miércoles, 20 de marzo de 2013

Claroscuros de la Historia, por José García.


En nuestro último tour turístico- cultural a la ciudad de la Luz, París, visitamos entre otros el Museo de Carnavalet, en el barrio de Marais. Es el Museo de la Historia de la Villa de París, en él pudimos contemplar desde los orígenes de la Villa hasta nuestros días; pasando por las Catacumbas de París, donde veinte metros bajo tierra, se pueden apreciar las canteras de piedras que permitieron construir el hábitat de los parisinos, desde la época galorromana.

Iba ensimismado en el recorrido por la historia, cuando al pasar por uno de sus salones, me crucé con su mirada, firme y segura, cercana, un tanto tímida pero nada fría. Junto a él, su amigo, de mirada mucho más incisiva, pelo largo, lo que le daba a su aspecto un cierto aire juvenil y de inocencia. Me abandoné en su contemplación tratando de encontrar alguna respuesta. Cómo es posible que en una misma persona se viertan tantos y tan contradictorios calificativos; para unos, el incorruptible, el virtuoso, el demócrata, el soñador, y sin embargo para otros, sus detractores; el asesino, el sanguinario, el delirante. Cómo cuadrar, cómo equilibrar ésta, cuando la realidad está demasiado torcida hacia lo oscuro. ¿Por qué?

Me había quedado descolgado del grupo, inmóvil y silencioso, cuando me pareció percibir la existencia de su complicidad, como si ignorasen mi presencia y el tiempo no existiese.

-También yo me lo he preguntado muchas veces, sabes. Al igual que este visitante. Porque tantas injurias a lo largo de los más de dos siglos. Porque me ha tratado así la historia, la filosofía y la literatura. Solo fui un hombre de ley, un republicano iniciado en los pensamientos de Aristóteles, Plutarco o Cicerón, pero sobre todo en los textos de Jean-Jacques Rousseau, siempre tomé el referente de la república romana y la participación política de la ciudadanía.

-Cierto amigo, pero un gobierno que se precie de revolucionario no puede serlo solo ante la clase dominante; la aristocracia. También ante aquellos que lo pervierten con su insolencia, que derrochan lo público, que se corrompen y pecan de ligereza. No se puede gobernar inocentemente.

-Todo el mundo sabe que me mostré contrario a la pena de muerte, que como jurista me volqué en defensor legal, especialmente de los sectores más desposeídos e incluso fui contrario a la guerra con Austria.

-Pero la guerra de Austria, al margen de nuestro deseo, era una realidad con la que había que contar y superar. Reorganizando al mismo tiempo el ejército, combatiendo la corrupción entre los generales y altos mandos, teniendo que facilitar el suministro de alimentos, no solo al ejército, sino también a las ciudades; no podíamos olvidar la hambruna que sufría la población. Ya ves lo que ocurrió en La Vendée.

-¡Ah! La Vendée, que frágil es la memoria. Una rebelión, aquello fue una rebelión armada contra la revolución, apoyados por la nobleza en el exilio y el Conde Artois, hermano del monarca. Siempre sostuvimos que la revolución era la guerra de la libertad contra sus enemigos, contra aquellos que la secuestran, que les asusta la legitimidad; la aristocracia. Y el poder público está obligado a defenderse y garantizar la protección de los ciudadanos.

-La revolución imponía el respeto al imperio de la ley; siendo conscientes de los condicionantes en que nos desenvolvíamos. Considerando, como no, las necesidades que padecía la población, que les hacía vulnerables y les llevaba a la desesperación. Pero había que actuar.

-Nos sentimos acorralados, eran múltiples las amenazas que se cernían sobre la revolución; el conjunto de las monarquías absolutistas europeas se coaligaron militarmente, veían el peligro que nuestra República representaba para sus privilegios. Apoyaron las insurrecciones contrarrevolucionarias en el interior, entre ellas y la más representativa “La Vendée”. Nos asfixiaba económicamente, la hacienda pública entraba en quiebra y nos impedía socorrer el empobrecimiento de las masas, que las hacía cada vez más manipulable.

-Sé que nos acusan de gobernar el Terror, con persecuciones políticas y ejecuciones; pero como mantener la República y la libertad en tiempos de guerra, insurrecciones y conspiraciones. Aunque, el uso de este tipo de violencia, pudiera ser contradictorio con nuestra política contraria a la guerra con Austria, por entender que esta respondía más a los intereses de la aristocracia, que a los de las clases desprotegidas.

-Quizás lleves razón, no alcancé a comprender como los propios republicanos (algunos) se mostraban tan contrarios al bien común; como las gentes más desprotegidas caían en la contrarrevolución, cierto que, en detrimento de ellos, la situación se hacía cada vez más insoportable y les agobiaba. Ello me desesperaba tremendamente, la falta de integridad de la que hacían gala estos corruptos republicanos, me destrozaban los nervios que me llevaron al punto del colapso, sobre todo cuando entendí que todo estaba perdido, que se nos escapaba de las manos la oportunidad de cambiar el mundo, de hacer historia en la forma de gobernar, con responsabilidad de todos, mediante el sufragio universal y la democracia.

-Creo que en parte, en un momento determinado, mostramos una cierta inseguridad, que a su vez, generó inestabilidad y terminamos sucumbiendo a las circunstancias que estas desencadenaron.

-Estas acusaciones me han perseguido siempre, entonces y hoy, más de dos siglos después; haciéndome culpable y responsable de todos los males, desmanes, desvaríos, purgas; cuando en realidad no di el visto bueno a no más de cuatro o cinco penas de muertes, entre ellas, las del propio monarca Luis XVI, cuando intentó huir, y de la reina María Antonieta, que recurrió a su familia de Austria para derribar al gobierno de la República, y de conspirar contra la revolución e instigando junto a sus amistades en las insurrecciones internas. También, y esta fue una de las que más pesó sobre mi persona, la del miembro del Comité de Salvación Pública y dirigente de la revolución, Georges-Jacques Danton; se mostró indulgente, en un momento crucial, con la corrupción y las intrigas de amigos; pero nunca tuve nada que ver con los asesinatos en masa de los que se me acusan; los repudiaba.

-Estas actuaciones fueron utilizadas, para denominar el Terror; y al acabar con él, también se acabó con el impulso democrático.

-Efectivamente, fueron aprovechados por quienes, en verdad, organizaron el Terror, para apropiarse de los bienes de los nobles y banqueros, que a su vez ejecutaban. Posteriormente descargaban sus culpas en mí o en el Comité, llegando inclusive a falsificar documentos.


-Señor, señor.

-Sí.
-Tenemos que cerrar, señor.

-Disculpe, me quedé distraído.

-No le culpo, más de uno o una, queda ensimismado en el enigma y controversias que emanan estos personajes; sobre todo él, Maximilien François Marie Isidore de Ropespierre. Este otro es, su colega, amigo y militar, Louis Antoine León de Sanit-Just.

-Sí, fueron visionarios de una vida futura, aunque murieron convencidos que sus ideas habían sido derrotadas, la realidad es que dieron un autentico vuelco a las mentalidades, que a la postre, cambiaron el mundo.

Radicales en la filosofía de la virtud y el bien común, desde espíritus laicos, en el Estado y en la Educación. Apasionados y comprometidos con los derechos humanos y con la participación en la vida pública de todos los estratos de la sociedad.

-Cierto, su Declaración de los Derechos de los Ciudadanos y la Constitución de 1791, sentaron las bases de nuestra República actual.

-Esperemos que algún día la historia les haga un nuevo y más justo juicio.

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