martes, 20 de octubre de 2015

Blanqueo, por Luisa Yamuza Carrión



El atropello se produjo un lluvioso miércoles de marzo, alrededor de las 9 de la noche. Aunque sucedió justo enfrente de una parada de autobús, ninguna de las tres personas que lo esperaban vio cómo había pasado. Se trataba de dos hombres de mediana edad y una chica de unos 25 años. Todos estaban atentos a sus móviles y solo el estruendo les hizo levantar la mirada de las pantallas. Para entonces, la mujer estaba retorcida en el arcén bastantes metros más allá. Cuando consiguieron aclimatar sus ojos a la oscuridad de la hora, los dos hombres corrieron a socorrerla. Pero solo pudieron comprobar que nada  podían hacer. 

La joven fue la que hizo la llamada al 112. Una ambulancia estaba en el lugar en poco más de 15 minutos. La furgoneta de atestados llegaba un poco antes y los agentes, dirigidos por el teniente Mendoza, recogían los datos del accidente. Luego apareció un vehículo de la policía local con dos efectivos. Ellos se dedicaron a regular el tráfico. Cómo era habitual, el conductor del vehículo se había dado a la fuga.


A pesar de la aparatosa posición de la señora fallecida, se observaba que no debía pasar de los cuarenta años. Vestía un chándal marca Adidas y unas deportivas especiales de marcha. Tenía el rostro desfigurado por el tremendo golpe. Además, el cabello dorado, al tenerlo suelto se había pegado con el agua y la  sangre a la mitad de la cara. Sin embargo, su identificación fue fácil.

El médico del 112  entregó al teniente un billetero que había hallado en el bolsillo de la sudadera. Cuando Mendoza extrajo el DNI y leyó el nombre, no daba crédito. Era María Nieves Illescas Torres. La mujer del sargento Calderón. Una foto de la pareja, una estampa de Sor Angela de la Cruz, varias tarjetas de crédito, tickets de compra y tres billetes de cien euros, completaban el contenido. Mendoza miró angustiado al cielo. Volvían a caer gotas. Todo el día igual -pensó resignado- chaparrón tras chaparrón.

Las siguientes jornadas resultaron eternas. Todas las familias del cuartel se volcaron y acompañaron al sargento en tan trágico y triste momento. "Al menos no tenían niños". "Y tampoco tenían apuros económicos porque Nieves iba siempre a la última moda y hacían muchos viajes" "Ella trabajaba en casa, a través de internet, decía" "Es que tenía estudios y claro, eso siempre ayuda a encontrar un buen trabajo y cómodo". Estos comentarios se extendieron por unos días ante la aparente ignorancia de Calderón. A él no le  importaban lo que dijeran aquellas reaccionarias esposas. Él sentía sus pies flotar cuando caminaba. Tardaría varias semanas en notar de nuevo sus pisadas en el suelo.
           
No obstante, el sargento se incorporó a su puesto tan sólo 25 días después de enterrar a su esposa. Aunque con expresión de tristeza en su cara, ejercía su trabajo correctamente y con eficacia. A todo el equipo de tráfico le sorprendió su entereza. Al llegar el verano, parecía haber recuperado totalmente su estado de ánimo.

 Fue entonces cuando el teniente Mendoza creyó oportuno entrevistar a Calderón.

- Buenos días mi teniente- dijo el sargento abriendo con energía la puerta del despacho. Dígame, ¿qué se le ofrece?.
- Buenos días Calderón. Siéntese, por favor.

Imprimiendo un tono afectivo al discurso, Mendoza indicó que en el billetero de Nieves se había encontrado dos recibos de transferencias realizadas por ella la misma tarde del accidente. Se habían hecho a través de la Western Union e iban dirigidas a dos cuentas bancarias distintas. A una entidad bancaria de Ucrania y a otra de Camerún. En ese punto de la explicación, Calderón se mostraba incrédulo. Entonces la voz del teniente se hizo firme. Preguntó sobre las transacciones que la mujer había realizado en sus últimos meses de vida y Calderón respondió con la miraba baja:

- No sé a dónde lleva todo esto mi teniente, pero en casa, en un cajón del armario de la cocina hay muchos recibos como ese.
- Calderón, me temo que es muy posible que su mujer tuviera una doble vida.

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