miércoles, 20 de marzo de 2013

Claroscuros de la Historia, por José García.


En nuestro último tour turístico- cultural a la ciudad de la Luz, París, visitamos entre otros el Museo de Carnavalet, en el barrio de Marais. Es el Museo de la Historia de la Villa de París, en él pudimos contemplar desde los orígenes de la Villa hasta nuestros días; pasando por las Catacumbas de París, donde veinte metros bajo tierra, se pueden apreciar las canteras de piedras que permitieron construir el hábitat de los parisinos, desde la época galorromana.

Iba ensimismado en el recorrido por la historia, cuando al pasar por uno de sus salones, me crucé con su mirada, firme y segura, cercana, un tanto tímida pero nada fría. Junto a él, su amigo, de mirada mucho más incisiva, pelo largo, lo que le daba a su aspecto un cierto aire juvenil y de inocencia. Me abandoné en su contemplación tratando de encontrar alguna respuesta. Cómo es posible que en una misma persona se viertan tantos y tan contradictorios calificativos; para unos, el incorruptible, el virtuoso, el demócrata, el soñador, y sin embargo para otros, sus detractores; el asesino, el sanguinario, el delirante. Cómo cuadrar, cómo equilibrar ésta, cuando la realidad está demasiado torcida hacia lo oscuro. ¿Por qué?

Me había quedado descolgado del grupo, inmóvil y silencioso, cuando me pareció percibir la existencia de su complicidad, como si ignorasen mi presencia y el tiempo no existiese.

-También yo me lo he preguntado muchas veces, sabes. Al igual que este visitante. Porque tantas injurias a lo largo de los más de dos siglos. Porque me ha tratado así la historia, la filosofía y la literatura. Solo fui un hombre de ley, un republicano iniciado en los pensamientos de Aristóteles, Plutarco o Cicerón, pero sobre todo en los textos de Jean-Jacques Rousseau, siempre tomé el referente de la república romana y la participación política de la ciudadanía.

-Cierto amigo, pero un gobierno que se precie de revolucionario no puede serlo solo ante la clase dominante; la aristocracia. También ante aquellos que lo pervierten con su insolencia, que derrochan lo público, que se corrompen y pecan de ligereza. No se puede gobernar inocentemente.

-Todo el mundo sabe que me mostré contrario a la pena de muerte, que como jurista me volqué en defensor legal, especialmente de los sectores más desposeídos e incluso fui contrario a la guerra con Austria.

-Pero la guerra de Austria, al margen de nuestro deseo, era una realidad con la que había que contar y superar. Reorganizando al mismo tiempo el ejército, combatiendo la corrupción entre los generales y altos mandos, teniendo que facilitar el suministro de alimentos, no solo al ejército, sino también a las ciudades; no podíamos olvidar la hambruna que sufría la población. Ya ves lo que ocurrió en La Vendée.

-¡Ah! La Vendée, que frágil es la memoria. Una rebelión, aquello fue una rebelión armada contra la revolución, apoyados por la nobleza en el exilio y el Conde Artois, hermano del monarca. Siempre sostuvimos que la revolución era la guerra de la libertad contra sus enemigos, contra aquellos que la secuestran, que les asusta la legitimidad; la aristocracia. Y el poder público está obligado a defenderse y garantizar la protección de los ciudadanos.

-La revolución imponía el respeto al imperio de la ley; siendo conscientes de los condicionantes en que nos desenvolvíamos. Considerando, como no, las necesidades que padecía la población, que les hacía vulnerables y les llevaba a la desesperación. Pero había que actuar.

-Nos sentimos acorralados, eran múltiples las amenazas que se cernían sobre la revolución; el conjunto de las monarquías absolutistas europeas se coaligaron militarmente, veían el peligro que nuestra República representaba para sus privilegios. Apoyaron las insurrecciones contrarrevolucionarias en el interior, entre ellas y la más representativa “La Vendée”. Nos asfixiaba económicamente, la hacienda pública entraba en quiebra y nos impedía socorrer el empobrecimiento de las masas, que las hacía cada vez más manipulable.

-Sé que nos acusan de gobernar el Terror, con persecuciones políticas y ejecuciones; pero como mantener la República y la libertad en tiempos de guerra, insurrecciones y conspiraciones. Aunque, el uso de este tipo de violencia, pudiera ser contradictorio con nuestra política contraria a la guerra con Austria, por entender que esta respondía más a los intereses de la aristocracia, que a los de las clases desprotegidas.

-Quizás lleves razón, no alcancé a comprender como los propios republicanos (algunos) se mostraban tan contrarios al bien común; como las gentes más desprotegidas caían en la contrarrevolución, cierto que, en detrimento de ellos, la situación se hacía cada vez más insoportable y les agobiaba. Ello me desesperaba tremendamente, la falta de integridad de la que hacían gala estos corruptos republicanos, me destrozaban los nervios que me llevaron al punto del colapso, sobre todo cuando entendí que todo estaba perdido, que se nos escapaba de las manos la oportunidad de cambiar el mundo, de hacer historia en la forma de gobernar, con responsabilidad de todos, mediante el sufragio universal y la democracia.

-Creo que en parte, en un momento determinado, mostramos una cierta inseguridad, que a su vez, generó inestabilidad y terminamos sucumbiendo a las circunstancias que estas desencadenaron.

-Estas acusaciones me han perseguido siempre, entonces y hoy, más de dos siglos después; haciéndome culpable y responsable de todos los males, desmanes, desvaríos, purgas; cuando en realidad no di el visto bueno a no más de cuatro o cinco penas de muertes, entre ellas, las del propio monarca Luis XVI, cuando intentó huir, y de la reina María Antonieta, que recurrió a su familia de Austria para derribar al gobierno de la República, y de conspirar contra la revolución e instigando junto a sus amistades en las insurrecciones internas. También, y esta fue una de las que más pesó sobre mi persona, la del miembro del Comité de Salvación Pública y dirigente de la revolución, Georges-Jacques Danton; se mostró indulgente, en un momento crucial, con la corrupción y las intrigas de amigos; pero nunca tuve nada que ver con los asesinatos en masa de los que se me acusan; los repudiaba.

-Estas actuaciones fueron utilizadas, para denominar el Terror; y al acabar con él, también se acabó con el impulso democrático.

-Efectivamente, fueron aprovechados por quienes, en verdad, organizaron el Terror, para apropiarse de los bienes de los nobles y banqueros, que a su vez ejecutaban. Posteriormente descargaban sus culpas en mí o en el Comité, llegando inclusive a falsificar documentos.


-Señor, señor.

-Sí.
-Tenemos que cerrar, señor.

-Disculpe, me quedé distraído.

-No le culpo, más de uno o una, queda ensimismado en el enigma y controversias que emanan estos personajes; sobre todo él, Maximilien François Marie Isidore de Ropespierre. Este otro es, su colega, amigo y militar, Louis Antoine León de Sanit-Just.

-Sí, fueron visionarios de una vida futura, aunque murieron convencidos que sus ideas habían sido derrotadas, la realidad es que dieron un autentico vuelco a las mentalidades, que a la postre, cambiaron el mundo.

Radicales en la filosofía de la virtud y el bien común, desde espíritus laicos, en el Estado y en la Educación. Apasionados y comprometidos con los derechos humanos y con la participación en la vida pública de todos los estratos de la sociedad.

-Cierto, su Declaración de los Derechos de los Ciudadanos y la Constitución de 1791, sentaron las bases de nuestra República actual.

-Esperemos que algún día la historia les haga un nuevo y más justo juicio.

El sueño, por José Miguel García.



Alan está sentado en el sillón: lee un libro. No es un libro demasiado importante, la ópera prima de una escritora novel que no alcanzaba más de doscientas páginas. Una de esas historias que se leen en unas horas bien aplicadas y que difícilmente dejan memoria de su contenido, pero había decidido terminarla aquel día, el interés con que la bibliotecaria le había hablado de él había abierto las puertas de su curiosidad. Ahora que lo había acabado no le pareció que la mereciera.

Estaba leyendo las reseñas de la contraportada cuando oyó una llave que abría la puerta del piso. Supuso que sería Albert, su hijo menor, al que estaba esperando. Lo había llamado el día anterior y habían quedado para aquella noche. Cuando la puerta de su despacho se abrió, volvió los ojos comprobando que efectivamente era él. El joven entró y saludó con un “hola papá”, que dejó entrever las huellas de cansancio y cierta tensión.

-Hola hijo, te esperaba. Si no has cenado hay un par de sándwiches en la nevera. Contestó con cariño.

Albert se  acercó mientras comentaba que no tenía hambre y que había tomado algo en el camino. Dejó  la bolsa que portaba en el suelo y un beso en la mejilla de su padre, como era costumbre desde que era pequeño. A renglón seguido Alan  preguntó:- ¿Cómo ha ido la conferencia?

-Fabulosa, mucho mejor de lo que esperaba, contestó cambiando el tono inicial, me aplaudieron muchísimo, incluso el vicerrector se acercó para decirme que tenía reservada una botella  de champán para celebrarlo y lo mejor, he  recibido una oferta para repetirla en dos  universidades de Alemania.

 -Me alegro mucho, me gustaría haber acudido, pero como te dije, no me parecía prudente que un analfabeto en  economía  apareciera allí entre gente tan joven y tan docta.

- Venga papá, vaya tontería. En una conferencia hay gente de todas clases. Es cierto que la mayoría es joven, ya sabes, estudiantes, doctorandos, pero siempre te pueden confundir con un representante de cualquier holding atento a nuevas ideas económicas. Además, de viejo nada, tienes un magnífico aspecto y lo que me podría preocupar es que  más de una chica te buscara para pedirte un trabajo en la empresa o que le dirigieras la tesis.

Ambos se rieron de buena gana.

-¿Quieres una copa?, preguntó.
-Me sentará bien, respondió Alan, ponme un whisky con un hielo…dos cubitos, por favor, matizó, y no más de dos dedos.

Al cabo de un minuto Albert dejó un vaso sobre el cristal de la mesa y Alan lo tomó solícito. Hacía tiempo que no bebía, incluso el chico le había recriminado más de una vez su afición a tomar una copa cuando la noche acababa, pero aquella vez era distinto y se alegró de tener entre las manos una copa que le ayudara a lo  quería decirle.

 -Albert, quiero hablar contigo. Dijo sin esperar a que llenara su suya. Hace tiempo que le llevo dando vueltas a un tema y he decidido que ha llegado el momento de ponerlo en marcha. No te sorprendas por lo que te voy a decir.

Albert lo miró intrigado arqueando las cejas, se sentó en un sillón situado justamente al  frente y quedó  expectante.

-Hijo, hace unos días que he ido al notario para hacer testamento. Aunque lo he pensado bien, me gustaría que le echaras un vistazo. Sabes que lo último que querría es que por temas de herencia tuvierais problemas tus hermanos y tú.

- ¿Testamento?, preguntó incrédulo.

- Sí, Albert, testamento. No es algo inusual, es lo que debería hacer todo el mundo. Así quedan las cosas claras y cuando llegue el  momento se ahorran un montón de problemas con el fisco.

- Pero papá, si tú eres joven y estás bien de salud, que prisa tenías… Se detuvo un instante y continuó.–Perdona, precisamente yo debería ser el último en criticar algo así. Tienes toda la razón en lo que dices y en lo que has hecho, pero no he podido evitar tener un mal presentimiento cuando he oído esa palabra. Como muchos argentinos soy un poco supersticioso.

 -Por favor, Albert, no digas tonterías. Me encuentro perfectamente y no tengo intención de borrarme de la vida. Lo he hecho, no porque tenga intención de morirme, nada más lejos de mi propósito, sino como te he comentado para evitaros problemas futuros y sobre todo  para alcanzar un sueño.

- ¿Un sueño?, ¿Hacer testamento es un sueño para ti? Venga padre, no me lo creo…

- No, hijo, no, no es ese al sueño al que refiero, pero eso te lo explicaré más tarde. Ahora me gustaría que te centraras en la forma en he que dispuesto el reparto. Tú eres abogado y sabes de estas cosas, pero no lo hagas sólo con ojos de profesional, hazlo también con lo que tu corazón te dicte que es justo o qué no lo es. Indícame cualquier duda que te asalte y la discutimos.

Alan se levantó, sacó del cajón superior de la mesa del despacho un sobre voluminoso en cuya cara aparecía el sello de una conocida notaría y se lo pasó a su hijo. Después se dirigió a la terraza dando tiempo a Albert a leer el contenido. Abrió el ventanal, dispuesto a dejar impreso en sus ojos el paisaje que alcanzaba la vista, en previsión de que alguna noche la nostalgia le llegara.

La vieja capital porteña aparecía plena de luz y bullicio mientras en su rostro se dibujó una sonrisa de dolor al recordar a Nora, la mujer que le enamoró y le ancló al Río de Plata. Le llegó un reflejo de la luna de las cristaleras de los rascacielos mientras de lo lejos acudieron rumores de  vida y aromas de primavera. Ensimismado se sobresaltó al notar una mano sobre su hombro. Se volvió y descubrió a Albert que le sonreía.

-Es perfecto, papá. Nadie habría sido capaz de mejorarlo. Ninguno de mis hermanos pondrá una sola pega y, por supuesto, yo tampoco. Vuelves a demostrar lo que has sido siempre: Un padre maravilloso y un hombre justo.

-Gracias hijo, no sabes el descanso que me traes con tus palabras. Hizo una pausa, respiró profundamente y continuó: -Quiero decirte algo que debes saber. Sé que debería haber reunido a todos tus hermanos y seguramente  me lo recriminarán, confío en ti para que no sea así, pero entiende que no me fiara de que entre todos intentarais impedirme hacer lo que he decidido. Estoy seguro que tú lo comprenderás, por eso te he llamado a ti y no a ningún otro. Te adelanto, para evitar malos entendidos que no pienso en el suicidio, sino todo lo contrario.

- Albert, perplejo, quedó sin saber que decir, hasta que al fin preguntó. - ¿Padre, a que te refieres? Me tienes en ascuas.

- Vayamos al salón, respondió, estos temas sentados se hablan con mayor serenidad.

Ambos se dirigieron a la habitación y se acomodaron. Alan terminó el contenido del vaso y miró a su hijo. Se sintió satisfecho de que parecido de su hijo menor fuera mayor tan extraordinario y no sólo físicamente, sino por algún misterio que no alcanzaba a comprender de la genética también había heredado su forma de ver el mundo.

-Mira Albert, sabes que llegué a Argentina hace casi cuarenta años, que me enamoré de tu madre y que le he sido fiel todos los días de su vida. Dediqué cada momento de mi existencia a que ni a ella ni a vosotros os faltara nada. Tuvimos momentos malos y buenos, pasamos la vida como la vida pasa, unas veces a golpes y otras a besos. Ella ha muerto y estoy aquí. Es inevitable que me sienta solo, pero sabes una cosa:  aún soy capaz de soñar.

Albert intentó protestar, pero un gesto de la mano de su padre le retuvo.

-Si, tal vez decir que estoy solo pueda parecerte injusto, me llamáis por teléfono, venís cada vez que vuestras obligaciones os lo permiten, os preocupáis y todas esas cosas que hacen los buenos hijos. Por supuesto que no os reprocho nada, al contrario, creo que sois unos chicos estupendos. Pero no iba por ahí el discurso, me refería a otros tipos de sensaciones, esas  que te comen por dentro, que te dicen que si no cambias el rumbo a tu barco sólo tiene un destino: quedar varado en la última playa esperando que el mar le muerda las cuadernas. Esa sensación que no te deja ser feliz, llena de penumbras mi alma y doy por seguro de que si no actúo ahora y doy una vuelta de timón,  dentro de poco ya no será posible y el mar del que te hablaba me arrastrará sin remisión.

- Pero padre…

-No me interrumpas, por favor. No sería capaz de retomar el discurso si lo hicieras. Hizo una pausa y siguió: He decidido marcharme mañana. No me preguntes a donde, en realidad no tengo ni idea. Le he dado muchas vueltas, he mirado todos los mapas, el globo terráqueo de arriba abajo y he descubierto que me quedan tantos sitios por conocer, tantos paisajes, tantas historias por descubrir y tan poco tiempo, que  he decidido jugármelo a la suerte. Mañana cuando llegue al aeropuerto tomaré el primer vuelo que salga del país sin importarte a donde me lleve. Ya es hora de que deje de que la seguridad camine después que mi sombra.

-Padre, por favor, respondió Albert intentando buscar argumentos que lo disuadieran, pero al mismo tiempo con el temor de que la  decisión estuviera tomada. Intuyendo que la batalla aún no estaba perdida, intentó buscar algún hueco por donde colarse echando mano al chantaje emocional como hacía con los acusados en los juicios y  dijo: ¿Has pensado en nosotros, en la angustia en la que nos dejarás?

-Cómo no iba a pensar en vosotros si sois todo lo que tengo, os dejo todo lo material que poseo además de mis mejores años y mi amor, pero debes entender que es mi vida, la poca o la mucha que me pueda quedar y quiero gastarla haciendo otras cosas que no sean leer en esta biblioteca esperando un amanecer que no llegue a ver.

- Quizás podrías contemplar la posibilidad – interrumpió Albert- de  que esa decisión no sea más que un impulso de un mal momento. Tengo un amigo psiquiatra que quizás podría ayudarte a que lo pensaras.

Se hizo un largo silencio mientras contemplaba el rostro sereno de su padre y supo que nada le haría desistir de su decisión.

-Albert, me conoces los suficiente como para saber que no es algo que haya decidido a la ligera. He pensado en cada una de las cosas que me has planteado y otras que todavía ni te has atrevido a plantear. Pero debes saber que, aunque entiendo que debes intentarlo para dejar libre tu conciencia, sabes que no voy a rectificar.

Albert sabía que su padre llevaba razón, era cariñoso y emotivo, pero cuanto tenía algo claro ni todos los vientos de un huracán le habrían hecho variar el sentido de sus pasos.

-De acuerdo, padre. Aunque me pesa decirlo, reconozco que te comprendo, pero dime al menos de qué vivirás, si llevas dinero, si has previsto fondos suficientes en las tarjetas y cómo sabremos de ti.

- Albert, lo miró sonriendo y dijo: Dices entenderme y me temo que no. Déjame recordarte aquellas historias que te hacían llorar cuando eras  niño en las que te contaba lo que ocurría con los viejos en los pueblos  esquimales.

 - No hace falta padre, las recuerdo perfectamente. Cortó Albert.

- Llenemos las copas y brindemos. Apostilló Alan, levantando la copa y dando la conversación por concluida.

-Ojalá encuentres lo que buscas- dijo con emoción Albert. Se arrojó sobre él y se fundieron en un largo abrazo en el que no pudo reprimir que las lágrimas le asaltaran.

A la mañana siguiente lo acercó al aeropuerto, llevaba una mochila y ropa cómoda, y la misma sonrisa en sus ojos de quien el cielo le concede  una segunda oportunidad.

Nunca más supo de él.

lunes, 18 de marzo de 2013

La riñonera, por María del Mar Quesada.


Dios mío, que pesada es mi madre. Todo el día  machacándome. Come, duerme, ponte esto, no vengas tarde, llámame, deja ya el móvil, llévate esto, por  si hace frio, por si hace calor.  ¡Dios, papá! ¡Vaya regalito me has dejado! ¡Qué ganas tengo de irme de viaje y perderla de vista unos días!”

Kike está preparando la maleta para irse de viaje a Estambul con sus amigos, es como su viaje de fin de curso, pero solo él lo vive así, pues sus amigos ya están en la universidad. Él no pudo ir con sus compañeros de instituto, porque su padre había muerto un mes antes del viaje de fin de curso. 2º de Bachillerato fue horroroso para él, nada más empezar el curso su padre enfermó, Kike  dejó de lado sus estudios para acompañarlo en su enfermedad, pero le prometió que seguiría estudiando y cuidaría de su madre si se quedaban solos.  Cuando el padre murió,  Kike cumplió su promesa, pero en vez de matricularse del curso completo solo lo hizo de la mitad de las asignaturas y comenzó a trabajar por horas en una tienda de repuestos de bicicletas. Tardó dos años más en sacarse el bachillerato, pero a cambio tuvo ingresos suficientes para no tener que pedirle dinero a su madre y ayudar a la economía familiar.
La muerte de su padre le ha enseñado que la vida es arbitraria y  tu presente puede cambiar mañana sin previo aviso, por ello, se prometió a sí mismo esforzarse para tener un futuro profesional, pero como no podía esperar a terminar la carrera y encontrar trabajo para realizar sus proyectos, decidió trabajar y estudiar al mismo tiempo. El  primer premio  a su esfuerzo sería este viaje aplazado.

Pese a haber demostrado madurez en sus decisiones y tener 21 años, su madre sigue tratándolo como un niño. Siempre ha sido muy protectora con su hijo pequeño, pero desde que murió su marido hace tres años, en su  subconsciente subyace el miedo de perderlo como a su esposo, así que está pendiente de Kike a todas horas. Ella no se quiere dar cuenta que su hijo ha madurado, que poco a poco es más independiente  del nido materno, sabe que es un chico responsable aunque despistado, pero le cuesta asimilar que conforme pasa el tiempo la irá necesitando menos. Últimamente se ha vuelto  tan absorbente que en algunas ocasiones, él  le ha contestado mal, pero ella ni se ha  inmutado. Cuando esto ocurre,  el recuerdo de su padre y la promesa que le hizo, se repite  como un mantra para Kike: “Respeta a tu madre, ella es la única mujer en tu vida que te querrá siempre, hagas lo que hagas”.

La noche antes de salir de viaje, Kike revisa la maleta que llevaba haciendo desde hace una semana, y en su interior se encuentra cosas que él no ha introducido: un pijama de invierno y un forro polar pese  a que es verano, tres pares más de calcetines, unas zapatillas de estar en casa y algo extraño, una riñonera marrón. “Maldita sea, ya ha metido la mano en la maleta, será posible, ¿dónde se cree que voy? ¿a Siberia,… Ni muerto me llevo la riñonera de la edad de piedra. Vamos me la pongo, me ve Julia con ella puesta y adiós entrar en su cama por las noches. ¿Y ésto? ¿Qué tiene dentro la cochambre ésta?,… el pasaporte, la tarjeta sanitaria, ¡uy! 200 euros…”.  Saca la riñonera de la maleta y mientras mete el dinero en su cartera y se dispone a vaciar el interior de la mini bolsa, suena el móvil de Kike. Es Julia:

-          Kike, llévate tu cargador del móvil que siempre se te olvida y luego se lo estás mendigando a todo el mundo.
-          Oye, que ya tengo a mi madre para recordarme todo, pero gracias…. Se me había olvidado, ahora lo busco.
-          Lo sabía, mira que eres despistado, cuando no son las llaves de tu casa, son las del coche, o las gafas de sol, o la cartera. Cualquier día se te olvida la cabeza. Bueno mañana nos vemos.
-          Vale, hasta mañana.

Kike suelta la riñonera y  se pone a buscar el cargador.  

La mañana siguiente,  Kike se despide de su madre en el pasillo. Ella le dice por enésima vez:
-          ¿Lo llevas todo, cariño?
-          Que sííí.
-          Te puse la riñonera para que lleves todo encima, por si te quitan la mochila. ¿No te gusta?
-          No mamá. Bueno que me tengo que ir, te llamo cuando llegue al hotel. Un beso.
-          ¿Seguro que no la quieres? ¿Lo llevas todo?
-          Que no. Digo que sí, lo llevo todo, pero  que no quiero llevarme esa yaya.
-          Como quieras. Pásatelo bien hijo y ten mucho cuidado.

El primer trayecto Madrid-París se le pasa muy rápido. En el aeropuerto de Orly, cuando se disponen  a pasar   el control de seguridad, para embarcar en el avión que los lleve a Estambul,  les piden los pasajes y el pasaporte. Kike busca en el bolsillo de su mochila, encuentra los pasajes, pero no el pasaporte. Extrañado y un poco nervioso, comienza a mirar por todos los bolsillos de la mochila,  luego en sus pantalones y en la cazadora.  Julia  que lo observa, le pregunta:

-          ¿Qué ocurre Kike?
-          No encuentro el pasaporte
-          No te pongas nervioso, intenta recordar dónde lo guardaste  ayer. Ve paso por paso.

Kike de repente ve en su cabeza la secuencia,  pero no la de ayer, si no la de esta mañana: su madre en la puerta con la riñonera en la mano, preguntándole si lo llevaba todo y entonces se acuerda. “Mierda, en la riñonera.  Mi madre”.

El extraño amor de Martins, por José Miguel García.


Martins despertó con la cabeza cargada y las piernas doloridas como si hubiera corrido el Maratón un par de veces. Aunque se  encontraba francamente mal y el estómago le pasaba como si en vez de gin tonics hubiera bebido cemento, logró sentarse en el borde la cama. Al cabo de un rato, cuando fue tomando conciencia, pensó en Monic. Vagamente recordó que al llegar de madrugada no la había visto, aunque tampoco estaba seguro porque en el estado en que alcanzó la cama lo inaudito hubiera sido que conservara algún recuerdo coherente.

Comprobó con indiferencia que había dormido vestido. Al volver el cuello, la encontró sobre en el sillón mirándole con sus inmensos ojos verdes. Hipnotizado se hundió en sus iris como un submarino a la deriva, dudando si encontraría una carga de profundidad que le hundiera el día antes de comenzarlo o la sombra de una sonrisa que le abriera puertas a la esperanza. Por fortuna no hubo ninguna explosión: entre Monic y él había una complicidad a prueba de salvavidas, confirmó aliviado con una mueca de sonrisa.

A diferencia de las mujeres - con las que había compartido la cama, el cuarto de baño y las frustraciones-  que jamás quisieron aceptar que un hombre necesita para no hacer amistad con el psiquiatra, perderse algunas noches y levitar en el sopor amargo del alcohol hasta perder la memoria, Mónica era de ese raro tipo de damas que son capaces de entenderlo. Siempre se ha preguntado si será así porque es extranjera; pero para él sigue siendo un misterio  que jamás haya habido un reproche o una mala cara, a pesar que su horario como detective del distrito de Albany Parkde de Chicago, es tan imprevisible como una flor del desierto.

Es consciente, sin embargo, de que Monic no es perfecta. No tiene la rubia melena de Franscis, ni aquellas largas piernas de Julie que parecían arrancar donde le concluían los ojos, pero a cambio atesora otras virtudes que le compensan, en especial la que echó tanto de menos en otras convivencias fracasadas: el silencio. Tras muchas intentos de vivir en pareja, que acabaron antes que las burbujas del champan con las que se juraron algo parecido a un sucedáneo de amor eterno, incluida una semana en las Bahamas, y la condición expresa de que ella no quedara embarazada y el compromiso de ser infiel sólo lo justo, cree que al fin ha encontrado a la compañera ideal.

Con la imperiosidad que da la urgencia, Martins, tras darle los buenos días, se dirigió al cuarto de baño dispuesto, como otras veces, a no mirarse al espejo para evitar las ganas de escupir en el reflejo de su rostro. Pero cuando se halló ante él fue distinto. Cayó en la cuenta que era la primera vez que lo hacía en semanas y comprobó, no sin sorpresa, que era menos viejo de lo que había supuesto. Pensó que la naturaleza humana es asombrosa, ni sus cincuenta y ocho años a cuestas ni la mala vida habían sido suficientes para dejar aquella mañana cartones secos en su cara.

De pronto recordó que el  espejo hacía semanas que no existía, en un arrebato lo había convertido en un montón de estrellas esparcidas por las baldosas del cuarto de baño. Supuso que Rubillia, la negra de cien quilos, que de vez en cuando ponía un atisbo de orden en el caos congénito del viejo apartamento, había tomado la inusual iniciativa de llamar al cristalero. Su mente policíaca relacionó rápidamente la causa de que la factura del mes anterior hubiera subido hasta los cien dólares y que hacía algunos días que sus zapatos no masticaban cristales.

Animado por el buen augurio, decidió adecentarse la cara con un afeitado. Ante la ausencia de jabón, tomó de la cocina un bote de lavavajillas para hacer espuma y con el bisturí, que había guardado como recuerdo entre las pruebas de los crímenes del doctor Friman, repaso su rostro hasta que las manchas de la rala barba desaparecieron. En el tránsito, el tembloroso pulso de su mano derecha le jugó una mala pasada adornándole la cara con varios cortes, cuyas hemorragias intentó mitigar con trozos de un ajado periódico deportivo.

No es fácil ser detective en Chicago, pensó, mientras se miraba satisfecho, sin reparar en la sangre que gota a gota manchaba el cuello de su camisa, pero si lo eres, tienes que cuidar la imagen lo suficiente para que en la comisaría no te detengan confundido entre los delincuentes. Decidido por la frase que le había llegado a la mente como el eructo del último  gin tonic, se acercó a la nevera y rescató un tetrabrik de jugo de mango del que dio un trago antes de mojarse los dedos con su zumo. A continuación  los pasó por el rostro dejando en sus mejillas sabor a fruta  y en el aire una blasfemia nacida al rozarse los cortes.

Se cambió de camisa y de chaqueta, pero no de pantalón -los otros había olvidado recogerlos de la lavandería-, pero no le preocupó demasiado porque los que llevaba puestos eran, en cierto sentido, una prueba viva de los últimos tres crímenes sin autor de su distrito. No le faltaba razón ya que le habían acompañado a los lugares donde se habían cometido y era seguro de que entre sus costuras la policía científica hubiera encontrado pruebas decisivas. Sonrió con malicia al imaginar que, de saberlo, el fiscal no habría dudado en presentarlos como testigo de cargo.

Volvió a mirarse al espejo ahora enfrascado en anudarse la corbata. Cuando lo consiguió comprendió que jamás conseguiría la gracia y la consistencia que le  hubría dado la pelirroja Turner. De aquella chica se separó el día que dio por concluido el curso de nudos marineros al que tuvo que acudir por prescripción psiquiátrica. Sin embargo, no le causó ningún trauma, porque cayó en la cuenta de que lo único que le retenía a su lado era la esperanza de que un día ella se decidiera en cambiar el de la corbata por uno corredizo que le ayudara a poner fin a su existencia. Aquella fue una mala época en la que su vida le importaba tanto como el anuncio de gel con sabor a fresas, pero afortunadamente ya la había superado.

El sonido del teléfono le sobresaltó  e instintivamente echó mano a su pistola. Sintió un pinchazo en la cadera recordándole que había pasado la noche sobre su inseparable compañía. - Siempre me hace daño lo femenino, pensó con sorna.

Repuesto del inicial sobresalto, siguió el estridente sonido hasta el dormitorio. Al cabo de un instante encontró el cable y al tirar de él apareció el teléfono bajo la cama. Lo descolgó y preguntó:
-Aquí Martins, ¿quién es?

 Desde el otro lado, la voz desagradable de la telefonista de la comisaría le recordaba que a las nueve tenía una reunión con el teniente Curtiz y que estaba esperando  el informe escrito del último caso.

-De acuerdo, estaré allí dentro de un momento-, contestó sin convicción y colgó.

Recordó que no había escrito el informe, pensó que lo grabaría en la casete camino de la comisaría y al llegar, tras invitar a Judit a un café, le pediría que se lo pasara a papel. Sabía que le caía bien, lo que era un dudoso gusto, pero ya se sabe que en ese tema todo es imprevisible. Lo que admiraba de ella, además de sus generosos pechos, era la facilidad con que movía los dedos sobre las teclas de la máquina. Una vez la vio escribir mientras con una mano se pintaba los labios y con la otra sostenía un espejito, al tiempo que conseguía reproducir los acordes de una vieja canción country poniendo el contrapunto del bajo con los clics del carro. Esa chica, pensaba, había confundido su profesión, de tener la misma facilidad sobre un piano o sobre el cuerpo de un hombre hubiera sido una estrella en el  Broadway o una reputada masajista de la quinta avenida.

Sacó la pistola de la funda y tras comprobar que estaba cargada, se cercioró de que el seguro estaba puesto -costumbre que había adquirido el día que por accidente se le disparó en un pié y le dejó un zapato inservible y una leve cojera-. Se dirigió a la cocina y miró el reloj: marcaba las siete de la tarde.

- Maldita sea, masculló entre dientes, un día de estos tendré que dar un susto  al chino que me vendió las pilas gastadas-.

Antes de marcharse se acercó al dormitorio para despedirse de Monic, la tomó entre sus brazos y le dio un beso en la boca, un beso suave y largo sin grumo de lujuria. Ahora la lujuria sólo era un viejo recuerdo que había rodado sin frenos hasta un lugar recóndito del que no tenía intención de rescatarla. Mirándola de frente le comentó que no era seguro que pudiera estar a la hora de la cena, por lo que sería mejor que cenara sola; se excusó comentando  que en su oficio no había horario fijo.

Mónic se apretó contra su pecho como devolviéndole el abrazo y sin palabras dio a entender que comprendía que así era y que así había que aceptarlo. Con ternura inusitada la volvió a colocar sobre el sillón y tras decirle que la quería, comprobó que quedaban manzanas sobre la mesa de la cocina.

 Antes de cerrar la puerta se volvió y se sintió feliz como no lo había sido nunca, tan sólo recordaba una ocasión parecida cuando al despertar del coma, tras el último intento de suicidio, pidió un periódico y comprobó que los  Bulls habían ganado su cuarto anillo.

 Mónica desde el sillón con su vestido verde brillante le vio partir, para un segundo después hizo con la lengua un escorzo en la boca y fijó la mirada en una mosca posada sobre un resto de pizza.
De haber observado toda la escena, un buen psiquiatra hubiera dado por seguro que aquella iguana tenía algo de humana y que Martins no estaba tan loco como pudiera parecer.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Las cajas de los juegos de mesa, por Carmen Gómez Barceló.


Otra vez igual. Esta vez no podré. No podré. A ver…A ver. Uy, qué suave es esta cinta de velcro. ¿Para qué servirá? Tengo el vivo de la bocamanga deshilachado, es muy vieja esta bata. A ver, una botica, eso es interesante. En las boticas pasan cosas. Estas dos manchas  no se me quitan. Normal, los años… 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 1, 2… Otra vez. Deja de contar, por Dios. Estoy nerviosa, de nuevo estoy nerviosa y cuento. Concéntrate, concéntrate. Ahora, a ver, una historia. ¿Qué historia? Las cajas de los juegos de mesa. Ahora tienen polvo. No jugamos ya. Vale, las cajas de los juegos de mesa.
Las cajas de los juegos de mesa.

Ahí están, quietas, tranquilas, las cajas de los juegos de mesa han quedado un poco olvidadas en esta casa. Parece que  quieren hablar, que  quieren decir que están tristes y aburridas porque hace tiempo que nadie las abre y lo que es peor, hay pocas esperanzas de que vuelvan a hacerlo, a ser útiles. Es curioso, es de las pocas cosas que están ordenadas aquí. Debe ser por eso, porque no se usan, qué triste. ¿Va el orden unido a la quietud? ¿ A lo inerte? ¿Cuándo existe el orden, este convive con la involución, o mejor dicho, con la no evolución? Algo así debe decir la teoría del caos. Si esto es así conozco a alguien que está en continua evolución. Tal vez lo mejor será guardar todas las cajas de juegos de mesa, una etapa dará paso a otra, es la jugada de la vida. Las etapas pasadas se llevan  en el recuerdo, pero es insano vivir de su renta, insano y lo que es peor, inútil.

Las cajas de los juegos de mesa se acabarán guardando en el trastero, pero aún no, aunque esta decisión lleve consigo la dualidad de albergar esperanza  o prolongar la agonía.

martes, 12 de marzo de 2013

Realidad y deseo, por José García.


Podían ser las primeras luces de la mañana o el resplandor vespertino que acompaña la caída del día. Cada cual se apresta a consumar su quehacer, en el rol donde, cada uno de forma individual y colectiva, ha de desenvolverse en la vida; llevando entre sus aperos la voluntad y el arrojo para afrontar sus adversidades, así como la ilusión y el carácter para abordar sus retos de futuros. En la translación de esa vitalidad que tiene el ser humano para superar cualquier dificultad, anteponiendo a estas la realización de sus sueños. Como bien relata Ana Frank en su diario. El día, el momento, podría ser en cualquier lugar o rincón del mundo; podría ser el día  soleado, propiciando una luz y colorido intenso, o gris aplomado, pudiendo mostrar también ese halo de viveza y luminosidad, que el blanco de la nieve le transfiere al paisaje; en cualquier caso, el día, el tiempo, puede ser bello, si se tienen deseos y ganas de vivir, por o para alguien o algo. O puede convertirse en tragedia, si tienes la fatalidad de tropezar con el mal, que me temo que existe.

Si tuviera que decir quién soy, podría adoptar una personalidad múltiple y en cualquier lugar del planeta. Podría llamarme Peio, en la plaza de Guernica de vuelta a casa, tras mi jornada como recadero en un comercio; o Anke en Dresde, Sergey en Stalingrado, Akira en Hiroshima o Nagasaki, Nguyen en cualquier aldea perdida de Vietnam, o Salvador en Santiago de Chile; en esos momentos de calma tensa, que se viven en zonas de conflictos bélicos; o haciendo cola en cualquier comercio, para comprar pan posiblemente, como, Voislav en Belgrado, Mirsad en Sarajevo, Amila en Bagdad, Aisha en Gaza, Fátima en Siria, o en cualquier mercado de Paquistán, Nigeria, Mali o Kenia; puedo estar en un tren en Colombo (Sry Lanka),o en un autobús en Tel Aviv; rezando en una iglesia, mezquita o sinagoga en cualquier parte del mundo, o en un avión en pleno vuelo; también puedo ser Alexey en aquel colegio de Beslan (Osetia del Norte), Mijaíl y Alexandra en el Teatro Dubrovka de Moscú, Montse en aquel Hipercor de Barcelona, Paula despertándome en la Casa Cuartel de Zaragoza, Brid en Omagh, Evelyn en Bari; y como no, puedo ser Michael, bombero de New York o José, el puertorriqueño que trabajaba en la limpieza de las torres gemelas; puedo ser Manuel, Ahmed o Sara, aún casi dormidos, subiendo al tren en la estación del Pozo del Tío Raimundo, o Andrew en el metro de Londres. Gentes, seres humanos ajenos e indefensos ante la acción de aquellos que hacen del mal y la violencia el referente para alcanzar sus objetivos, y que les deslegitima socialmente.

Se produce un ruido estremecedor, todos quedan enmudecidos y ensordecidos, nadie parecer hablar ni escuchar a nadie, todos parecen haber adquirido un lenguaje de signos y gesticulaciones, el silencio parece haberse apoderado del lugar; sin tiempo a la reacción, una explosión de fuego, que arrasa y calcina todo cuanto le rodea, con una subida de temperatura que quema la piel; inmediatamente da paso a una ennegrecida y polvorienta nube, de la que empiezan a emerger, como si de fantasmas se tratara, seres polvorientos y ensangrentados, tambaleantes y desorientados, que pese a ello reflejan en sus caras y en sus miradas la incredulidad de no saber que está ocurriendo, y al mismo tiempo el horror. Poco a poco la nube de polvo va desapareciendo dejando a la vista un panorama desolador; edificios derruidos, amasijos de hierro y aluminio, personas calcinadas y petrificadas, al igual que el entorno, personas que se revuelven, heridas, por el dolor u otras que no se atreven ni a moverse por miedo a comprobar si ello es posible o no; poco a poco vas recuperando la audición y no te llegan más que lamentos de dolor y de rabia, no encuentras palabras para expresar lo que estás viendo, lo que ha ocurrido. Te asaltan sentimientos enfrentados y afloran las lagrimas cuando recuerdas como hace solo un instante estos edificios, aviones, trenes y calles estaban llenos de ilusiones  de vida y futuro, ahora truncadas violentamente y lloras de amargura, impotencia y dolor, al tiempo que te aflora la rebeldía, la rabia y el desprecio, contra aquellos que a su vez, desprecian la libertad y la vida.

¿A qué motivos ruines sirven estos crímenes?
¿Qué sin sentido y sinrazón mueve a estos asesinos?

Durante largo tiempo me embargaron estos sentimientos, aunque en mayor o menor intensidad me acompañará siempre, reflexionando largamente una y otra vez sobre estas actitudes, ¿Qué creencia religiosa, política o sentimiento nacionalista e independentista, puede sustentar estos hechos?

Nadie está en posesión de lo absoluto, ni puede ni debe imponerlo a los demás, y aunque la cuestión de lo absoluto tiene su caldo de cultivo en el totalitarismo, hoy surge un absoluto democrático, sustentado en el neoliberalismo imperante, que se intenta imponer a los demás.

Me he preguntado y preguntado a los demás, una y otra vez. Si la velocidad de la luz o del sonido no se aceleran o detienen, ante límites o fronteras físicas o políticas, ni ante la pertenencia a raza, religión o civilización alguna, si el día y la noche actúa por igual para todos, si todo esto es universal como la ciencias, porqué no asumimos nuestras identidades con respeto hacia los demás, o en una alquimia prudente e inteligente que nos haga recuperar los amplios horizontes de lo pagano, donde los dioses se toleraban mutuamente, en vez de potenciar los espacios cerrados del monoteísmo, en el que se enfrentan distintas concepciones de un mismo dios.

Porqué la promesa, la esperanza que para todos los individuos o colectivos, sin discriminación de raza, credo e ideología, representa La Declaración Universal de los Derechos Humanos, no lo hacemos una realidad. Que la realidad y deseo se conviertan en derecho.

Tierra y mar, por Carmen Gómez Barceló.




11 de Noviembre de 2012

Hemos zarpado a las 7horas a.m. con tiempo estable, soleado y  viento favorable. El día ha transcurrido con la normalidad  que es de esperar en un barco mercante. He intentado hablar contigo y ha sido imposible. ¿Dónde estabas?

13 de Noviembre de 2012

Navegando a 20 nudos hemos sido interceptados por un buque de la armada. Han revisado minuciosamente la documentación y una vez comprobado todo nos han permitido proseguir la ruta. La jornada ha sido bastante ajetreada por lo que no he tenido tiempo de pensar demasiado en ti. Tampoco he podido hablar contigo. También he llamado a mi hija Carolina y me ha dicho que su madre andaba ajetreada como siempre con las cosas de la tienda. No he querido pensar nada.

16 de Noviembre de 2012

Hemos estado almorzando por turnos ya que las condiciones atmosféricas  están cambiando por momentos y hay que estar alertas ante cualquier contratiempo.  A mediodía me ha llamado Teresa y me contado que las niñas habían actuado en la función del colegio, y que había tenido que cerrar la tienda, y que habían estado muy graciosas. Cuando he terminado de comer me he asomado por la popa y  estuve pensando en ti. La estela de espuma que dejaba la embarcación dibujaba figuras en el mar. Me hablaban de ti. Por un momento sentí la necesidad de liar el petate y volver. Por la tarde ha habido problemas con la emisora y mi móvil no funciona en esta jurisdicción, o sea que tampoco hoy podré hablar contigo. No sé si te quiero y tampoco sé si tú me quieres a mí. Habrá que solucionarlo.

20 de Noviembre de 2012

El día de hoy ha transcurrido más tranquilo que de costumbre. Ha pasado la perturbación que nos había complicado un poco las cosas, pero como siempre después de la tormenta ha aparecido la calma. Se respira un aire tremendamente limpio y los iones negativos que salpican las olas apaciguan las almas. El confort inunda mi cuerpo. Hoy no te necesito y cuando me has llamado hasta me ha molestado un poco por eso he preferido no contestar a tu llamada.

25 de Noviembre de 2012

El barco me queda pequeño, empiezo a agobiarme, no paro de andar de proa a popa, de babor a estribor, me cuesta concentrarme y la ansiedad se apodera de mí. El médico me prescribe un Diazepán y me ordena retirarme a mi litera. Estoy confuso pero la medicación me induce al sueño. ¿Estarás en casa? ¿Qué estarás haciendo? Cuando vuelva creo que habré superado mi dependencia de ti. No me apetece nada volver  al calvario de mi vida contigo. 


30 de Noviembre de 2012

Hoy por fin hemos hablado. He adivinado por tu voz que te alegrabas de oírme. También me he dado cuenta que no te ha preocupado  que no hayamos  encontrado el momento para comunicarnos, lo que confirma la tranquilidad con que te enfrentas a todo frente a la tortura que para mí ha supuesto siempre no tenerte cerca.

24 de Diciembre de 2012

Volvemos a casa. Es Nochebuena y cenaré con mi mujer y mis hijas. Espero que el agua del mar me haya bautizado de nuevo liberándome  de la obsesión por ti.    

jueves, 7 de marzo de 2013

¡Lo que cuesta ir a la escuela! por José Miguel García.


Vamos cariño, es la hora. El despertador ha sonado hace un buen rato y has tenido tiempo de disfrutar del último sueño. Sí, ya sé que es el mejor momento de toda la noche, como no lo voy a saber, ¿por qué crees que cuando tienes que levantarte temprano pongo la alarma del reloj un buen rato antes?

Haz una cosa, aunque no abras los ojos, céntrate en el calorcito suave con el que te envuelve la cobertera. ¿A que te sientes estupendamente? Pues aprovecha, da un salto de la cama ahora mismo y te doy cien besos de regalo. No sé si te he contado que una vez leí en un libro que si te levantas sonriendo y con buenas sensaciones te espera un día lleno de alegría.

Vaya por Dios, ni te has movido. No conozco a nadie que duerma más que tú, pareces un osito blanco  entre la nieve de las sábanas. Ni se te vaya a ocurrir decir que las sábanas que te pongo en la cama no son tan blancas como la cal. Mientras te desperezas te cuento un pecadillo. Ya sé que no está bien pero, aunque tenga que confesárselo un día al Padre Rufino, no puedo evitar sentirme orgullosa cuando en los ojos de las vecinas veo la envidia reflejada cuando miran las sábanas tendidas en la azotea. Pero si alguna me pregunta cómo lo consigo, me hago la tonta, ni me pasa por el pensamiento contarle a nadie el secreto de su blancura. Que rabien. Bueno, a nadie no, a ti si te lo contaré algún día, como mi madre me lo contó a mí cuando me fui a casar con tu padre.

Si fueras una niña sería distinto, pero eres lo que Dios me ha dado y no tengo más remedio que aguantarme. No me malentiendas, estoy muy orgullosa de ti; lo que quería decir era que es un secreto de mujeres y tú,  siendo varón, no lo puedes entender como lo haría una hija. Pero no te preocupes que te quiero muchísimo, tanto o más que si fueras niña, lo que pasa es que no puedo evitar echar de menos no haber tenido una hija. Perdóname.

Para que veas que es cierto lo que digo y que no me importa que seas niño, un día de estos te lo voy a decir, porque no voy a durar para siempre y un día tendrás que casarte y ese secreto va a ser de las pocas cosas importantes que te voy dejar en herencia. Así se lo podrás contar a tu mujer, aunque como están las muchachas hoy no me extrañaría que no le hiciera ni caso. ! A ver si cuando llegue el momento tienes buena vista y eliges a una mujer como Dios manda y no una niñata de esas que se creen que la vida es el Gran Hermano!

Sigues sin moverte del nido. Algunas veces me parece que estás medio cocido. Pues ni se te vaya a ocurrir hacer lo mismo que el lunes de la semana pasada que tuve que ir al médico a que me hiciera un justificante. Tú sabes que yo no sirvo para mentir y me puse tan colorada que estoy segura que el doctor se dio cuenta. Si no fuera porque nos conoce de toda la vida no me da el papel. Así que… nunca más.

Digo yo que ahora que falta tu padre, va siendo hora de que eches seriedad y te vuelvas más responsable. Por la noche nunca tienes prisa, te sientas en el ordenador y se te pasan las horas muertas. Anoche tarde aún andabas con él, lo sé porque era la hora de tomarme la pastilla de los mareos y vi la luz encendida por debajo de la puerta. No comprendo que placer te da estar horas y horas delante de ese trasto, si fuera la tele lo entendería, porque podías estar viendo una película o el telediario, pero en el ordenador… en fin, tú sabrás.  

Por mucho que holgazanees no te voy a dejar tranquilo. Hoy te levantas te pongas como te pongas. Por mis canas vas a llegar a la hora aunque te tenga que llevar a empujones. Si dentro de dos minutos no te veo en movimiento enciendo la luz de arriba. Me va a dar igual que te moleste la bombilla. Prefiero hacer eso que tener que pasar otra vez la vergüenza con el médico.

Venga. Jesusito, que todos los días me haces lo mismo y ya estoy cansada. A saber  a quién sales, porque ni tu padre, que en paz descanse, ni yo hemos sido nunca remolones. Que yo sepa sólo había en la familia un tío de tu padre, un tal Emigdio, que tenía fama de serlo  ! Por Dios que nombre más feo, no me imagino a quién se le ocurrió darle ese castigo! La abuela contaba que cuando hacía la mili un día le metieron fuego a las sábanas para que se levantara, pero después se supo que tenía una enfermedad que había cogido en África cuando estuvo en la guerra. Por lo visto allí hay una mosca  que cuando te pica te mete en la sangre un bichito que da sueño. Pero quitando a Emigdio que estaba, como te he dicho enfermo, no hay otro caso como el tuyo.

 Igual te retrasas porque no eres feliz en la escuela y por eso no te gusta ir. Ya sé que todos los niños no son buenos y algunos disfrutan haciendo llorar a los que son más débiles, pero así es la vida y no te queda más remedio que ser fuerte y tirar “palante”.

Antes era distinto, un tortazo a tiempo era mano de santo. Ahora no, ahora si le das un grito a un niño te acusan de maltratador y los maestros están asustados. Yo no quiero meterme en cosas de las que no entiendo, pero lo que es cierto y nadie me lo va a negar, es que antes era otra cosa,  la gente hablaba más y había más humanidad y  otro respeto. La gente se conocía y cada uno sabía su sitio, sin embargo ahora te llevas media vida viviendo en un piso y no conoces ni a quién vive al otro lado del tabique y no digo ya de los que viven en el  bloque de enfrente.

Me podrás llamar antigua, pero  es lo que pienso. Desde que la gente se pasa las horas mirando a la tele no es lo mismo. Con la tele es que no te puedes ni mover. Con la radio era otra cosa, la enchufabas por la mañana y podías hacer las faenas, tendías la ropa, ponías el puchero, hablabas con la vecina desde la ventana. Entonces todo el mundo se conocía y si una mañana no te asomabas a dar los buenos días ya sabían que estabas mala y no faltaba la tacita de caldo, y quien se ofrecía a hacerte los “mandaos”; incluso se hacían cargo de los niños y de las faenas de la casa. Era … como te diría, un tiempo más humano. ¡Lo que me gustaba oír por el ojo patio las coplas de moda que alguna muchacha cantaba con más ganas que arte! Era una tontería, lo sé, pero alegraba el día aunque en la cazuela tuviera los garbanzos contados, un pedazo de tocino, una cabeza de ajo y una bolsita de las del  avión para darle color al potaje.

No creas que se me ha olvidado lo que me dijiste la otra tarde de que estás triste en esa escuela Jesusito, pero eso no justifica que no vayas. De todas formas el mejor remedio es el que yo te diga, que más sabe el diablo por viejo que por diablo y deja las tonterías de ir a ver la psicóloga que eso es para los locos. Lo que tienes que hacer es levantarte, vestirte en un periquete y desayunar. Ya verás como con la barriga llena ves la vida con otros ojos. Por cierto, te he preparado un cala-cao de rechupete y unos bollos de leche que quitan el sentido; los he puesto con mantequilla en la plancha, y a fuego mínimo para que no se enfríen, pero si tardas mucho se van a poner medio secos y luego te quejas. Venga y levántate.

¡Hombre, por fin amaneces!, pues que sepas que te queda media hora y ya tienes que correr para llegar a tiempo. Sobre la silla del salón tienes el pantalón azul que tanto te gusta planchado de esta mañana, con la raya firme como un soldado de regulares, y la camisa de  cuadros que te hace tan guapo. Encima te pones el jersey que te dé la gana, pero que abrigue, que en la calle hace frío. En el cajón de arriba están. No he sacado ninguno porque siempre me dices que no se conjuntar los colores, ¡mira usted que torpe mamá!

Antes de ir a la cocina, pásate por el cuarto de baño y te quitas las legañas, a ver si la gente se va a creer que tu madre es una descuidada.

 Se me olvidaba, ha llamado hace una hora Julián, el de cuarto curso, para decir que hoy no puede ir. Me ha dicho que estaba malo, pero no me enterado de qué.

¡Que guapo vas, hijo mío!, pero date prisa de una vez, que para ser el jefe de estudios no das ejemplo precisamente.