miércoles, 30 de enero de 2013

Ejercicio práctico, por María del Mar Quesada.


En el  baño de un restaurante  delante del gran espejo, hay  una mujer lavándose las manos y otra retocándose el maquillaje. La mujer que se lava las manos es una chica alta, joven y va vestida informalmente. La mujer que se está mirando al espejo tiene 47 años lleva  un vestido y un bolso negro,  hoy tiene su primera cita con un hombre después de su separación. Cuando van a salir  la puerta del baño no se abre, lo intentan otra vez, pero la puerta no cede. La chica joven cuando ve que está encerrada  comienza a reírse:

-         “¡Vaya lo que me faltaba! Ahora mis amigas creerán que me he puesto a hablar por el móvil”.

La mujer más nerviosa se vuelve y empieza a tirar de la puerta, no se  puede creer  que  en su primera cita se quede encerrada en un aseo por ir a retocarse. Su amiga se lo avisó: “Sé coqueta, pero no te pases, si no él pensará que estás más preocupada porque tu aspecto dé una buena impresión, que por conocerlo a él.”

Mientras la mujer empieza a dar voces para que abran, la chica llama  por el móvil a sus amigas y les dice que avisen a un camarero que la puerta del baño se ha atascado. La mujer deja de gritar y se da cuenta que en su bolso hay más maquillaje que batería en el móvil. Cuando por fin abren la puerta, la chica  dice “Adiós” con una sonrisa y la mujer madura  solo “Gracias”.

Verónica llega hasta la mesa en las que sus dos  amigas están pendientes de la mujer que sale detrás de ella. Con sus miradas interrogan a Verónica y ella  les comenta:

-        No he podido hablar mucho, se ha puesto nerviosa cuando la puerta no abría.  Bueno… tiene una voz dulce y buen tipo para su edad. ¿No habréis cerrado vosotras la puerta, no?
-        Anda ya. Oye Verónica como veo que  hoy no vas a conseguir más información,  pedimos los postres  y no vamos a tomar unas copas.
-        No, guapa. Aquí hemos venido a lo que ya os explique, yo os invito a las dos con la condición de que nos quedemos hasta que se vayan, ese era el trato.
-        Pero, ¿tú estás segura de que son ellos?
-        Si segura, ya lo he investigado casi todo sobre  él, solo me falta ponerme frente a él.

Águeda  se sienta  en  la mesa frente a Vicente, su cita. Le pide disculpas por la tardanza. Para ser una cita a ciegas no va nada mal, excepto por los minutos pasados en el aseo. Vicente es un hombre de cincuenta y dos años, alto,  robusto,  sin barriga, tiene una mirada dulce como sus ojos color miel y  es muy simpático, además de estar divorciado dese hace años.  Águeda todavía no se atreve a hacer preguntas muy  personales, no quiere que él piense que quiere hacerle un cuestionario técnico. Ella ha accedido a salir con Vicente porque es el  vecino de su amiga y ésta le había insistido en que es hombre muy agradable y servicial, además de profesor de Sociología en la Universidad.  Águeda se relaja cuando Vicente le pregunta si tiene hijos, y  comprueba que él  no va hacer  ningún  estudio sociológico con ella, sencillamente quiere conocerla mientras disfrutan una estupenda cena.

Verónica y sus amigas han pedido de postre un surtido de tartas a cual más  dulce y apetitosa, lo  acompañan con un licor. Realmente Verónica ni ha probado las tartas, ni  el licor, ni el rollito de merluza  con gambas que se pidió, solo ha comido los panecillos con paté que le han puesto de aperitivo y una botella de agua ella sola.  Hoy solo  está cenando con su mirada, está succionando todos los detalles del hombre que acompaña a la mujer del vestido negro.  Quiere saber cómo se comporta, cómo es su voz, si mueve las manos al hablar, si tiene tics, cómo es su sonrisa, su mirada. Tiene que anotarlo todo en su cabeza como si fuera un cuaderno, igual que cuando hacía  un ejercicio práctico de Estadística. Ya conoce su estado civil, sus estudios, su trabajo, dónde vive, dónde trabaja, su número teléfono,  su e-mail, hasta su DNI. Pero ahora necesita  saber qué tipo de hombre es, cuáles son sus cualidades, su actitud ante la vida,  sus prioridades, sus pasiones, sus defectos. Esta noche  Verónica tiene hambre de saber,  de conocer todo del hombre que ha dado un vuelco a su vida. Aunque  él aún no lo sepa.

-        ¡Verónica,… Vero!   
-        ¿Qué?  
-        Además de mirar ¿Vas hacer algo esta noche?  ¿Vas a decirle algo hoy?
-        No  lo sé. Es que no sé como iniciar la conversación.
-        Pues tú verás, algún día tendrás que empezar.
-        Ya …
Como si tuviera un resorte automático, pero con efecto retardado Verónica se levanta y se dirige hacia la mesa que ha estado observando toda la velada y en ese corto trayecto su pensamiento, va a la misma velocidad  que los latidos de su corazón, y se interroga a sí misma: “Cómo me presento, cómo le cuento que yo sé una verdad que él  desconoce, porque alguien  cercano  se lo ocultó  para no fastidiarle la vida, cómo le explico que  yo lo  descubrí hace un año y medio y desde entonces se ha convertido en una obsesión hasta que lo encontré”. Sin darse cuenta se halla a un metro escaso de la pareja,  cuando escucha a Vicente se despierta de su ensimismamiento.

-        Me hubiera gustado tener hijos, pero el destino y mi ex mujer se empeñaron en privarme de ellos.

Verónica sabe que  si un matrimonio no tiene hijos, solo responde a dos motivos: no se quieren tener o no se pueden tener.  Así que al escuchar las palabras de Vicente se le acaba de abrir el camino para a ser recibida gratamente, aunque sea 29 años tarde.

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