viernes, 6 de marzo de 2015

La Señora Akitoki, por Sonia Quiveu



Kagome vio al detective sentado en un sillón cuando la entraron en la habitación en una silla de ruedas. El celador la acercó a la cama, pero antes de poder cogerla en brazos, el detective Kudo se había levantado y lo había despachado diciendo que él se haría cargo de ella. 

Kagome apoyó la cabeza en el respaldo mientras el detective se hacía cargo del celador. Necesitaba descansar… No solo su cuerpo y su mente, sino también el alma… y para eso tenía que poner en orden sus pensamientos y seguir adelante con la decisión que había tomado. Se había arriesgado y ya no podía dejarse llevar por la cobardía. Hojo debía saber ya que ella seguía viva. Y de todas formas, aunque quisiera, ya no podría dar marcha atrás. Iba a contarle todo al detective Seiya Kudo, y esperaba que Dios la protegiera, o al menos la perdonara por haber permitido tanto mal ajeno.

Seiya se cercioró de que los dos policías estaban en el pasillo antes de cerrar la puerta. Se volvió y se fijó en ella, se la veía extenuada, y no era de extrañar que lo estuviera.

Tenía la cabeza echada hacia atrás, con la mirada dirigida más allá del techo. Pensaba… no sabía si en la experiencia por la que había pasado y de la que acababa de salir, o en qué le diría a él.

Sus ojos estaban cargados de culpabilidad y sin embargo; sus gestos, sus expresiones, y la seguridad con la que hablaba decían que era una víctima inocente en este juego en el que la habían metido. 

-       ¿Quiere que la suba a la cama o prefiere seguir sentada?

Kagome levantó la cabeza y lo miró, sintiendo que le pesaban los párpados por el sueño. Durante el mes y medio que había estado secuestrada no consiguió dormir más que unos minutos al día, y ahora que su cuerpo asimilaba que estaba a salvo, reclamaba todas esas noches que no había descansado.
Un mes y medio. Cuando el detective se lo dijo en la ambulancia, la impresionó. Al principio se preguntó “¿tanto?”, y después pensó que en realidad se había hecho tan largo como un siglo.
-       No, si me tumbo no le aseguro que pueda mantenerme despierta.

Seiya arrimó el sillón y se sentó delante de ella. Lo miraba con esos ojos cansados y tristes, la comisura de sus labios temblaba; estaba nerviosa. Y aún así, su cuerpo parecía en calma. O tal vez estaba tan debilitado que no era capaz de expresar las emociones de su dueña. Verla ahí sentada, con sus cabellos negros y enredados de tantos días formándose nudos en ellos, y esa cara llena de suciedades y cercos blancos de lágrimas pasadas, era como ver un cuadro que representara el sufrimiento, la miseria y la tristeza unidas. Desde luego no se parecía en nada a la mujer que salía en las portadas de las revistas de sociedad cada vez que acudía a un evento benéfico acompañando a su marido. Ahora parecía más una indigente, con los huesos marcados en cara y brazos y unas rodillas minúsculas sin apenas carne que las rellenara. Hasta sus pies se veían grandes en comparación con la delgadez de sus piernas. No era de extrañar que no se tuviera en pie. Esta mujer estaba a un paso de morir de inanición.

-       No sé por dónde empezar, detective Kudo.
-       Llámeme Seiya – Ella alzo las cejas graciosamente y en ese rostro demacrado hubo una mueca de diversión – Sí, ya sé, mi madre decía que los nombres marcaban la personalidad de sus dueños. No quería que me metiera en líos.
-       ¿Y por eso es de la policía? – Ella rió con una risa que no encajaba dentro de ese cuerpo escuálido.
-       No debería reírse, usted tampoco se libra, que yo recuerde Kagome procede de un juego al que solíais jugar las niñas en los recreos.
-       Sí – Kagome recordó con añoranza la canción y el palmotear de manos contra manos. Cómo le gustaría volver a tener aquella edad y vivir ajena a todo en su mundo de inocencia e ignorancia – De pequeña odiaba mi nombre, no era un nombre común. Recuerdo solo a dos en mi colegio llamarse igual que yo.
-       Pero desde que se casó con Hojo Akitoki hay muchas más.
-       Sí – Al casarse con el soltero más codiciado del país, las mujeres empezaron a admirarla y el nombre de Kagome abundó en las oficinas del registro civil. Hubiese preferido mil veces el anonimato y la soledad.

Lo que debió hacerla reír, hizo lo contrario. Le había recordado a su marido, y no podía imaginar qué podía hacerle un hombre como él para que no quisiera verlo después de un mes y medio encerrada, atemorizada, y, a juzgar por cómo la encontraron, sufriendo Dios sabe qué clase de acosos.

-       ¿Por qué la tenían retenida si no pidieron rescate?
-       Sí lo hicieron, pero a Hojo no le interesaba pagarlo.
Seiya frunció el ceño
-       Explíquese.
-       No sabría cómo, porque hace tanto que… Hace tanto que debía haber hablado que ya no sé por dónde empezar… No soy mejor que él, detective, porque antepuse mi miedo a lo que estaba pasando.
-       La mejor forma de empezar es por el principio.
-       Sí… es cierto… - Miró hacia la mesita junto a la cama, buscando un vaso, sentía la boca seca y le costaba articular las palabras, aunque él no se diese cuenta, ella sí se notaba la lengua pastosa y la pronunciación vaga. - ¿Podría darme un poco de agua, por favor? – Pidió.
Seiya le acercó el vaso que había en la mesita del hospital y la observó dar sorbos pequeños.
Ella bajó el vaso al regazo y fijó los ojos en el movimiento del agua.
-       Estuve prometida a Hojo desde que nací. Creo que por una promesa que hizo su padre a mi abuelo, por un favor que le hizo de joven. Fui educada para él desde que yo recuerde… - Levantó la mirada hacia el rostro de Seiya, vista su expresión no pudo evitar sonreír – No ponga esa cara, detective, aunque no lo crea, en esta época hay familias que aún siguen las antiguas tradiciones.
-       Si, lo sé, es solo que yo no me he criado entre esas familias. Por suerte para mí…
-       Al principio no fue tan malo. Conocí a Hojo a los catorce. Era un joven de veinte años con muchas ilusiones, y me fascinó su belleza y sus buenas intenciones con el mundo. Todo eran promesas fabulosas. Hablaba con pena de las guerras; de lo absurdas que eran y de lo impotente que se sentía sabiendo que heredaría en un futuro todo ese imperio que creó su padre y que aún no tuviera potestad para poder ayudar a esa gente que moría de hambre y por falta de medicamentos a consecuencia de esas guerras. – Kagome volvió a sonreír, recordando su inocente enamoramiento. ¡Qué bonito y simple era todo cuando aún no conocía a su marido!, y que triste y lamentable fue su vida cuando realmente lo conoció.

La sonrisa se borró de su rostro, y Seiya se percató del cambio

-       Me hizo varias visitas acompañado de su padre, y en cada una me traía un detalle que ninguna mujer podría olvidar… Me casé con él a los diecisiete años porque, tonta de mí, no quería esperar más. Estaba tan enamorada de un sueño, que me volví ciega con él. Ya en la celebración noté que su actitud estaba cambiando… - Kagome hizo una pausa para tomar otro sorbo. 

Seiya se echó hacia atrás, pensando que le contaría otro caso de malos tratos. La pobre esposa que no se da cuenta de que se ha casado con un impotente que solo se excita con la violencia, porque intimidándola se siente más hombre, aunque Hojo no daba el perfil. Ningún tipo de buena posición lo hacía. Y sin embargo, era muy común en las familias adineradas.

-       Mi noche de bodas no fue como yo esperaba. Me miró, me tomó de manera tan fría que me sentí sucia cuando terminó, y luego me dijo que tenía un cuerpo demasiado viejo para excitarlo. No comprendí sus palabras,  y durante los meses siguientes seguí sin entenderlas. Él no volvió a tocarme, y en cierto modo lo agradecí, no quería pasar otra vez por lo mismo. – Se calló incapaz de seguir hablando, sentía el temblor en el mentón y el familiar dolor en los ojos.
Seiya vio las lágrimas asomándose y le dio algo de tiempo para que se calmara y siguiera hablando. A veces el silencio era el mejor modo de dar consuelo, y esta vez dio resultado, porque ella consiguió tranquilizarse lo suficiente para continuar.

-       Llegué a creer que simplemente no le gustaba, pero… - Se detuvo cuando sintió las lágrimas caer. El detective le ofreció un pañuelo y ella lo aceptó – Gracias… Una noche me quedé leyendo más tarde de lo habitual… Oí ruidos de pisadas descalzas en el pasillo y la curiosidad me pudo. Me levanté a ver y… Dios mío… ¡Era un niño!, de no más de diez años, desnudo… y con marcas por todo el cuerpo… Se abrazó a mí pidiendo que lo ayudara, y Hojo vino a por él y se lo llevó a su habitación… - Se escondió tras el pañuelo para poder llorar sin tener que ver el rostro de desprecio del detective, ¿Qué clase de persona creería que era, ahora que sabía que había esperado tanto tiempo para hablar de algo tan atroz?

Pero Seiya no la despreciaba por contarle aquello. Ni la despreciaba ni la congratulaba, ni nada. Simplemente no era capaz de reaccionar, porque no podía asimilar que Hojo Akitoki, el hombre que se había volcado tanto por ayudar a los niños que carecían de medios, fuera un pederasta.

Ella debía estar mintiendo, esto era sencillamente increíble. Debía estar rencorosa por algo que su marido le hizo y quería vengarse. Un hombre con su fama y tan venerado por todo el país saldría muy perjudicado con una acusación como esa, perdería su estatus como propietario de Industrias Akitoki, y aunque luego se que es una acusación falsa, la compañía perdería unos cuantos cientos de millones de yenes.
-       Que Dios me perdone, pero mi única reacción fue ir a una farmacia a comprar la píldora porque no quería por nada del mundo quedar embarazada de un degenerado como él. No podía tener hijos con él cuando sabía el peligro que supondría su padre… – Kagome se limpió las lágrimas y bajó el pañuelo. Se atrevió a mirar a Seiya, y en contra de lo que creyó, él simplemente estaba perturbado. – Debes odiarme por lo que te he contado. Pero estaba tan asustada que no fui capaz de ir a la policía entonces.

No la odiaba, no podía porque su cabeza estaba en que él tenía un hijo de nueve años y otro de siete, e imaginaba a esas familias de niños desaparecidos, nerviosos, deshechos, sin saber qué había sido de ellos; si estaban muertos, si habían sido apaleados o esclavizados, pero ningún padre quería imaginarse a un hijo que pasara por eso. Él mismo sentía las ganas de asesinar a estos tipos cuando pasaban por la comisaría una vez detenidos. No, no podía tenerle odio porque podía entender que estaba asustada, y el miedo casi siempre hacía cometer actos equivocados, como hacer que el único testigo que pudiese pararlo se volviera ciego y sordo.

-       ¿Y por qué ahora sí? – Preguntó de todos modos, sin poder evitar que sonara como una represalia contra su silencio.
-       Porque no tengo la conciencia tranquila, porque me he estado odiando cada día desde entonces, porque me doy asco de mí misma por callar y permitir que siguiera con sus sucios vicios… porque… ¡porque no puedo tener mi alma en paz si no hago algo al respecto! – Se tapó los ojos con la mano y todo su cuerpo se sacudió con el llanto.
-       Si es cierto que no podía vivir con el silencio, habría declarado mucho antes.

Kagome lo miró con los ojos cubiertos de lágrimas, enrojecidos e hinchados. Comprendía su actitud, era natural que la atacara de ese modo, ella también lo hubiera hecho se estuviese en su lugar.

-       A la mañana siguiente quise hacerlo, me armé de valor para ir a la primera comisaría y contar lo que vi. Pero ya no pude. Desde entonces nunca estuve sola, uno de sus hombres me acompañaba a todas partes, y no sé qué orden le pudo dar Hojo, pero estoy segura de que me hubiera matado de haberme atrevido. – No sabía cómo hacerle entender por qué actuó así, sus amonestaciones la hacían sentir más culpable de lo que ya se sentía. Haría cualquier cosa por remediarlo, lo que fuera, desearía poder retroceder en el tiempo y confesar lo que tantos años había sabido y guardado para sí, dejando que la carcomiera a través de las voces mudas de la conciencia que le llegaba en forma de remordimientos y pesadillas…

De pronto sintió frió en todo el cuerpo. Miró hacia las ventanas, pero estaban cerradas. El frío venía de ella, y por mucho que intentaba controlarlo, tiritaba por su causa.

Seiya dudó en creerla, pero los labios azules y el efecto de hipotermia de alguien que está al extremo de sus límites, eran tan obvios que sabía que no estaba mintiendo. Lo había visto muchas veces en las confesiones cuando se forzaba a revelar a alguien un delito del que no era culpable. Pasaban por el miedo, el llanto, el agobio de sentirse presionados y los efectos que sufría su cuerpo cuando su mente estaba a punto de amoldarse a lo que los demás querían escuchar. Con tal de que los dejaran en paz confesarían cualquier cosa aunque no fuese cierta.

Eso, y un lavado de cerebro no tenían mucha diferencia. Decidió cambiar la dirección de las preguntas para que ella recuperara el control de sí misma.

Recordaba verla poco antes de la desaparición con un guardaespaldas que su marido le puso poco después del matrimonio, ¿dónde estaba ese hombre cuando la secuestraron?

-       Muerto… - Contestó ella, como si le hubiese oído – Los secuestradores lo mataron cuando me llevaron.
-       ¿Por qué te secuestraron?
-       Iban a transportar un cargamento de armas, Hojo las hizo en una de las fábricas, pero estaban defectuosas, y el intermediario reclamaba el dinero del cliente que las compró. Me enteré de esto unas semanas después por casualidad, ellos creían que estaba dormida y discutieron delante de mí. No sabían qué hacer conmigo, pero el que era el jefe no quería que me mataran todavía. Recuerdo que lo llamaban el Europeo
Seiya rió de pronto y se levantó del sillón. El Europeo era uno de los mayores traficantes de armas, que la historia del crimen había conocido, tras él había una cola muy larga de cadáveres que había dejado a su paso. Se sentía mareado con la confesión.
-       Aún no me ha dicho qué relación hay entre lo que me ha contado de su marido y que no quisiera pagar el dinero de las armas.
-       Piense un poco detective, yo sé algo que puede perjudicarlo, y mucho. Y el Europeo le dio la oportunidad perfecta para deshacerse de mí. Si me mataban, su secreto estaría a salvo, y su reputación de buen hombre; su tapadera… seguiría intacta.

Él quería que muriera… era por eso que dio a entender que lo había abandonado, y ahora que recordaba, dijo algo de que tenía un amante, uno de sus hombres que velaba por su seguridad. Los dos habían desaparecido, era por eso por lo que dieron por cerrado el caso. Pensaron que solo se trataba de la vieja historia de amantes que escapaban para estar juntos. Comprendía ahora, después de todo lo que le había contado, que se sintiese más segura de poder hablar; la protección de la policía era su único escudo contra Hojo, y también la única posibilidad, ya que después de saber que su marido la prefería muerta, no podía volver a su casa.

Llevaba demasiado tiempo en silencio, y ella lo miraba como si esperase su aceptación, ¿Qué podía decirle o hacerle?, su confesión lo había dejado de piedra. Carraspeó y se dirigió a la puerta.

-       ¿Se marcha?

Seiya se fijó en sus ojos, abiertos y asustados. Temía quedarse sola, y por alguna razón se sentía segura con él. El sentimiento de lástima regresó acompañado de otras cosas más, inquietud y anhelo. Maldición, ella estaba asustada y necesitaba a alguien, y él desde que Kikyo lo dejó y lo separó de sus hijos, necesitaba sentirse necesitado.

-       Voy abajo a buscar qué cenar, ¿quiere que le traiga algo? – Ella volvía a sonreír.
-       Me gustaría, pero no voy a fiarme de nada que no cocine yo misma, -durante su rapto los secuaces del Europeo habían escupido demasiadas veces en su plato -y de todas formas el médico me ha dicho que debo empezar con una lista de alimentos que me dará mañana. Se me ha cerrado el estómago y tengo que volver a acostumbrarlo a trabajar. Pero le agradecería que me ayudase a llegar al baño. Quisiera darme una ducha antes de acostarme.

Seiya la cogió en brazos y la llevó junto a la placa de ducha, No había mamparas, solo una cortina de la que no serviría de nada agarrarse si se caía. En cuanto la dejó en el suelo notó que se tambaleaba y que le costó encontrar el equilibrio. Tal vez no debería dejarla sola, pero necesitaba salir de allí y llamar a Ryû, su compañero. Tenía que contarle todo lo que ella dijo, y ver si su opinión coincidía con la de él o solo se estaba dejando llevar por algún tipo de apego que estuviese despertando hacia ella. 

Colgó el gancho del suero en la barra de la cortina para que Kagome tuviera más libertad de movimiento y fue hacia la puerta.

-       ¿Estará bien?
-       Sí, no se preocupe y vaya usted a cenar, yo le esperaré en la habitación a que vuelva, si no le importa. – Él la miró y luego rió, había conseguido quitarle ese semblante rígido de la cara. Cuando la expresión del detective se volvía más liviana resultaba muy atractivo, con mentón y mandíbulas cuadradas, y unos ojos del color de la almendra. Sus cabellos estaban cortados de forma que apuntaban a varias direcciones, dándoles un aire de hombre descuidado. Mientras estuvo en sus brazos, en el momento que la sacó del edificio donde la gente del Europeo la tuvieron retenida, supo que se trataba de una buena persona; se preocupó de ella y la atendió como si fuera importante para él. 

Sabía que no debía hacerse una idea equivocada, Seiya Kudo solo actuaba con la psicología que suponía debían emplear en casos como el de ella, pero no podía evitar sentir que con él estaba a salvo y protegida.

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