Alan
está sentado en el sillón: lee un libro. No es un libro demasiado importante, la
ópera prima de una escritora novel que no alcanzaba más de doscientas páginas.
Una de esas historias que se leen en unas horas bien aplicadas y que difícilmente
dejan memoria de su contenido, pero había decidido terminarla aquel día, el interés con que la bibliotecaria le había
hablado de él había abierto las puertas de su curiosidad. Ahora que lo había
acabado no le pareció que la mereciera.
Estaba
leyendo las reseñas de la contraportada cuando oyó una llave que abría la
puerta del piso. Supuso que sería Albert, su hijo menor, al que estaba
esperando. Lo había llamado el día anterior y habían quedado para aquella
noche. Cuando la puerta de su despacho se abrió, volvió los ojos comprobando
que efectivamente era él. El joven entró y saludó con un “hola papá”, que dejó entrever
las huellas de cansancio y cierta tensión.
-Hola hijo, te
esperaba. Si no has cenado hay un par de sándwiches en la nevera. Contestó con
cariño.
Albert se acercó mientras comentaba que no tenía hambre
y que había tomado algo en el camino. Dejó la bolsa que portaba en el suelo y un beso en
la mejilla de su padre, como era costumbre desde que era pequeño. A renglón seguido Alan preguntó:- ¿Cómo ha ido la conferencia?
-Fabulosa, mucho mejor
de lo que esperaba, contestó cambiando el tono inicial, me aplaudieron
muchísimo, incluso el vicerrector se acercó para decirme que tenía reservada
una botella de champán para celebrarlo y
lo mejor, he recibido una oferta para
repetirla en dos universidades de
Alemania.
-Me alegro mucho, me gustaría haber acudido,
pero como te dije, no me parecía prudente que un analfabeto en economía apareciera allí entre gente tan joven y tan
docta.
- Venga papá, vaya
tontería. En una conferencia hay gente de todas clases. Es cierto que la
mayoría es joven, ya sabes, estudiantes, doctorandos, pero siempre te pueden confundir con un
representante de cualquier holding atento a nuevas ideas económicas. Además, de
viejo nada, tienes un magnífico aspecto y lo que me podría preocupar es que más de una chica te buscara para pedirte un
trabajo en la empresa o que le dirigieras la tesis.
Ambos se rieron de
buena gana.
-¿Quieres una copa?,
preguntó.
-Me sentará bien, respondió
Alan, ponme un whisky con un hielo…dos cubitos, por favor, matizó, y no más de
dos dedos.
Al cabo de un minuto Albert
dejó un vaso sobre el cristal de la mesa y Alan lo tomó solícito. Hacía tiempo
que no bebía, incluso el chico le había recriminado más de una vez su afición a
tomar una copa cuando la noche acababa, pero aquella vez era distinto y se
alegró de tener entre las manos una copa que le ayudara a lo quería decirle.
-Albert, quiero hablar contigo. Dijo sin
esperar a que llenara su suya. Hace tiempo que le llevo dando vueltas a un tema
y he decidido que ha llegado el momento de ponerlo en marcha. No te sorprendas
por lo que te voy a decir.
Albert lo miró
intrigado arqueando las cejas, se sentó en un sillón situado justamente al frente y quedó expectante.
-Hijo, hace unos días
que he ido al notario para hacer testamento. Aunque lo he pensado bien, me gustaría
que le echaras un vistazo. Sabes que lo último que querría es que por temas de
herencia tuvierais problemas tus hermanos y tú.
- ¿Testamento?,
preguntó incrédulo.
- Sí, Albert,
testamento. No es algo inusual, es lo que debería hacer todo el mundo. Así quedan las cosas claras y cuando
llegue el momento se ahorran un montón
de problemas con el fisco.
- Pero papá, si tú eres
joven y estás bien de salud, que prisa tenías… Se detuvo un instante y
continuó.–Perdona, precisamente yo debería ser el último en criticar algo así.
Tienes toda la razón en lo que dices y
en lo que has hecho, pero no he podido evitar tener un mal presentimiento
cuando he oído esa palabra. Como muchos argentinos soy un poco supersticioso.
-Por favor, Albert, no digas tonterías. Me
encuentro perfectamente y no tengo intención de borrarme de la vida. Lo he
hecho, no porque tenga intención de
morirme, nada más lejos de mi propósito,
sino como te he comentado para evitaros
problemas futuros y sobre todo para
alcanzar un sueño.
- ¿Un sueño?, ¿Hacer
testamento es un sueño para ti? Venga padre, no me lo creo…
- No, hijo, no, no es
ese al sueño al que refiero, pero eso te lo explicaré más tarde. Ahora me
gustaría que te centraras en la forma en he que dispuesto el reparto. Tú eres
abogado y sabes de estas cosas, pero no lo hagas sólo con ojos de profesional,
hazlo también con lo que tu corazón te dicte que es justo o qué no lo es.
Indícame cualquier duda que te asalte y la discutimos.
Alan se levantó, sacó
del cajón superior de la mesa del despacho un sobre voluminoso en cuya cara
aparecía el sello de una conocida notaría y se lo pasó a su hijo. Después se dirigió
a la terraza dando tiempo a Albert a leer el contenido. Abrió el ventanal,
dispuesto a dejar impreso en sus ojos el paisaje que alcanzaba la vista, en
previsión de que alguna noche la nostalgia le llegara.
La vieja capital
porteña aparecía plena de luz y bullicio mientras en su rostro se dibujó una
sonrisa de dolor al recordar a Nora, la mujer que le enamoró y le ancló al Río
de Plata. Le llegó un reflejo de la luna de las cristaleras de los rascacielos mientras
de lo lejos acudieron rumores de vida y
aromas de primavera. Ensimismado se sobresaltó al notar una mano sobre su hombro. Se volvió y descubrió a Albert que le
sonreía.
-Es perfecto, papá.
Nadie habría sido capaz de mejorarlo. Ninguno de mis hermanos pondrá una sola
pega y, por supuesto, yo tampoco. Vuelves a demostrar lo que has sido siempre:
Un padre maravilloso y un hombre justo.
-Gracias hijo, no sabes
el descanso que me traes con tus palabras. Hizo una pausa, respiró
profundamente y continuó: -Quiero decirte algo que debes saber. Sé que debería
haber reunido a todos tus hermanos y seguramente me lo recriminarán, confío en ti para que no
sea así, pero entiende que no me fiara de que entre todos intentarais impedirme
hacer lo que he decidido. Estoy seguro que tú lo comprenderás, por eso te he
llamado a ti y no a ningún otro. Te adelanto, para evitar malos entendidos que
no pienso en el suicidio, sino todo lo contrario.
- Albert, perplejo,
quedó sin saber que decir, hasta que al fin preguntó. - ¿Padre, a que te
refieres? Me tienes en ascuas.
- Vayamos al salón, respondió,
estos temas sentados se hablan con mayor serenidad.
Ambos se dirigieron a
la habitación y se acomodaron. Alan terminó el contenido del vaso y miró a su
hijo. Se sintió satisfecho de que parecido de su hijo menor fuera mayor tan
extraordinario y no sólo físicamente, sino por algún misterio que no alcanzaba
a comprender de la genética también había heredado su forma de ver el mundo.
-Mira Albert, sabes que
llegué a Argentina hace casi cuarenta años, que me enamoré de tu madre y que le
he sido fiel todos los días de su vida. Dediqué cada momento de mi existencia a
que ni a ella ni a vosotros os faltara nada. Tuvimos momentos malos y buenos,
pasamos la vida como la vida pasa, unas veces a golpes y otras a besos. Ella ha muerto y estoy aquí. Es inevitable que
me sienta solo, pero sabes una cosa: aún
soy capaz de soñar.
Albert intentó
protestar, pero un gesto de la mano de su padre le retuvo.
-Si, tal vez decir que
estoy solo pueda parecerte injusto, me llamáis por teléfono, venís cada vez que
vuestras obligaciones os lo permiten, os preocupáis y todas esas cosas que
hacen los buenos hijos. Por supuesto que no os reprocho nada, al contrario,
creo que sois unos chicos estupendos. Pero no iba por ahí el discurso, me
refería a otros tipos de sensaciones, esas que te comen por dentro, que te dicen que si no cambias el rumbo a tu
barco sólo tiene un destino: quedar varado en la última playa esperando que el
mar le muerda las cuadernas. Esa sensación que no te deja ser feliz, llena de
penumbras mi alma y doy por seguro de que si no actúo ahora y doy una vuelta de timón, dentro de poco ya no será posible y el mar del
que te hablaba me arrastrará sin remisión.
- Pero padre…
-No me interrumpas, por
favor. No sería capaz de retomar el discurso si lo hicieras. Hizo una pausa y
siguió: He decidido marcharme mañana. No me preguntes a donde, en realidad no
tengo ni idea. Le he dado muchas vueltas, he mirado todos los mapas, el globo terráqueo
de arriba abajo y he descubierto que me quedan tantos sitios por conocer,
tantos paisajes, tantas historias por descubrir y tan poco tiempo, que he decidido jugármelo a la suerte. Mañana
cuando llegue al aeropuerto tomaré el primer vuelo que salga del país sin
importarte a donde me lleve. Ya es hora de que deje de que la seguridad camine
después que mi sombra.
-Padre, por favor, respondió
Albert intentando buscar argumentos que lo disuadieran, pero al mismo tiempo
con el temor de que la decisión
estuviera tomada. Intuyendo que la
batalla aún no estaba perdida, intentó buscar algún hueco por donde colarse
echando mano al chantaje emocional como hacía con los acusados en los juicios
y dijo: ¿Has pensado en nosotros, en la
angustia en la que nos dejarás?
-Cómo no iba a pensar
en vosotros si sois todo lo que tengo, os dejo todo lo material que poseo además de mis mejores años y mi amor,
pero debes entender que es mi vida, la
poca o la mucha que me pueda quedar y quiero gastarla haciendo otras cosas que
no sean leer en esta biblioteca esperando un amanecer que no llegue a ver.
- Quizás podrías
contemplar la posibilidad – interrumpió Albert- de que esa decisión no sea más que un impulso de
un mal momento. Tengo un amigo psiquiatra que quizás podría ayudarte a que lo
pensaras.
Se hizo un largo
silencio mientras contemplaba el rostro sereno de su padre y supo que nada le
haría desistir de su decisión.
-Albert, me conoces los
suficiente como para saber que no es algo que haya decidido a la ligera. He
pensado en cada una de las cosas que me has planteado y otras que todavía ni te has atrevido a plantear. Pero debes saber
que, aunque entiendo que debes intentarlo para dejar libre tu conciencia, sabes
que no voy a rectificar.
Albert sabía que su
padre llevaba razón, era cariñoso y emotivo, pero cuanto tenía algo claro ni
todos los vientos de un huracán le habrían
hecho variar el sentido de sus pasos.
-De acuerdo, padre. Aunque
me pesa decirlo, reconozco que te comprendo, pero dime al menos de qué vivirás,
si llevas dinero, si has previsto fondos suficientes en las tarjetas y cómo
sabremos de ti.
- Albert, lo miró
sonriendo y dijo: Dices entenderme y me temo que no. Déjame recordarte aquellas
historias que te hacían llorar cuando eras
niño en las que te contaba lo que ocurría con los viejos en los pueblos
esquimales.
- No hace falta padre, las recuerdo
perfectamente. Cortó Albert.
- Llenemos las copas y
brindemos. Apostilló Alan, levantando la copa y dando la conversación por
concluida.
-Ojalá encuentres lo
que buscas- dijo con emoción Albert. Se arrojó sobre él y se fundieron en un
largo abrazo en el que no pudo reprimir que las lágrimas le asaltaran.
A la mañana siguiente
lo acercó al aeropuerto, llevaba una mochila y ropa cómoda, y la misma sonrisa
en sus ojos de quien el cielo le concede
una segunda oportunidad.
Nunca más supo de él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario