Podían ser las primeras luces de la mañana o el resplandor
vespertino que acompaña la caída del día. Cada cual se apresta a consumar su
quehacer, en el rol donde, cada uno de forma individual y colectiva, ha de
desenvolverse en la vida; llevando entre sus aperos la voluntad y el arrojo
para afrontar sus adversidades, así como la ilusión y el carácter para abordar
sus retos de futuros. En la translación de esa vitalidad que tiene el ser
humano para superar cualquier dificultad, anteponiendo a estas la realización
de sus sueños. Como bien relata Ana Frank en su diario. El día, el momento,
podría ser en cualquier lugar o rincón del mundo; podría ser el día soleado, propiciando una luz y colorido
intenso, o gris aplomado, pudiendo mostrar también ese halo de viveza y
luminosidad, que el blanco de la nieve le transfiere al paisaje; en cualquier
caso, el día, el tiempo, puede ser bello, si se tienen deseos y ganas de vivir,
por o para alguien o algo. O puede convertirse en tragedia, si tienes la
fatalidad de tropezar con el mal, que me temo que existe.
Si tuviera que decir quién soy, podría adoptar una
personalidad múltiple y en cualquier lugar del planeta. Podría llamarme Peio,
en la plaza de Guernica de vuelta a casa, tras mi jornada como recadero en un
comercio; o Anke en Dresde, Sergey en Stalingrado, Akira en Hiroshima o
Nagasaki, Nguyen en cualquier aldea perdida de Vietnam, o Salvador en Santiago
de Chile; en esos momentos de calma tensa, que se viven en zonas de conflictos
bélicos; o haciendo cola en cualquier comercio, para comprar pan posiblemente,
como, Voislav en Belgrado, Mirsad en Sarajevo, Amila en Bagdad, Aisha en Gaza,
Fátima en Siria, o en cualquier mercado de Paquistán, Nigeria, Mali o Kenia;
puedo estar en un tren en Colombo (Sry Lanka),o en un autobús en Tel Aviv;
rezando en una iglesia, mezquita o sinagoga en cualquier parte del mundo, o en
un avión en pleno vuelo; también puedo ser Alexey en aquel colegio de Beslan
(Osetia del Norte), Mijaíl y Alexandra en el Teatro Dubrovka de Moscú, Montse
en aquel Hipercor de Barcelona, Paula despertándome en la Casa Cuartel de
Zaragoza, Brid en Omagh, Evelyn en Bari; y como no, puedo ser Michael, bombero
de New York o José, el puertorriqueño que trabajaba en la limpieza de las
torres gemelas; puedo ser Manuel, Ahmed o Sara, aún casi dormidos, subiendo al tren
en la estación del Pozo del Tío Raimundo, o Andrew en el metro de Londres. Gentes,
seres humanos ajenos e indefensos ante la acción de aquellos que hacen del mal
y la violencia el referente para alcanzar sus objetivos, y que les deslegitima
socialmente.
Se produce un ruido estremecedor, todos quedan enmudecidos y
ensordecidos, nadie parecer hablar ni escuchar a nadie, todos parecen haber
adquirido un lenguaje de signos y gesticulaciones, el silencio parece haberse
apoderado del lugar; sin tiempo a la reacción, una explosión de fuego, que
arrasa y calcina todo cuanto le rodea, con una subida de temperatura que quema
la piel; inmediatamente da paso a una ennegrecida y polvorienta nube, de la que
empiezan a emerger, como si de fantasmas se tratara, seres polvorientos y
ensangrentados, tambaleantes y desorientados, que pese a ello reflejan en sus
caras y en sus miradas la incredulidad de no saber que está ocurriendo, y al
mismo tiempo el horror. Poco a poco la nube de polvo va desapareciendo dejando
a la vista un panorama desolador; edificios derruidos, amasijos de hierro y
aluminio, personas calcinadas y petrificadas, al igual que el entorno, personas
que se revuelven, heridas, por el dolor u otras que no se atreven ni a moverse
por miedo a comprobar si ello es posible o no; poco a poco vas recuperando la
audición y no te llegan más que lamentos de dolor y de rabia, no encuentras
palabras para expresar lo que estás viendo, lo que ha ocurrido. Te asaltan
sentimientos enfrentados y afloran las lagrimas cuando recuerdas como hace solo
un instante estos edificios, aviones, trenes y calles estaban llenos de
ilusiones de vida y futuro, ahora truncadas
violentamente y lloras de amargura, impotencia y dolor, al tiempo que te aflora
la rebeldía, la rabia y el desprecio, contra aquellos que a su vez, desprecian
la libertad y la vida.
¿A qué motivos ruines sirven estos crímenes?
¿Qué sin sentido y sinrazón mueve a estos asesinos?
Durante largo tiempo me embargaron estos sentimientos, aunque
en mayor o menor intensidad me acompañará siempre, reflexionando largamente una
y otra vez sobre estas actitudes, ¿Qué creencia religiosa, política o
sentimiento nacionalista e independentista, puede sustentar estos hechos?
Nadie está en posesión de lo absoluto, ni puede ni debe
imponerlo a los demás, y aunque la cuestión de lo absoluto tiene su caldo de
cultivo en el totalitarismo, hoy surge un absoluto democrático, sustentado en
el neoliberalismo imperante, que se intenta imponer a los demás.
Me he preguntado y preguntado a los demás, una y otra vez. Si
la velocidad de la luz o del sonido no se aceleran o detienen, ante límites o
fronteras físicas o políticas, ni ante la pertenencia a raza, religión o
civilización alguna, si el día y la noche actúa por igual para todos, si todo
esto es universal como la ciencias, porqué no asumimos nuestras identidades con
respeto hacia los demás, o en una alquimia prudente e inteligente que nos haga
recuperar los amplios horizontes de lo pagano, donde los dioses se toleraban
mutuamente, en vez de potenciar los espacios cerrados del monoteísmo, en el que
se enfrentan distintas concepciones de un mismo dios.
Porqué la promesa, la esperanza que para todos los individuos
o colectivos, sin discriminación de raza, credo e ideología, representa La
Declaración Universal de los Derechos Humanos, no lo hacemos una realidad. Que
la realidad y deseo se conviertan en derecho.
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