jueves, 7 de marzo de 2013

¡Lo que cuesta ir a la escuela! por José Miguel García.


Vamos cariño, es la hora. El despertador ha sonado hace un buen rato y has tenido tiempo de disfrutar del último sueño. Sí, ya sé que es el mejor momento de toda la noche, como no lo voy a saber, ¿por qué crees que cuando tienes que levantarte temprano pongo la alarma del reloj un buen rato antes?

Haz una cosa, aunque no abras los ojos, céntrate en el calorcito suave con el que te envuelve la cobertera. ¿A que te sientes estupendamente? Pues aprovecha, da un salto de la cama ahora mismo y te doy cien besos de regalo. No sé si te he contado que una vez leí en un libro que si te levantas sonriendo y con buenas sensaciones te espera un día lleno de alegría.

Vaya por Dios, ni te has movido. No conozco a nadie que duerma más que tú, pareces un osito blanco  entre la nieve de las sábanas. Ni se te vaya a ocurrir decir que las sábanas que te pongo en la cama no son tan blancas como la cal. Mientras te desperezas te cuento un pecadillo. Ya sé que no está bien pero, aunque tenga que confesárselo un día al Padre Rufino, no puedo evitar sentirme orgullosa cuando en los ojos de las vecinas veo la envidia reflejada cuando miran las sábanas tendidas en la azotea. Pero si alguna me pregunta cómo lo consigo, me hago la tonta, ni me pasa por el pensamiento contarle a nadie el secreto de su blancura. Que rabien. Bueno, a nadie no, a ti si te lo contaré algún día, como mi madre me lo contó a mí cuando me fui a casar con tu padre.

Si fueras una niña sería distinto, pero eres lo que Dios me ha dado y no tengo más remedio que aguantarme. No me malentiendas, estoy muy orgullosa de ti; lo que quería decir era que es un secreto de mujeres y tú,  siendo varón, no lo puedes entender como lo haría una hija. Pero no te preocupes que te quiero muchísimo, tanto o más que si fueras niña, lo que pasa es que no puedo evitar echar de menos no haber tenido una hija. Perdóname.

Para que veas que es cierto lo que digo y que no me importa que seas niño, un día de estos te lo voy a decir, porque no voy a durar para siempre y un día tendrás que casarte y ese secreto va a ser de las pocas cosas importantes que te voy dejar en herencia. Así se lo podrás contar a tu mujer, aunque como están las muchachas hoy no me extrañaría que no le hiciera ni caso. ! A ver si cuando llegue el momento tienes buena vista y eliges a una mujer como Dios manda y no una niñata de esas que se creen que la vida es el Gran Hermano!

Sigues sin moverte del nido. Algunas veces me parece que estás medio cocido. Pues ni se te vaya a ocurrir hacer lo mismo que el lunes de la semana pasada que tuve que ir al médico a que me hiciera un justificante. Tú sabes que yo no sirvo para mentir y me puse tan colorada que estoy segura que el doctor se dio cuenta. Si no fuera porque nos conoce de toda la vida no me da el papel. Así que… nunca más.

Digo yo que ahora que falta tu padre, va siendo hora de que eches seriedad y te vuelvas más responsable. Por la noche nunca tienes prisa, te sientas en el ordenador y se te pasan las horas muertas. Anoche tarde aún andabas con él, lo sé porque era la hora de tomarme la pastilla de los mareos y vi la luz encendida por debajo de la puerta. No comprendo que placer te da estar horas y horas delante de ese trasto, si fuera la tele lo entendería, porque podías estar viendo una película o el telediario, pero en el ordenador… en fin, tú sabrás.  

Por mucho que holgazanees no te voy a dejar tranquilo. Hoy te levantas te pongas como te pongas. Por mis canas vas a llegar a la hora aunque te tenga que llevar a empujones. Si dentro de dos minutos no te veo en movimiento enciendo la luz de arriba. Me va a dar igual que te moleste la bombilla. Prefiero hacer eso que tener que pasar otra vez la vergüenza con el médico.

Venga. Jesusito, que todos los días me haces lo mismo y ya estoy cansada. A saber  a quién sales, porque ni tu padre, que en paz descanse, ni yo hemos sido nunca remolones. Que yo sepa sólo había en la familia un tío de tu padre, un tal Emigdio, que tenía fama de serlo  ! Por Dios que nombre más feo, no me imagino a quién se le ocurrió darle ese castigo! La abuela contaba que cuando hacía la mili un día le metieron fuego a las sábanas para que se levantara, pero después se supo que tenía una enfermedad que había cogido en África cuando estuvo en la guerra. Por lo visto allí hay una mosca  que cuando te pica te mete en la sangre un bichito que da sueño. Pero quitando a Emigdio que estaba, como te he dicho enfermo, no hay otro caso como el tuyo.

 Igual te retrasas porque no eres feliz en la escuela y por eso no te gusta ir. Ya sé que todos los niños no son buenos y algunos disfrutan haciendo llorar a los que son más débiles, pero así es la vida y no te queda más remedio que ser fuerte y tirar “palante”.

Antes era distinto, un tortazo a tiempo era mano de santo. Ahora no, ahora si le das un grito a un niño te acusan de maltratador y los maestros están asustados. Yo no quiero meterme en cosas de las que no entiendo, pero lo que es cierto y nadie me lo va a negar, es que antes era otra cosa,  la gente hablaba más y había más humanidad y  otro respeto. La gente se conocía y cada uno sabía su sitio, sin embargo ahora te llevas media vida viviendo en un piso y no conoces ni a quién vive al otro lado del tabique y no digo ya de los que viven en el  bloque de enfrente.

Me podrás llamar antigua, pero  es lo que pienso. Desde que la gente se pasa las horas mirando a la tele no es lo mismo. Con la tele es que no te puedes ni mover. Con la radio era otra cosa, la enchufabas por la mañana y podías hacer las faenas, tendías la ropa, ponías el puchero, hablabas con la vecina desde la ventana. Entonces todo el mundo se conocía y si una mañana no te asomabas a dar los buenos días ya sabían que estabas mala y no faltaba la tacita de caldo, y quien se ofrecía a hacerte los “mandaos”; incluso se hacían cargo de los niños y de las faenas de la casa. Era … como te diría, un tiempo más humano. ¡Lo que me gustaba oír por el ojo patio las coplas de moda que alguna muchacha cantaba con más ganas que arte! Era una tontería, lo sé, pero alegraba el día aunque en la cazuela tuviera los garbanzos contados, un pedazo de tocino, una cabeza de ajo y una bolsita de las del  avión para darle color al potaje.

No creas que se me ha olvidado lo que me dijiste la otra tarde de que estás triste en esa escuela Jesusito, pero eso no justifica que no vayas. De todas formas el mejor remedio es el que yo te diga, que más sabe el diablo por viejo que por diablo y deja las tonterías de ir a ver la psicóloga que eso es para los locos. Lo que tienes que hacer es levantarte, vestirte en un periquete y desayunar. Ya verás como con la barriga llena ves la vida con otros ojos. Por cierto, te he preparado un cala-cao de rechupete y unos bollos de leche que quitan el sentido; los he puesto con mantequilla en la plancha, y a fuego mínimo para que no se enfríen, pero si tardas mucho se van a poner medio secos y luego te quejas. Venga y levántate.

¡Hombre, por fin amaneces!, pues que sepas que te queda media hora y ya tienes que correr para llegar a tiempo. Sobre la silla del salón tienes el pantalón azul que tanto te gusta planchado de esta mañana, con la raya firme como un soldado de regulares, y la camisa de  cuadros que te hace tan guapo. Encima te pones el jersey que te dé la gana, pero que abrigue, que en la calle hace frío. En el cajón de arriba están. No he sacado ninguno porque siempre me dices que no se conjuntar los colores, ¡mira usted que torpe mamá!

Antes de ir a la cocina, pásate por el cuarto de baño y te quitas las legañas, a ver si la gente se va a creer que tu madre es una descuidada.

 Se me olvidaba, ha llamado hace una hora Julián, el de cuarto curso, para decir que hoy no puede ir. Me ha dicho que estaba malo, pero no me enterado de qué.

¡Que guapo vas, hijo mío!, pero date prisa de una vez, que para ser el jefe de estudios no das ejemplo precisamente.

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