Faltaban 10 minutos para las dos de la tarde. Habían
quedado en aquel bar discreto
que estaba en la esquina de la calle Medina, ese al que ella misma
había ido alguna
vez con Jaime. Se estremeció y de inmediato apartó aquel recuerdo
de su mente. No entendía
el sentido de aquella
reunión, hacía algunos
años que no se veían,
no eran amigas
ni querían serlo, sólo las unía un vínculo
circunstancial aunque incómodo, que impedía que pudieran disfrutar de una velada tranquila con normalidad.
Eva miró con desgana
su reloj de pulsera de Cartier recién
adquirido. Le complacía observar el destello de los pequeños
brillantes que enmarcaban la esfera, le gustaba la elegancia de su muñeca
breve, aunque procuraba no detenerse mucho en los lunares
oscuros que empezaban a poblar
sus manos maduras,
las marcas de la vejez.
Sólo faltaban
Marisa y Natalia.
Las demás ya estaban sentadas
alrededor de la mesa
oscura, en aquel reservado del fondo que parecía muy apto para cualquier teoría conspiratoria o para una reunión de gángsters, para todo menos para una reunión de señoras maduras y elegantes que no tenían
nada que decirse.
Aburrida y tensa por la espera,
Eva se dedicó a observar
a las demás.
Maica había envejecido un poco, su pelo rubio
platino cuidadosamente peinado
hacia atrás y recogido
en un moño tirante que le hacía adoptar una expresión tensa.
Su sempiterno bolso de Prada junto
a ella, la mirada extraviada en algún punto de la barra, los labios fruncidos en un rictus
de desdén y aburrimiento.
Emilia estaba
sentada a su lado, su media melena
esculpida alrededor de su cara de niña envejecida prematuramente, retorciéndose las manos con ansiedad mal disimulada. Por último
Sofía, la mayor, con su chal de seda salvaje descuidadamente anudado alrededor del cuello
de cisne lleno
de cuerdas gruesas
como dedos. Conservaba su mirada curiosa y pícara. Sería la eterna niña terrible.
Por fin apareció la silueta de Marisa enmarcada en la puerta
iluminada del bar. No había
cambiado nada. Deslumbrada por el descenso de luz que acusaron sus bellos ojos grises, ya cuajados de arrugas finas como hechas
con un tiralíneas, se acercó
a la mesa con paso decidido,
agarrando su bolso
de Gucci con firmeza.
-
¡Hola chicas!
Disculpad la tardanza, pero me han entretenido en el club de tenis
- dijo mientras se sentaba sin dar más explicaciones.
Se hizo un silencio
denso que nadie
parecía atreverse a romper. La misma
Marisa, que había convocado
la reunión, parecía
reacia a hablar, o tal vez estuviera buscando
la mejor forma de abordar el asunto que se traía entre manos.
- ¿Te importaría ir al grano? - dijo Sofía secamente
expresando el sentir
general - A algunas ya no nos queda mucho tiempo. Marisa tomó aire y lo soltó de sopetón.
- Natalia me llamó la semana pasada.
Quiere hablar.
- ¿Cómo que quiere hablar?
- exclamó Maica despertando por primera vez de su letargo.
-
Dice que está muy agobiada y que va a ir a la policía. Que les va a decir dónde está el
cuerpo de Jaime. Que no puede dormir
por las noches y…
- Pues que tome ansiolíticos como todas - la interrumpió Sofía.
- Yo
he intentado disuadirla pero está decidida
- dijo Marisa - Tenemos que hacer algo.
-
Ese cabrón
nos roba, nos estafa y encima ahora se va a reír de nosotras
desde el infierno - interrumpió Emilia
mirando la superficie pulida de la mesa mientras
se retorcía las manos frenéticamente.
- ¿Y
qué sugieres Marisa?
- dijo Eva anticipándose a la respuesta.
- Hay que quitarla de en medio - dijo Sofía mirando
a Marisa con total tranquilidad - Si no sabe
mantener la boquita
cerrada se la tendremos que cerrar nosotras.
-¿Y
no podemos sacar el cuerpo
de dónde está y enterrarlo en otra parte?
- sugirió Eva sin
demasiada convicción - Cuando la policía busque
dónde Natalia les diga y no
encuentren nada pensarán
que se trata de una vieja loca.
- ¡Sí claro! - respondió Marisa agitada - Y cuando
vean que la tierra está removida
sabrán que el cuerpo estaba
antes allí, Natalia
les dirá que me contó sus intenciones y vendrán a por mí. Y yo que sé, podrían
quedar fibras y hacer estudios
de ADN…
- ¡Madre mía Marisa! - se carcajeó
Eva - Deja de ver CSI. Estamos
en España.
- Lo
que tú digas Eva - dijo Marisa,
tajante - Pero yo no me voy arriesgar…¿Votamos?
-
Es necesario
- decía Emilia con voz lastimera - No hay otro remedio.
Maica asintió enérgicamente con los labios
apretados.
Cuatro manos nudosas, algunas
temblorosas, otras firmes,
se elevaron sobre la mesa. Eva, sabiéndose perdedora, asintió al fin. Total, lo había intentado.
Marisa sacó su cuaderno
negro de Moleskine y su inefable
pluma Montblanc y los plantó encima de la mesa. Entonces el ambiente se vistió de limpio, como si alguien
hubiera abierto una ventana
en una habitación que llevaba
años cerrada y por fin entraran el aire
fresco y la luz a raudales. A Eva le recordó aquella
otra reunión, ya tan lejana,
en la que organizaron la muerte
de Jaime, el crimen perfecto.
La misma tensión
eléctrica en el ambiente, la misma emoción,
la misma entrega
al objetivo común.
Maica ya no estaba
ausente, sus cinco sentidos alerta,
un rubio mechón
escapando rebelde de la tiranía
del moño tirante, Emilia
había dejado de retorcerse las manos y miraba fijamente a Marisa ansiosa por colaborar y Sofía parecía
haber rejuvenecido 20 años. Eva se dejó llevar por aquel
ambiente preñado de expectación. Hacía mucho tiempo que no se sentía
tan viva.
- ¡Vamos allá! - exclamó
Marisa con un brillo de fiebre en los bellos
ojos grises -
¿Sugerencias?
Cinco manos nudosas se alzaron al unísono.
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