jueves, 24 de noviembre de 2016

No seas apático, por David Fernández



Soy Fernando. Fernandito para los amigos, para los dos o tres que me quedan, claro. Lo cierto es que llevo toda la vida sintiéndome muy sólo, y, créeme, no hay muchas sensaciones peores que esa. El motivo por el que estoy en el hospital ingresado es peculiar.

Lo comprenderás si tienes algo de empatía. 

Iba por la autopista, conduciendo por el carril izquierdo. Tenía un coche delante mía que iba pisando huevos, y claro, eso a mí me enfadaba un poco porque se supone que es el carril rápido. 

Le adelanto por la derecha, cosa que sé que está mal pero no me dejaba otra opción, y cuando miré al conductor para soltarle algún improperio acompañado de un educado corte de mangas, todo cambió: no me creía lo que estaba viendo allí.

Era, literalmente, la mujer más guapa que había visto en mi vida, tremendo atractivo, un ángel caído del cielo. Si es que cuando la belleza no tiene parangón...

Miré el volante.

Entiéndeme, era la única forma real de conocerla, no me juzgues si no quieres que yo te juzgue a ti.
Di un volantazo, no muy pronunciado, lo justo para provocar un pequeño accidente, tener que bajarnos del coche, arreglar los papeles, conocernos, tener una cita, casarnos, un par de hijos, lo que me pidiera, qué más daba. No existía un espécimen mejor que ella. Sé que es descabellado pero seamos sinceros ¿Qué posibilidades había de conocernos si no era forzando la situación?

Cuando chocaron nuestros coches recuerdo que el suyo descarriló mientras daba un frenazo y se empotraba contra el quitamiedos, sin demasiados daños. 

El mío se topó con un bache mínimamente pronunciado pero lo justo para dar una pequeña voltereta de campana. En realidad fue emocionante, recuerdo mis gafas de sol salir volando lo primero por la ventanilla del copiloto, que es la que suelo llevar abierta.

No quiero aburrirte con detalles, la verdad, el caso es que aquí estoy, en el hospital, ingresado. Milagrosamente no tengo muchos daños, el brazo izquierdo lo tengo roto, bueno, rotísimo, me están poniendo en vena un calmante muy fuerte para el dolor.

La mujer con la que tuve el accidente salió un poco mejor parada que yo, también tiene sólo el brazo izquierdo roto ¿A que no puede ser sólo casualidad? Yo también lo pensé pero me llevé una desilusión muy grande cuando su marido vino a visitarla. Parecen muy felices juntos, suena egoísta, pero me entristece mucho que sean felices. 

Lo verías lógico si tuvieras algo de empatía.

Declaré que se me fue el volante y no se lo ha tomado a mal la muchacha, ni su marido. Se compadecen un poco de mí, de hecho. La verdad es que lo pienso y es una locura lo que hice, sé que es difícil de entender, pero siento que los motivos son importantes, sinceramente. Lo único que quiero es que venga el doctor, haga su trabajo rápidamente y pueda salir cuanto antes de aquí. No me gustan nada los hospitales.

Sucede. Tras tratamientos médicos de diversa índole, una escayola y unos papeleos por fin me están poniendo suero y doy mi último paseo por el hospital antes de que me den el alta, cuando, de repente, cerca de la salida del hospital, presencio el cambio de turno de enfermeros.

Reparo en una enfermera que ha acabado su turno y se va a marchar a casa. Ahora todo cambia, no me creo lo que estoy viendo.

Es, literalmente, la mujer más guapa que he visto en mi vida: tremendo atractivo, un ángel caído del cielo. Si es que cuando la belleza no tiene parangón...

Miro mi aguja intravenosa.


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