jueves, 24 de noviembre de 2016

Nunca volveré, por David Fernández



Harbin se encontraba con la ropa empapada en sangre y las piernas temblando, apoyado en una roca, con la visión borrosa y náuseas. 

La confusión que acababa de provocarle esa cripta no tenía parangón con nada anteriormente vivido y su aturdimiento le provocaba una sensación tan confusa que no era capaz de discernir qué órganos le seguían funcionando correctamente y cuáles no.

Arrodillado, derrotado, cabizbajo, comenzó a orinarse encima, sin fuerzas (ni ánimos) para evitarlo. Juraría haber oído que algunos de esos síntomas son los que se daban en los hombres justo antes del último exhalo de aliento.

De repente una luz cegadora inundó su campo de visión, con la silueta de una mujer bien diferenciada en ella.

- Ven, hijo mío, ya has pasado bastante calvario.
- Madre ¿Eres tú? - Harbin se derrumbó sin fuerzas sobre la arena del paisaje árido que le rodeaba. Él mismo no sabía si ése era el último segundo de su vida, pero qué más daba, por fin había podido, de una forma u otra, reunirse con su madre. Esbozó una sonrisa...

Harbin era un valiente joven con ganas de demostrar su determinación en cuanto a dominar el miedo a soportar las artes oscuras de este mundo. No había llegado a la entrada de esa cripta por casualidad, llevaba reclutando compañeros un mes atrás para adentrarse en ella. Sólo habían entrado unos pocos y los que salían  nunca querían hablar a los demás de qué les había acontecido dentro. 

Un halo de misterio rodeaba todo aquel asunto, pero lo cierto es que a quienes había estado agregando a su compañía de valientes héroes, abandonaron al grupo horas antes de dirigirse al lugar de la misión, venciendo así el miedo a la curiosidad.

Pero si Harbin tenía que hacer esto él sólo, lo haría. Se lo prometió a sí mismo tiempo atrás para demostrarle a su amada madre que sería capaz. Él no estaba acostumbrado a mostrar ese tipo de orgullo y ahora no existía la opción de retirarse, aunque ganas no le faltaban.

 Se ajustó bien el gorro de cuero, era algo incómodo pero le hacía sentir seguro. Vestía una larga gabardina de un material desconocido pero del cual decían sus familiares que ahuyentaba a las bestias. Era marrón oscuro y con costuras muy poco camufladas. Llevaba una camisa y pantalón de tela negras. La única forma de distinguir la prenda de su torso de un harapo era el suave tacto que siempre tenía ésta, a pesar de estar muy dada de sí y con ademanes de romperse en distintos puntos por la zona de las mangas. Portaba un collar de ajos, un crucifijo en la mano izquierda y una estaca en la mano derecha. El corto cabello del héroe sólo podía entreverse por el flequillo oscuro que salía por debajo del gorro de cuero, su piel era pálida y calzaba unas botas grises cuyo revestimiento daba la impresión de haber visto crecer varias generaciones.

Entró en la cripta y la puerta se cerró tras de sí. Todo estaba oscuro, salvo un pequeño punto de luz en el centro que permitía vislumbrar su alrededor, no claramente al principio, pero más conforme se acostumbraba la vista. El héroe apretó la estaca de madera con sus dedos y permaneció alerta. Se oían unos pasos sigilosos que se entremezclaban con el sonido de tela acariciando el suelo. Sentía bajo sus pies un terreno de baldosas que parecían haberse ido rompiendo de manera azarosa, sin ningún criterio en concreto. Podía intuir obstáculos a su alrededor a modo de pequeñas tumbas, nada que no pudiese saltar de forma fácil o sencillamente esquivar. El habitáculo se sentía con un aire espeso y viciado que se podía saborear como una mezcla de polvo y arena. El olor a anciano lo inundaba todo, "a esto debe oler la muerte", pensó.

En ese momento, se percató de que un sujeto se estaba acercando a la luz central de la habitación, la única que había, pero se quedó lo suficientemente lejos como para sólo poder distinguir, y sin mucho acierto, una silueta de alguien bastante alto con un cuerpo grande pero poco trabajado, de forma que lo que podía ser fornido, era en su lugar fofo.

- Hola joven, eres muy valiente entrando aquí sólo.
- ¡No me das ningún miedo!
- Eso quiere decir que no te dan miedo... - se hizo un breve silencio para a continuación sonar a muchísimo volumen en toda la habitación - ¿¡LOS VAMPIROS!?

El pavor inundó al humano que comenzó a correr torpemente, sin pensar mucho, por todo el habitáculo, tropezando con las lápidas, a oscuras, cambiando el rumbo de su carrera cada vez que chocaba con una.

- ¡Pero chico tranquilo que te vas a matar! - gritaba el no-muerto

El héroe pudo distinguir una puerta a escasos metros al mirar alrededor. No estaba en muy buenas condiciones, pues las contusiones y los tropiezos le habían provocado graves mareos, que unidos a la sangre caliente que emanaba de una de sus cejas en su última caída, no hacían más que empeorar su cordura y, en consecuencia, su integridad física.

Conforme se acercaba a la puerta pudo leer un letrero bien iluminado en el que ponía "EXIT".

Harbin se prometió a sí mismo que sería la última vez que entraba en una casa del terror en Halloween. Eso no era atracción para un niño de 8 años.

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