Otra vez igual. Esta vez no podré. No podré. A ver…A ver.
Uy, qué suave es esta cinta de velcro. ¿Para qué servirá? Tengo el vivo de la
bocamanga deshilachado, es muy vieja esta bata. A ver, una botica, eso es
interesante. En las boticas pasan cosas. Estas dos manchas no se me quitan. Normal, los años… 1, 2, 3,
4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 1, 2… Otra vez. Deja de contar, por Dios. Estoy nerviosa,
de nuevo estoy nerviosa y cuento. Concéntrate, concéntrate. Ahora, a ver, una
historia. ¿Qué historia? Las cajas de los juegos de mesa. Ahora tienen polvo.
No jugamos ya. Vale, las cajas de los juegos de mesa.
Las cajas de los juegos de mesa.
Ahí están, quietas, tranquilas, las cajas de los juegos de
mesa han quedado un poco olvidadas en esta casa. Parece que quieren hablar, que quieren decir que están tristes y aburridas
porque hace tiempo que nadie las abre y lo que es peor, hay pocas esperanzas de
que vuelvan a hacerlo, a ser útiles. Es curioso, es de las pocas cosas que
están ordenadas aquí. Debe ser por eso, porque no se usan, qué triste. ¿Va el
orden unido a la quietud? ¿ A lo inerte? ¿Cuándo existe el orden, este convive
con la involución, o mejor dicho, con la no evolución? Algo así debe decir la
teoría del caos. Si esto es así conozco a alguien que está en continua
evolución. Tal vez lo mejor será guardar todas las cajas de juegos de mesa, una
etapa dará paso a otra, es la jugada de la vida. Las etapas pasadas se
llevan en el recuerdo, pero es insano
vivir de su renta, insano y lo que es peor, inútil.
Las cajas de los juegos de mesa se acabarán guardando en el
trastero, pero aún no, aunque esta decisión lleve consigo la dualidad de
albergar esperanza o prolongar la
agonía.
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