Córdoba octubre de 2012
Tu ausencia está en la eternidad
de mis recuerdos. Aunque siempre has estado ausente físicamente, no has dejado
de acompañarme nunca. Me he inventado tu vida y me he inventado la mía contigo.
Tu recuerdo tiene la facilidad de curarme mis heridas, mis desvelos y mis
ausencias. Tú, sin saberlo, provocas mi sonrisa con solo imaginarme tu cara, tu
sonrisa, tus manos, tus ojos azules, presentes
en mi memoria y cambiantes conforme pasan los años.
El día que te conocí, sentí una
descarga de emoción tan fuerte que supe que jamás volvería a sentir algo igual.
Al instante esa emoción se transformó en miedo, el miedo a perderte tan pronto.
Tenía que dejarte, no me quedaba más remedio que salvarte de mi propia vida, no
podía condenarte a mi existencia sin seguridad, a mis noches al raso, a los
días sin comida, a los inviernos gélidos, a los veranos asfixiantes. Tú, no te
merecías la indigencia en la yo que nací.
Durante toda tu gestación en mi
vientre estuve acompañada por tu padre, que nos cuidó y nos dio amor, hicimos
proyectos contigo, nos imaginamos un vida
los tres juntos. Cuando miraba sus grandes ojos azules inmersos en esa
piel morena, surcada por la vida, me convencía de que nuestra salvación serías
tú. Tú estabas existiendo en mi, para redimir nuestras vidas, pero los sueños
siempre acaban cuando uno despierta y nuestra ilusión acabó cuando tu padre hizo
su último viaje al mundo de las tinieblas. Nos quedamos solas tú y yo en la
inmensidad de las calles. Cuando llegó el momento de tu partida de mi cuerpo,
comenzaste a respirar aire puro, aire sano que desintoxicaba tu sangre. Comprendí
que no podía llevarte conmigo. Uno de
los tres tenía la oportunidad de realizar nuestros sueños y esa serías tú.
Solo pedí poder verte de vez en
cuando hasta que te encontraran una familia, por suerte pude ver tus primeros
dientes, tu primer gateo e incluso pude escuchar tus primeros balbuceos que
para mi fueron tus primeras palabras. Sabía que un día llegaría a la casa cuna y no te encontraría, pero mi fe
en tu futuro me había preparado para tu ausencia.
Hoy te escribo desde mi pequeño
apartamento alquilado, que puedo pagar gracias un humilde trabajo y todo ello te lo debo a ti. Mi
propósito fue recuperarte, no como madre, pues ya no me corresponde, sino como una especie de ángel custodio. Han
pasado 20 años, no sé dónde estás, pero sé que algún día vendrás a buscar tus
orígenes. Cuando busques en la casa cuna
te encontrarás esta carta. Me conformaré con que la leas y sepas que no he
dejado de quererte, que tú naciste del amor verdadero entre dos marginados de
la sociedad y que en otras circunstancias me hubiera quedado contigo, pero las
facilidades no aparecen cuando las necesitas. Prefiero que me condenes al
anonimato en tu corazón por abandonarte, pero así evité condenar
tu preciosa vida junto a mí.
No obstante si tú quieres, puedes
encontrarme, yo te estaré esperando siempre.
Tu ángel custodio
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