En nuestro último tour turístico- cultural a la ciudad de la
Luz, París, visitamos entre otros el Museo de Carnavalet, en el barrio de
Marais. Es el Museo de la Historia de la Villa de París, en él pudimos
contemplar desde los orígenes de la Villa hasta nuestros días; pasando por las
Catacumbas de París, donde veinte metros bajo tierra, se pueden apreciar las
canteras de piedras que permitieron construir el hábitat de los parisinos,
desde la época galorromana.
Iba ensimismado en el recorrido por la historia, cuando al
pasar por uno de sus salones, me crucé con su mirada, firme y segura, cercana,
un tanto tímida pero nada fría. Junto a él, su amigo, de mirada mucho más
incisiva, pelo largo, lo que le daba a su aspecto un cierto aire juvenil y de
inocencia. Me abandoné en su contemplación tratando de encontrar alguna
respuesta. Cómo es posible que en una misma persona se viertan tantos y tan
contradictorios calificativos; para unos, el incorruptible, el virtuoso, el
demócrata, el soñador, y sin embargo para otros, sus detractores; el asesino,
el sanguinario, el delirante. Cómo cuadrar, cómo equilibrar ésta, cuando la
realidad está demasiado torcida hacia lo oscuro. ¿Por qué?
Me había quedado descolgado del grupo, inmóvil y silencioso,
cuando me pareció percibir la existencia de su complicidad, como si ignorasen
mi presencia y el tiempo no existiese.
-También yo me lo he preguntado muchas
veces, sabes. Al igual que este visitante. Porque tantas injurias a lo largo de
los más de dos siglos. Porque me ha tratado así la historia, la filosofía y la
literatura. Solo fui un hombre de ley, un republicano iniciado en los
pensamientos de Aristóteles, Plutarco o Cicerón, pero sobre todo en los textos
de Jean-Jacques Rousseau, siempre tomé el referente de la república romana y la
participación política de la ciudadanía.
-Cierto amigo, pero un gobierno que se
precie de revolucionario no puede serlo solo ante la clase dominante; la
aristocracia. También ante aquellos que lo pervierten con su insolencia, que
derrochan lo público, que se corrompen y pecan de ligereza. No se puede
gobernar inocentemente.
-Todo el mundo sabe que me mostré
contrario a la pena de muerte, que como jurista me volqué en defensor legal,
especialmente de los sectores más desposeídos e incluso fui contrario a la
guerra con Austria.
-Pero la guerra de Austria, al margen
de nuestro deseo, era una realidad con la que había que contar y superar.
Reorganizando al mismo tiempo el ejército, combatiendo la corrupción entre los
generales y altos mandos, teniendo que facilitar el suministro de alimentos, no
solo al ejército, sino también a las ciudades; no podíamos olvidar la hambruna
que sufría la población. Ya ves lo que ocurrió en La Vendée.
-¡Ah! La Vendée, que frágil es la
memoria. Una rebelión, aquello fue una rebelión armada contra la revolución,
apoyados por la nobleza en el exilio y el Conde Artois, hermano del monarca.
Siempre sostuvimos que la revolución era la guerra de la libertad contra sus
enemigos, contra aquellos que la secuestran, que les asusta la legitimidad; la
aristocracia. Y el poder público está obligado a defenderse y garantizar la
protección de los ciudadanos.
-La revolución imponía el respeto al
imperio de la ley; siendo conscientes de los condicionantes en que nos
desenvolvíamos. Considerando, como no, las necesidades que padecía la
población, que les hacía vulnerables y les llevaba a la desesperación. Pero había
que actuar.
-Nos sentimos acorralados, eran múltiples
las amenazas que se cernían sobre la revolución; el conjunto de las monarquías
absolutistas europeas se coaligaron militarmente, veían el peligro que nuestra
República representaba para sus privilegios. Apoyaron las insurrecciones
contrarrevolucionarias en el interior, entre ellas y la más representativa “La
Vendée”. Nos asfixiaba económicamente, la hacienda pública entraba en quiebra y
nos impedía socorrer el empobrecimiento de las masas, que las hacía cada vez
más manipulable.
-Sé que nos acusan de gobernar el
Terror, con persecuciones políticas y ejecuciones; pero como mantener la
República y la libertad en tiempos de guerra, insurrecciones y conspiraciones.
Aunque, el uso de este tipo de violencia, pudiera ser contradictorio con
nuestra política contraria a la guerra con Austria, por entender que esta
respondía más a los intereses de la aristocracia, que a los de las clases
desprotegidas.
-Quizás lleves razón, no alcancé a
comprender como los propios republicanos (algunos) se mostraban tan contrarios
al bien común; como las gentes más desprotegidas caían en la contrarrevolución,
cierto que, en detrimento de ellos, la situación se hacía cada vez más
insoportable y les agobiaba. Ello me desesperaba tremendamente, la falta de integridad
de la que hacían gala estos corruptos republicanos, me destrozaban los nervios
que me llevaron al punto del colapso, sobre todo cuando entendí que todo estaba
perdido, que se nos escapaba de las manos la oportunidad de cambiar el mundo,
de hacer historia en la forma de gobernar, con responsabilidad de todos,
mediante el sufragio universal y la democracia.
-Creo que en parte, en un momento
determinado, mostramos una cierta inseguridad, que a su vez, generó
inestabilidad y terminamos sucumbiendo a las circunstancias que estas
desencadenaron.
-Estas acusaciones me han perseguido
siempre, entonces y hoy, más de dos siglos después; haciéndome culpable y
responsable de todos los males, desmanes, desvaríos, purgas; cuando en realidad
no di el visto bueno a no más de cuatro o cinco penas de muertes, entre ellas,
las del propio monarca Luis XVI, cuando intentó huir, y de la reina María
Antonieta, que recurrió a su familia de Austria para derribar al gobierno de la
República, y de conspirar contra la revolución e instigando junto a sus
amistades en las insurrecciones internas. También, y esta fue una de las que
más pesó sobre mi persona, la del miembro del Comité de Salvación Pública y
dirigente de la revolución, Georges-Jacques Danton; se mostró indulgente, en un
momento crucial, con la corrupción y las intrigas de amigos; pero nunca tuve
nada que ver con los asesinatos en masa de los que se me acusan; los repudiaba.
-Estas actuaciones fueron utilizadas,
para denominar el Terror; y al acabar con él, también se acabó con el impulso
democrático.
-Efectivamente, fueron aprovechados
por quienes, en verdad, organizaron el Terror, para apropiarse de los bienes de
los nobles y banqueros, que a su vez ejecutaban. Posteriormente descargaban sus
culpas en mí o en el Comité, llegando inclusive a falsificar documentos.
-Señor, señor.
-Sí.
-Tenemos que cerrar, señor.
-Disculpe, me quedé distraído.
-No le culpo, más de uno o una, queda
ensimismado en el enigma y controversias que emanan estos personajes; sobre
todo él, Maximilien François Marie Isidore de Ropespierre. Este otro es, su
colega, amigo y militar, Louis Antoine León de Sanit-Just.
-Sí, fueron visionarios de una vida
futura, aunque murieron convencidos que sus ideas habían sido derrotadas, la
realidad es que dieron un autentico vuelco a las mentalidades, que a la postre,
cambiaron el mundo.
Radicales en la filosofía de la virtud y el bien común, desde
espíritus laicos, en el Estado y en la Educación. Apasionados y comprometidos
con los derechos humanos y con la participación en la vida pública de todos los
estratos de la sociedad.
-Cierto, su Declaración de los
Derechos de los Ciudadanos y la Constitución de 1791, sentaron las bases de
nuestra República actual.
-Esperemos que algún día la historia
les haga un nuevo y más justo juicio.
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