El atropello se produjo
un lluvioso miércoles de marzo, alrededor de las 9 de la noche. Aunque sucedió
justo enfrente de una parada de autobús, ninguna de las tres personas que lo
esperaban vio cómo había pasado. Se trataba de dos hombres de mediana edad y
una chica de unos 25 años. Todos estaban atentos a sus móviles y solo el
estruendo les hizo levantar la mirada de las pantallas. Para entonces, la mujer
estaba retorcida en el arcén bastantes metros más allá. Cuando consiguieron
aclimatar sus ojos a la oscuridad de la hora, los dos hombres corrieron a
socorrerla. Pero solo pudieron comprobar que nada podían hacer.
La joven fue la que hizo la llamada al 112. Una
ambulancia estaba en el lugar en poco más de 15 minutos. La furgoneta de atestados
llegaba un poco antes y los agentes, dirigidos por el teniente Mendoza, recogían
los datos del accidente. Luego apareció un vehículo de la policía local con dos
efectivos. Ellos se dedicaron a regular el tráfico. Cómo era habitual, el
conductor del vehículo se había dado a la fuga.
A pesar de la aparatosa posición de la señora fallecida,
se observaba que no debía pasar de los cuarenta años. Vestía un chándal marca
Adidas y unas deportivas especiales de marcha. Tenía el rostro desfigurado por
el tremendo golpe. Además, el cabello dorado, al tenerlo suelto se había pegado
con el agua y la sangre a la mitad de la
cara. Sin embargo, su identificación fue fácil.
El médico del 112
entregó al teniente un billetero que había hallado en el bolsillo de la sudadera.
Cuando Mendoza extrajo el DNI y leyó el nombre, no daba crédito. Era María
Nieves Illescas Torres. La mujer del sargento Calderón. Una foto de la pareja,
una estampa de Sor Angela de la Cruz, varias tarjetas de crédito, tickets de
compra y tres billetes de cien euros, completaban el contenido. Mendoza miró
angustiado al cielo. Volvían a caer gotas. Todo el día igual -pensó resignado-
chaparrón tras chaparrón.
Las siguientes jornadas resultaron eternas. Todas las
familias del cuartel se volcaron y acompañaron al sargento en tan trágico y
triste momento. "Al menos no tenían niños". "Y tampoco tenían
apuros económicos porque Nieves iba siempre a la última moda y hacían muchos
viajes" "Ella trabajaba en casa, a través de internet, decía"
"Es que tenía estudios y claro, eso siempre ayuda a encontrar un buen
trabajo y cómodo". Estos comentarios se extendieron por unos días ante la
aparente ignorancia de Calderón. A él no le importaban lo que dijeran aquellas
reaccionarias esposas. Él sentía sus pies flotar cuando caminaba. Tardaría
varias semanas en notar de nuevo sus pisadas en el suelo.
No obstante, el sargento se incorporó a su puesto tan
sólo 25 días después de enterrar a su esposa. Aunque con expresión de tristeza
en su cara, ejercía su trabajo correctamente y con eficacia. A todo el equipo
de tráfico le sorprendió su entereza. Al llegar el verano, parecía haber
recuperado totalmente su estado de ánimo.
Fue entonces cuando el teniente Mendoza creyó oportuno entrevistar
a Calderón.
- Buenos días mi
teniente- dijo el sargento abriendo con energía la puerta del despacho. Dígame,
¿qué se le ofrece?.
- Buenos días Calderón.
Siéntese, por favor.
Imprimiendo un tono afectivo al discurso, Mendoza indicó
que en el billetero de Nieves se había encontrado dos recibos de transferencias
realizadas por ella la misma tarde del accidente. Se habían hecho a través de
la Western Union e iban dirigidas a dos cuentas bancarias distintas. A una
entidad bancaria de Ucrania y a otra de Camerún. En ese punto de la
explicación, Calderón se mostraba incrédulo. Entonces la voz del teniente se
hizo firme. Preguntó sobre las transacciones que la mujer había realizado en sus
últimos meses de vida y Calderón respondió con la miraba baja:
- No sé a dónde lleva
todo esto mi teniente, pero en casa, en un cajón del armario de la cocina hay
muchos recibos como ese.
- Calderón, me temo que
es muy posible que su mujer tuviera una doble vida.
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