Soy
Fernando. Fernandito para los amigos, para los dos o tres que me quedan, claro. Lo cierto es que llevo toda la vida
sintiéndome muy sólo, y, créeme, no hay muchas sensaciones peores que esa. El
motivo por el que estoy en el hospital ingresado es peculiar.
Lo
comprenderás si tienes algo de empatía.
Iba por
la autopista, conduciendo por el carril izquierdo. Tenía un coche delante mía
que iba pisando huevos, y claro, eso a mí me enfadaba un poco porque se supone
que es el carril rápido.
Le
adelanto por la derecha, cosa que sé que está mal pero no me dejaba otra
opción, y cuando miré al conductor para soltarle algún improperio acompañado de
un educado corte de mangas, todo cambió: no me creía lo que estaba viendo allí.
Era,
literalmente, la mujer más guapa que había visto en mi vida, tremendo atractivo,
un ángel caído del cielo. Si es que
cuando la belleza no tiene parangón...
Miré el
volante.
Entiéndeme,
era la única forma real de conocerla, no me juzgues si no quieres que yo te
juzgue a ti.
Di un volantazo,
no muy pronunciado, lo justo para provocar un pequeño accidente, tener que
bajarnos del coche, arreglar los papeles, conocernos, tener una cita, casarnos,
un par de hijos, lo que me pidiera, qué más daba. No existía un espécimen mejor
que ella. Sé que es descabellado
pero seamos sinceros ¿Qué posibilidades había de conocernos si no era forzando
la situación?
Cuando
chocaron nuestros coches recuerdo que el suyo descarriló mientras daba un
frenazo y se empotraba contra el quitamiedos, sin demasiados daños.
El mío se
topó con un bache mínimamente pronunciado pero lo justo para dar una pequeña
voltereta de campana. En realidad
fue emocionante, recuerdo mis gafas de sol salir volando lo primero por la
ventanilla del copiloto, que es la que suelo llevar abierta.
No quiero
aburrirte con detalles, la verdad, el caso es que aquí estoy, en el hospital,
ingresado. Milagrosamente no tengo muchos daños, el brazo izquierdo lo tengo
roto, bueno, rotísimo, me están poniendo en vena un calmante muy fuerte para el
dolor.
La mujer
con la que tuve el accidente salió un poco mejor parada que yo, también tiene
sólo el brazo izquierdo roto ¿A que no puede ser sólo casualidad? Yo también lo
pensé pero me llevé una desilusión muy grande cuando su marido vino a
visitarla. Parecen muy felices juntos, suena egoísta, pero me entristece mucho
que sean felices.
Lo verías
lógico si tuvieras algo de empatía.
Declaré
que se me fue el volante y no se lo ha tomado a mal la muchacha, ni su marido.
Se compadecen un poco de mí, de hecho. La verdad es que lo pienso y es una
locura lo que hice, sé que es difícil de entender, pero siento que los motivos
son importantes, sinceramente. Lo único que quiero es que venga el doctor, haga
su trabajo rápidamente y pueda salir cuanto antes de aquí. No me gustan nada
los hospitales.
Sucede.
Tras tratamientos médicos de diversa índole, una escayola y unos papeleos por
fin me están poniendo suero y doy mi último paseo por el hospital antes de que
me den el alta, cuando, de repente, cerca de la salida del hospital, presencio
el cambio de turno de enfermeros.
Reparo en
una enfermera que ha acabado su turno y se va a marchar a casa. Ahora todo
cambia, no me creo lo que estoy viendo.
Es,
literalmente, la mujer más guapa que he visto en mi vida: tremendo atractivo,
un ángel caído del cielo. Si es que cuando la belleza no tiene parangón...
Miro mi
aguja intravenosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario