchas más.
-
Sí – Al casarse con el soltero más codiciado del
país, las mujeres empezaron a admirarla y el nombre de Kagome abundó en las
oficinas del registro civil. Hubiese preferido mil veces el anonimato y la
soledad.
Lo que debió hacerla reír, hizo
lo contrario. Le había recordado a su marido, y no podía imaginar qué podía
hacerle un hombre como él para que no quisiera verlo después de un mes y medio
encerrada, atemorizada, y, a juzgar por cómo la encontraron, sufriendo Dios
sabe qué clase de acosos.
-
¿Por qué la tenían retenida si no pidieron
rescate?
-
Sí lo hicieron, pero a Hojo no le interesaba
pagarlo.
Seiya frunció el ceño
-
Explíquese.
-
No sabría cómo, porque hace tanto que… Hace
tanto que debía haber hablado que ya no sé por dónde empezar… No soy mejor que
él, detective, porque antepuse mi miedo a lo que estaba pasando.
-
La mejor forma de empezar es por el principio.
-
Sí… es cierto… - Miró hacia la mesita junto a la
cama, buscando un vaso, sentía la boca seca y le costaba articular las
palabras, aunque él no se diese cuenta, ella sí se notaba la lengua pastosa y
la pronunciación vaga. - ¿Podría darme un poco de agua, por favor? – Pidió.
Seiya le acercó el vaso que había
en la mesita del hospital y la observó dar sorbos pequeños.
Ella bajó el vaso al regazo y
fijó los ojos en el movimiento del agua.
-
Estuve prometida a Hojo desde que nací. Creo que
por una promesa que hizo su padre a mi abuelo, por un favor que le hizo de
joven. Fui educada para él desde que yo recuerde… - Levantó la mirada hacia el
rostro de Seiya, vista su expresión no pudo evitar sonreír – No ponga esa cara,
detective, aunque no lo crea, en esta época hay familias que aún siguen las
antiguas tradiciones.
-
Si, lo sé, es solo que yo no me he criado entre
esas familias. Por suerte para mí…
-
Al principio no fue tan malo. Conocí a Hojo a
los catorce. Era un joven de veinte años con muchas ilusiones, y me fascinó su
belleza y sus buenas intenciones con el mundo. Todo eran promesas fabulosas. Hablaba
con pena de las guerras; de lo absurdas que eran y de lo impotente que se
sentía sabiendo que heredaría en un futuro todo ese imperio que creó su padre y
que aún no tuviera potestad para poder ayudar a esa gente que moría de hambre y
por falta de medicamentos a consecuencia de esas guerras. – Kagome volvió a
sonreír, recordando su inocente enamoramiento. ¡Qué bonito y simple era todo
cuando aún no conocía a su marido!, y que triste y lamentable fue su vida
cuando realmente lo conoció.
La sonrisa se
borró de su rostro, y Seiya se percató del cambio
-
Me hizo varias visitas acompañado de su padre, y
en cada una me traía un detalle que ninguna mujer podría olvidar… Me casé con
él a los diecisiete años porque, tonta de mí, no quería esperar más. Estaba tan
enamorada de un sueño, que me volví ciega con él. Ya en la celebración noté que
su actitud estaba cambiando… - Kagome hizo una pausa para tomar otro sorbo.
Seiya se echó hacia atrás,
pensando que le contaría otro caso de malos tratos. La pobre esposa que no se
da cuenta de que se ha casado con un impotente que solo se excita con la
violencia, porque intimidándola se siente más hombre, aunque Hojo no daba el
perfil. Ningún tipo de buena posición lo hacía. Y sin embargo, era muy común en
las familias adineradas.
-
Mi noche de bodas no fue como yo esperaba. Me
miró, me tomó de manera tan fría que me sentí sucia cuando terminó, y luego me
dijo que tenía un cuerpo demasiado viejo para excitarlo. No comprendí sus
palabras, y durante los meses siguientes
seguí sin entenderlas. Él no volvió a tocarme, y en cierto modo lo agradecí, no
quería pasar otra vez por lo mismo. – Se calló incapaz de seguir hablando,
sentía el temblor en el mentón y el familiar dolor en los ojos.
Seiya vio las lágrimas asomándose
y le dio algo de tiempo para que se calmara y siguiera hablando. A veces el
silencio era el mejor modo de dar consuelo, y esta vez dio resultado, porque
ella consiguió tranquilizarse lo suficiente para continuar.
-
Llegué a creer que simplemente no le gustaba,
pero… - Se detuvo cuando sintió las lágrimas caer. El detective le ofreció un
pañuelo y ella lo aceptó – Gracias… Una noche me quedé leyendo más tarde de lo
habitual… Oí ruidos de pisadas descalzas en el pasillo y la curiosidad me pudo.
Me levanté a ver y… Dios mío… ¡Era un niño!, de no más de diez años, desnudo… y
con marcas por todo el cuerpo… Se abrazó a mí pidiendo que lo ayudara, y Hojo
vino a por él y se lo llevó a su habitación… - Se escondió tras el pañuelo para
poder llorar sin tener que ver el rostro de desprecio del detective, ¿Qué clase
de persona creería que era, ahora que sabía que había esperado tanto tiempo
para hablar de algo tan atroz?
Pero Seiya no la despreciaba por
contarle aquello. Ni la despreciaba ni la congratulaba, ni nada. Simplemente no
era capaz de reaccionar, porque no podía asimilar que Hojo Akitoki, el hombre
que se había volcado tanto por ayudar a los niños que carecían de medios, fuera
un pederasta.
Ella debía estar mintiendo, esto
era sencillamente increíble. Debía estar rencorosa por algo que su marido le
hizo y quería vengarse. Un hombre con su fama y tan venerado por todo el país
saldría muy perjudicado con una acusación como esa, perdería su estatus como
propietario de Industrias Akitoki, y aunque luego se que es una acusación
falsa, la compañía perdería unos cuantos cientos de millones de yenes.
-
Que Dios me perdone, pero mi única reacción fue
ir a una farmacia a comprar la píldora porque no quería por nada del mundo
quedar embarazada de un degenerado como él. No podía tener hijos con él cuando
sabía el peligro que supondría su padre… – Kagome se limpió las lágrimas y bajó
el pañuelo. Se atrevió a mirar a Seiya, y en contra de lo que creyó, él
simplemente estaba perturbado. – Debes odiarme por lo que te he contado. Pero
estaba tan asustada que no fui capaz de ir a la policía entonces.
No la odiaba, no podía porque su
cabeza estaba en que él tenía un hijo de nueve años y otro de siete, e
imaginaba a esas familias de niños desaparecidos, nerviosos, deshechos, sin
saber qué había sido de ellos; si estaban muertos, si habían sido apaleados o
esclavizados, pero ningún padre quería imaginarse a un hijo que pasara por eso.
Él mismo sentía las ganas de asesinar a estos tipos cuando pasaban por la
comisaría una vez detenidos. No, no podía tenerle odio porque podía entender
que estaba asustada, y el miedo casi siempre hacía cometer actos equivocados,
como hacer que el único testigo que pudiese pararlo se volviera ciego y sordo.
-
¿Y por qué ahora sí? – Preguntó de todos modos,
sin poder evitar que sonara como una represalia contra su silencio.
-
Porque no tengo la conciencia tranquila, porque
me he estado odiando cada día desde entonces, porque me doy asco de mí misma
por callar y permitir que siguiera con sus sucios vicios… porque… ¡porque no
puedo tener mi alma en paz si no hago algo al respecto! – Se tapó los ojos con
la mano y todo su cuerpo se sacudió con el llanto.
-
Si es cierto que no podía vivir con el silencio,
habría declarado mucho antes.
Kagome lo miró con los ojos
cubiertos de lágrimas, enrojecidos e hinchados. Comprendía su actitud, era
natural que la atacara de ese modo, ella también lo hubiera hecho se estuviese
en su lugar.
-
A la mañana siguiente quise hacerlo, me armé de
valor para ir a la primera comisaría y contar lo que vi. Pero ya no pude. Desde
entonces nunca estuve sola, uno de sus hombres me acompañaba a todas partes, y
no sé qué orden le pudo dar Hojo, pero estoy segura de que me hubiera matado de
haberme atrevido. – No sabía cómo hacerle entender por qué actuó así, sus
amonestaciones la hacían sentir más culpable de lo que ya se sentía. Haría
cualquier cosa por remediarlo, lo que fuera, desearía poder retroceder en el
tiempo y confesar lo que tantos años había sabido y guardado para sí, dejando
que la carcomiera a través de las voces mudas de la conciencia que le llegaba
en forma de remordimientos y pesadillas…
De pronto
sintió frió en todo el cuerpo. Miró hacia las ventanas, pero estaban cerradas.
El frío venía de ella, y por mucho que intentaba controlarlo, tiritaba por su
causa.
Seiya dudó en creerla, pero los
labios azules y el efecto de hipotermia de alguien que está al extremo de sus
límites, eran tan obvios que sabía que no estaba mintiendo. Lo había visto
muchas veces en las confesiones cuando se forzaba a revelar a alguien un delito
del que no era culpable. Pasaban por el miedo, el llanto, el agobio de sentirse
presionados y los efectos que sufría su cuerpo cuando su mente estaba a punto
de amoldarse a lo que los demás querían escuchar. Con tal de que los dejaran en
paz confesarían cualquier cosa aunque no fuese cierta.
Eso, y un lavado de cerebro no
tenían mucha diferencia. Decidió cambiar la dirección de las preguntas para que
ella recuperara el control de sí misma.
Recordaba verla poco antes de la
desaparición con un guardaespaldas que su marido le puso poco después del
matrimonio, ¿dónde estaba ese hombre cuando la secuestraron?
-
Muerto… - Contestó ella, como si le hubiese oído
– Los secuestradores lo mataron cuando me llevaron.
-
¿Por qué te secuestraron?
-
Iban a transportar un cargamento de armas, Hojo
las hizo en una de las fábricas, pero estaban defectuosas, y el intermediario
reclamaba el dinero del cliente que las compró. Me enteré de esto unas semanas
después por casualidad, ellos creían que estaba dormida y discutieron delante
de mí. No sabían qué hacer conmigo, pero el que era el jefe no quería que me
mataran todavía. Recuerdo que lo llamaban el Europeo
Seiya rió de pronto y se levantó
del sillón. El Europeo era uno de los mayores traficantes de armas, que la
historia del crimen había conocido, tras él había una cola muy larga de
cadáveres que había dejado a su paso. Se sentía mareado con la confesión.
-
Aún no me ha dicho qué relación hay entre lo que
me ha contado de su marido y que no quisiera pagar el dinero de las armas.
-
Piense un poco detective, yo sé algo que puede
perjudicarlo, y mucho. Y el Europeo le dio la oportunidad perfecta para
deshacerse de mí. Si me mataban, su secreto estaría a salvo, y su reputación de
buen hombre; su tapadera… seguiría intacta.
Él quería que muriera… era por
eso que dio a entender que lo había abandonado, y ahora que recordaba, dijo
algo de que tenía un amante, uno de sus hombres que velaba por su seguridad.
Los dos habían desaparecido, era por eso por lo que dieron por cerrado el caso.
Pensaron que solo se trataba de la vieja historia de amantes que escapaban para
estar juntos. Comprendía ahora, después de todo lo que le había contado, que se
sintiese más segura de poder hablar; la protección de la policía era su único
escudo contra Hojo, y también la única posibilidad, ya que después de saber que
su marido la prefería muerta, no podía volver a su casa.
Llevaba demasiado tiempo en
silencio, y ella lo miraba como si esperase su aceptación, ¿Qué podía decirle o
hacerle?, su confesión lo había dejado de piedra. Carraspeó y se dirigió a la
puerta.
-
¿Se marcha?
Seiya se fijó en sus ojos,
abiertos y asustados. Temía quedarse sola, y por alguna razón se sentía segura
con él. El sentimiento de lástima regresó acompañado de otras cosas más,
inquietud y anhelo. Maldición, ella estaba asustada y necesitaba a alguien, y
él desde que Kikyo lo dejó y lo separó de sus hijos, necesitaba sentirse
necesitado.
-
Voy abajo a buscar qué cenar, ¿quiere que le
traiga algo? – Ella volvía a sonreír.
-
Me gustaría, pero no voy a fiarme de nada que no
cocine yo misma, -durante su rapto los secuaces del Europeo habían escupido
demasiadas veces en su plato -y de todas formas el médico me ha dicho que debo
empezar con una lista de alimentos que me dará mañana. Se me ha cerrado el
estómago y tengo que volver a acostumbrarlo a trabajar. Pero le agradecería que
me ayudase a llegar al baño. Quisiera darme una ducha antes de acostarme.
Seiya la cogió en brazos y la llevó
junto a la placa de ducha, No había mamparas, solo una cortina de la que no
serviría de nada agarrarse si se caía. En cuanto la dejó en el suelo notó que
se tambaleaba y que le costó encontrar el equilibrio. Tal vez no debería
dejarla sola, pero necesitaba salir de allí y llamar a Ryû, su compañero. Tenía que contarle todo lo que ella dijo,
y ver si su opinión coincidía con la de él o solo se estaba dejando llevar por
algún tipo de apego que estuviese despertando hacia ella.
Colgó el gancho del suero en la barra de la cortina para que Kagome
tuviera más libertad de movimiento y fue hacia la puerta.
-
¿Estará bien?
-
Sí, no se preocupe y vaya usted a cenar, yo le
esperaré en la habitación a que vuelva, si no le importa. – Él la miró y luego
rió, había conseguido quitarle ese semblante rígido de la cara. Cuando la
expresión del detective se volvía más liviana resultaba muy atractivo, con
mentón y mandíbulas cuadradas, y unos ojos del color de la almendra. Sus
cabellos estaban cortados de forma que apuntaban a varias direcciones, dándoles
un aire de hombre descuidado. Mientras estuvo en sus brazos, en el momento que
la sacó del edificio donde la gente del Europeo la tuvieron retenida, supo que
se trataba de una buena persona; se preocupó de ella y la atendió como si fuera
importante para él.
Sabía que no debía hacerse una
idea equivocada, Seiya Kudo solo actuaba con la psicología que suponía debían
emplear en casos como el de ella, pero no podía evitar sentir que con él estaba
a salvo y protegida.
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