viernes, 27 de marzo de 2015

Perversa coincidencia, por Luisa Yamuza Carrión



Después de aquel día la desconfianza, difícilmente disimulada, se instauró alrededor de Pedro, Perico para todos nosotros. Nadie sabía los motivos por los que había estado detenido. Nadie se lo preguntó y él no dio explicación alguna. Volvió a su puesto tan fresco como si hubiera estado simplemente de vacaciones. Esa actitud me resultó extraña y por intuición supe que el asunto tenía algo de oscuro. Sin embargo, en esos momentos no imaginaba que la onda de aquel suceso iba a llegar hasta  mi propia familia. 

A primera hora de la mañana dos hombres atractivos de semblante serio entraron en  la oficina y educadamente me preguntaron por el jefe. Unos minutos después, ambos cargaban un par de ordenadores ante mi sorpresa y la curiosidad del resto de mis compañeros. Don Silvestre con evidente ira contenida apretaba los labios en una fina y forzada sonrisa. El portazo que dio al volver a su despacho me dejó claro que su enfado era de los grandes. Perico no había venido a trabajar el día anterior y faltó otros cuatro o cinco días más. En principio sin justificación, hasta que Don Silvestre nos informó de que la policía estaba investigándolo por trapicheos informáticos:


- Ya sabéis que Pedro está siempre liado con programas y enredos suyos de ordenadores- nos comentó con cierto tono despectivo. Pero, vamos, nada grave. 

Sin embargo, cuando unos meses después se le acabó el contrato, Don Silvestre aprovechó la circunstancia y Perico no trabajó con nosotros nunca más. Los rumores sobre las posibles causas de la detención se perdieron en el tiempo y a base de olvido, Perico desapareció de nuestras mentes, como si no hubiera estado jamás en la oficina. Pero si, si estuvo, ya no se me olvidará.

Hoy lo he visto. Los años han dejado huella evidente en él pero sus vivarachos ojos verdes y su expresión de pícaro se mantienen como la última vez que lo vi. Por eso lo he reconocido rápidamente. Por eso, una sensación de frío incontrolado me ha subido desde el estómago a la garganta y me ha temblado la voz al indicarle al policía que yo también conozco al hombre de la foto que mi hija ha señalado con su par de ojos espantados. 

Durante esta mañana, han pasado por delante de Claudia al menos 20 imágenes más de rostros totalmente desconocidos para mi, salvo el de Perico. Ante mi patente desconcierto por la coincidencia , Juan José, que así se llama el policía que nos  atiende en tan dolorosa situación, me ha pedido que lo acompañe a un despacho cercano. Mientras, Claudia permanece a cargo de una policía joven que con desparpajo establece conversación con ella sobre el último disco de Pablo Alborán, para entretenerla supongo.

En el despacho, Juan José no se ha demorado en explicarme que Perico es el cabecilla de un grupo criminal que se dedica a captar chicas menores de edad a través de internet. Fingen una relación amorosa, las citan cuando las ven confiadas, les toman fotografías, digamos comprometidas, y después las distribuyen por todo el mundo. Las amenazan con decir a sus familias lo que han hecho y las chicas, atemorizadas, continúan accediendo al lamentable juego. Juan José ha intentado tranquilizarme recordándome que Claudia tan solo ha acudido a una de esas citas, por lo que es poco probable que le hayan hecho fotos ya que suelen esperar un poco más hasta ganarse su confianza. Ha alabado la valentía de la niña y la confianza que ha tenido para contarme una experiencia que normalmente los jóvenes ocultan a sus padres.

- Pero, ¿Están tan seguros? Este hombre fue mi compañero de trabajo hace unos años y no aparentaba ser de ese tipo de personas...Es cierto que  la policía lo investigó, creo que por un asunto de pirateo de programas informáticos, pero nada más- respondí aún incrédula a pesar de todo.

- Exacto, en 2005 Teresa, pero no se trató de pirateo. Fue la primera vez que se le relacionó con este tipo de acciones. Fue declarado culpable y pasó un tiempo en prisión- Una triste mueca acompañó el comentario del policía. Pero no aprendió la lección y ha mantenido sus actividades ilícitas e incluso ampliado su ámbito de acción. Hoy en día, el grupo distribuye imágenes a nivel internacional y estamos deseosos de acabar con él. Tu testimonio y el de tu hija, entre otros muchos, nos ayudarán a conseguirlo. 

Un cierto tono triunfal emanaba de las últimas palabras pronunciadas por Juan José mientras que la pesadumbre se hizo dueña de mi ser. Si habían tenido que pasar más de 10 años para haber posibilidades de poner fin a tamaña maldad, ¿realmente se trata de una victoria? Estos pensamientos se han quedado un buen rato dando vueltas en mi cabeza. Sin embargo, la respuesta me sobreviene sin control:¡contad conmigo!

Con este objetivo perfectamente definido en mi mente, atravieso altiva la puerta del despacho seguida de Juan José y abrazo a Claudia con fuerza. Mi hija me mira con lágrimas en los ojos, avergonzada baja la cabeza. Yo le pongo el abrigo y rodeándola con mi brazo salimos de la comisaría bajo la atenta mirada de Juan José y su compañera que no dicen nada. Por hoy ha sido suficiente, en los próximos meses muchas serán las conversaciones que mantendremos. Esto acaba de empezar y estoy dispuesta a llegar hasta el final.

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