martes, 20 de octubre de 2015

La Reunión, por Mar Rojo




Faltaban 10 minutos para las dos de la tarde. Habían quedado en aquel bar discreto que estaba en la esquina de la calle Medina, ese al que ella misma había ido alguna vez con Jaime. Se estremeció y de inmediato apartó aquel recuerdo de su mente. No entendía el sentido de aquella reunión, hacía algunos años que no se veían, no eran amigas ni querían serlo, sólo las unía un vínculo circunstancial aunque incómodo, que impedía que pudieran disfrutar de una velada tranquila con normalidad.

Eva miró con desgana su reloj de pulsera de Cartier recién adquirido. Le complacía observar el destello de los pequeños brillantes que enmarcaban la esfera, le gustaba la elegancia de su muñeca breve, aunque procuraba no detenerse mucho en los lunares oscuros que empezaban a poblar sus manos maduras, las marcas de la vejez.

Sólo faltaban Marisa y Natalia. Las demás ya estaban sentadas alrededor de la mesa oscura, en aquel reservado del fondo que parecía muy apto para cualquier teoría conspiratoria o para una reunión de gángsters, para todo menos para una reunión de señoras maduras y elegantes que no tenían nada que decirse.

Aburrida y tensa por la espera, Eva se dedicó a observar a las demás.

Maica había envejecido un poco, su pelo rubio platino cuidadosamente peinado hacia atrás y recogido en un moño tirante que le hacía adoptar una expresión tensa. Su sempiterno bolso de Prada junto a ella, la mirada extraviada en algún punto de la barra, los labios fruncidos en un rictus de desdén y aburrimiento.

Emilia estaba sentada a su lado, su media melena esculpida alrededor de su cara de niña envejecida prematuramente, retorciéndose las manos con ansiedad mal disimulada. Por último Sofía, la mayor, con su chal de seda salvaje descuidadamente anudado alrededor del cuello de cisne lleno de cuerdas gruesas como dedos. Conservaba su mirada curiosa y pícara. Sería la eterna niña terrible.
 
Por fin apareció la silueta de Marisa enmarcada en la puerta iluminada del bar. No había cambiado nada. Deslumbrada por el descenso de luz que acusaron sus bellos ojos grises, ya cuajados de arrugas finas como hechas con un tiralíneas, se acercó a la mesa con paso decidido, agarrando su bolso de Gucci con firmeza.

-    ¡Hola chicas! Disculpad la tardanza, pero me han entretenido en el club de tenis - dijo mientras se sentaba sin dar más explicaciones.
Se hizo un silencio denso que nadie parecía atreverse a romper. La misma Marisa, que había convocado la reunión, parecía reacia a hablar, o tal vez estuviera buscando la mejor forma de abordar el asunto que se traía entre manos.

-    ¿Te importaría ir al grano? - dijo Sofía secamente expresando el sentir general - A algunas ya no nos queda mucho tiempo. Marisa tomó aire y lo soltó de sopetón.
-    Natalia me llamó la semana pasada. Quiere hablar.
-    ¿Cómo que quiere hablar? - exclamó Maica despertando por primera vez de su letargo.
-    Dice que está muy agobiada y que va a ir a la policía. Que les va a decir dónde está el cuerpo de Jaime. Que no puede dormir por las noches y…
-    Pues que tome ansiolíticos como todas - la interrumpió Sofía.

-    Yo he intentado disuadirla pero está decidida - dijo Marisa - Tenemos que hacer algo.
-    Ese cabrón nos roba, nos estafa y encima ahora se va a reír de nosotras desde el infierno - interrumpió Emilia mirando la superficie pulida de la mesa mientras se retorcía las manos frenéticamente.
-   ¿Y qué sugieres Marisa? - dijo Eva anticipándose a la respuesta.
-    Hay que quitarla de en medio - dijo Sofía mirando a Marisa con total tranquilidad - Si no sabe mantener la boquita cerrada se la tendremos que cerrar nosotras.
-¿Y no podemos sacar el cuerpo de dónde está y enterrarlo en otra parte? - sugirió Eva sin demasiada convicción - Cuando la policía busque dónde Natalia les diga y no encuentren nada pensarán que se trata de una vieja loca.
-  ¡Sí claro! - respondió Marisa agitada - Y cuando vean que la tierra está removida sabrán que el cuerpo estaba antes allí, Natalia les dirá que me contó sus intenciones y vendrán a por mí. Y yo que sé, podrían quedar fibras y hacer estudios de ADN…
-    ¡Madre mía Marisa! - se carcajeó Eva - Deja de ver CSI. Estamos en España.
-    Lo que digas Eva - dijo Marisa, tajante - Pero yo no me voy arriesgar…¿Votamos?
-    Es necesario - decía Emilia con voz lastimera - No hay otro remedio. Maica asintió enérgicamente con los labios apretados.

Cuatro manos nudosas, algunas temblorosas, otras firmes, se elevaron sobre la mesa. Eva, sabiéndose perdedora, asintió al fin. Total, lo había intentado.

Marisa sacó su cuaderno negro de Moleskine y su inefable pluma Montblanc y los plantó encima de la mesa. Entonces el ambiente se vistió de limpio, como si alguien hubiera abierto una ventana en una habitación que llevaba años cerrada y por fin entraran el aire fresco y la luz a raudales. A Eva le recordó aquella otra reunión, ya tan lejana, en la que organizaron la muerte de Jaime, el crimen perfecto. La misma tensión eléctrica en el ambiente, la misma emoción, la misma entrega al objetivo común. Maica ya no estaba ausente, sus cinco sentidos alerta, un rubio mechón escapando rebelde de la tiranía del moño tirante, Emilia había dejado de retorcerse las manos y miraba fijamente a Marisa ansiosa por colaborar y Sofía parecía haber rejuvenecido 20 años. Eva se dejó llevar por aquel ambiente preñado de expectación. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan viva.

-  ¡Vamos allá! - exclamó Marisa con un brillo de fiebre en los bellos ojos grises -

¿Sugerencias?

Cinco manos nudosas se alzaron al unísono.

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