Transcurrieron dos horas desde que llegó a casa del trabajo y a duras penas le dio tiempo a comer y descansar
decentemente en esos ciento veinte minutos, pues una enorme montaña de ropa sucia se apilaba
en el cesto y la casa pedía orden a gritos.
Los juguetes, esparcidos por el suelo,
esperaban ser recogidos
y la pobre mujer no daba abasto. Después de una dura jornada
laboral tocaba hacer las labores del hogar, el almuerzo
del día
siguiente y plantear la cena si quería salir a pasear con sus pequeños.
Era la noche de Halloween y el menor de sus hijos, Enzo, revoloteaba
a su alrededor instándole
a abandonar la tarea.
-
¡Mami date prisa! Llegaremos tarde a la fiesta de los fantasmas - dijo el niño que llevaba horas
con el disfraz de vampiro puesto.
Pero su madre no parecía estar dispuesta a ceder ante sus súplicas. Así que dejó escapar una protesta exasperada y con gesto derrotado dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo. La capa ondeó detrás de su espalda y la cesta con forma de calabaza
se balanceó, arriba y abajo,
en una de sus manos. Se detuvo a observar cómo su hermano mayor jugaba impasible a la play station.
-
¡Muere
traidor! - pronunció mientras tecleaba los botones del mando con energía.
-
Venga,
Tommy. ¡Vámonos! - lo animó a abandonar el juego.
-
Espera, “moco”.
No ves que mamá no ha terminado todavía - gruñó sin dejar de mirar la pantalla
del televisor.
Y si por él fuera, haría todo lo posible por prolongar
ese momento. Su padre nunca le dejaba jugar a Resident Evil , pero un día como aquél lo propiciaba.
Enzo se percató de que había perdido a su madre de vista. Se encontraba
en el vestíbulo, desde donde gozaba de una panorámica perfecta de la planta baja. Giró sobre sí mismo, en su búsqueda, y no la encontró. Asomó la cabecita por el hueco de la escalera y la llamó a viva voz.
El eco de su respuesta resonó en la última planta.
Debía encontrarse
en el desván. Enzo comenzó a subir los peldaños
de la escalera, a pequeños
pasos.
-
Mamá,
no quiero subir al desván - protestó mientras lo hacía.
-
Entonces no lo hagas.
-
¿Sabes
que en el desván hay un fantasma?
-
¿Quién te contó eso?
-
Papá nos lo dijo.
-
No hay ningún fantasma en el desván - le aseguró mientras seleccionaba
y separaba las prendas de ropa por colores. Se disponía a poner una lavadora.
Con la luz encendida Enzo se envalentono,
y una vez arriba pudo observar con curiosidad las cosas que sus padres guardaban en la buhardilla. Había algunas realmente interesantes. Como una caña de pescar, junto a todos sus aparejos; una caja de herramientas con cientos de tornillos;
un galán que portaba un anticuado esmoquin... Tomás
y él deberían subir, en otra ocasión, para investigar,
pensó. Entonces descubrió un dino robot que los reyes magos le habían
traído a su hermano las navidades pasadas. Buscó el mando entre los trastos y cuando al fin lo tuvo entre sus manos su madre lo llamó.
(...)
-
¡Vamos cariño!
Estoy lista para los caramelos -. Una sonrisa apareció en el rostro de Enzo e hizo que lo abandonara todo.- ¡¿Qué ha sido eso?! - preguntó la madre de los pequeños
justo cuando estaban a punto de abandonar la vivienda.
- Ha sido la lavadora - dijo el hijo mayor deseando de terminar con aquello y regresar cuanto antes para seguir con el juego.
- ¡Silencio! - solicitó la madre al escucharlo de nuevo. Es como un graznido…
-
Entonces será un grajo mamá, ¡vamos!
Y como no estaba convencida se dispuso a subir para acabar con el misterio.
-
No vayas mamá - temió Enzo tirando de su camiseta -. Es el fantasma.
- No hay ningún
fantasma “moco”. Papa se inventó esa historia para asustarnos.
De repente,
ese ruido una vez más. Y sin dudarlo dos veces la madre comenzó
a subir, ignorando las protestas de sus hijos.
Tomás fue tras ella y Enzo, al verse solo, no tuvo más remedio que seguirlos. En el silencio de la casa se escuchó de nuevo.
Al poner el pie en el último escalón detectaron un movimiento.
Los pequeños retrocedieron, la sangre
se heló en sus venas. Mamá encendió la luz rápidamente para descubrir, al dino robot avanzando a un ritmo pausado y un gruñido mecanizado.
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