miércoles, 6 de marzo de 2013

Carta sin emisor, por María del Mar Quesada.


Córdoba octubre de 2012


Tu ausencia está en la eternidad de mis recuerdos. Aunque siempre has estado ausente físicamente, no has dejado de acompañarme nunca. Me he inventado tu vida y me he inventado la mía contigo. Tu recuerdo tiene la facilidad de curarme mis heridas, mis desvelos y mis ausencias. Tú, sin saberlo, provocas mi sonrisa con solo imaginarme tu cara, tu sonrisa, tus manos, tus ojos azules, presentes  en mi memoria y cambiantes conforme pasan los años.

El día que te conocí, sentí una descarga de emoción tan fuerte que supe que jamás volvería a sentir algo igual. Al instante esa emoción se transformó en miedo, el miedo a perderte tan pronto. Tenía que dejarte, no me quedaba más remedio que salvarte de mi propia vida, no podía condenarte a mi existencia sin seguridad, a mis noches al raso, a los días sin comida, a los inviernos gélidos, a los veranos asfixiantes. Tú, no te merecías la indigencia en la yo que nací.

Durante toda tu gestación en mi vientre estuve acompañada por tu padre,  que nos cuidó y nos dio amor, hicimos proyectos contigo, nos imaginamos un vida  los tres juntos. Cuando miraba sus grandes ojos azules inmersos en esa piel morena, surcada por la vida, me convencía de que nuestra salvación serías tú. Tú estabas existiendo en mi, para redimir nuestras vidas, pero los sueños siempre acaban cuando uno despierta y nuestra ilusión acabó cuando tu padre hizo su último viaje al mundo de las tinieblas. Nos quedamos solas tú y yo en la inmensidad de las calles. Cuando llegó el momento de tu partida de mi cuerpo, comenzaste a respirar aire puro, aire sano que desintoxicaba tu sangre. Comprendí que no podía llevarte conmigo.  Uno de los tres tenía la oportunidad de realizar nuestros sueños y esa serías tú.

Solo pedí poder verte de vez en cuando hasta que te encontraran una familia, por suerte pude ver tus primeros dientes, tu primer gateo e incluso pude escuchar tus primeros balbuceos que para mi fueron tus primeras palabras. Sabía que un día llegaría  a la casa cuna y no te encontraría, pero mi fe en tu futuro me había preparado para tu ausencia.

Hoy te escribo desde mi pequeño apartamento alquilado, que puedo pagar gracias un  humilde trabajo y todo ello te lo debo a ti. Mi propósito fue recuperarte, no como madre, pues ya no me corresponde,  sino como una especie de ángel custodio. Han pasado 20 años, no sé dónde estás, pero sé que algún día vendrás a buscar tus orígenes.  Cuando busques en la casa cuna te encontrarás esta carta. Me conformaré con que la leas y sepas que no he dejado de quererte, que tú naciste del amor verdadero entre dos marginados de la sociedad y que en otras circunstancias me hubiera quedado contigo, pero las facilidades no aparecen cuando las necesitas. Prefiero que me condenes al anonimato en tu corazón por abandonarte, pero así  evité  condenar  tu preciosa vida junto a mí.

No obstante si tú quieres, puedes encontrarme, yo te estaré esperando siempre.


Tu ángel custodio

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