lunes, 18 de marzo de 2013

La riñonera, por María del Mar Quesada.


Dios mío, que pesada es mi madre. Todo el día  machacándome. Come, duerme, ponte esto, no vengas tarde, llámame, deja ya el móvil, llévate esto, por  si hace frio, por si hace calor.  ¡Dios, papá! ¡Vaya regalito me has dejado! ¡Qué ganas tengo de irme de viaje y perderla de vista unos días!”

Kike está preparando la maleta para irse de viaje a Estambul con sus amigos, es como su viaje de fin de curso, pero solo él lo vive así, pues sus amigos ya están en la universidad. Él no pudo ir con sus compañeros de instituto, porque su padre había muerto un mes antes del viaje de fin de curso. 2º de Bachillerato fue horroroso para él, nada más empezar el curso su padre enfermó, Kike  dejó de lado sus estudios para acompañarlo en su enfermedad, pero le prometió que seguiría estudiando y cuidaría de su madre si se quedaban solos.  Cuando el padre murió,  Kike cumplió su promesa, pero en vez de matricularse del curso completo solo lo hizo de la mitad de las asignaturas y comenzó a trabajar por horas en una tienda de repuestos de bicicletas. Tardó dos años más en sacarse el bachillerato, pero a cambio tuvo ingresos suficientes para no tener que pedirle dinero a su madre y ayudar a la economía familiar.
La muerte de su padre le ha enseñado que la vida es arbitraria y  tu presente puede cambiar mañana sin previo aviso, por ello, se prometió a sí mismo esforzarse para tener un futuro profesional, pero como no podía esperar a terminar la carrera y encontrar trabajo para realizar sus proyectos, decidió trabajar y estudiar al mismo tiempo. El  primer premio  a su esfuerzo sería este viaje aplazado.

Pese a haber demostrado madurez en sus decisiones y tener 21 años, su madre sigue tratándolo como un niño. Siempre ha sido muy protectora con su hijo pequeño, pero desde que murió su marido hace tres años, en su  subconsciente subyace el miedo de perderlo como a su esposo, así que está pendiente de Kike a todas horas. Ella no se quiere dar cuenta que su hijo ha madurado, que poco a poco es más independiente  del nido materno, sabe que es un chico responsable aunque despistado, pero le cuesta asimilar que conforme pasa el tiempo la irá necesitando menos. Últimamente se ha vuelto  tan absorbente que en algunas ocasiones, él  le ha contestado mal, pero ella ni se ha  inmutado. Cuando esto ocurre,  el recuerdo de su padre y la promesa que le hizo, se repite  como un mantra para Kike: “Respeta a tu madre, ella es la única mujer en tu vida que te querrá siempre, hagas lo que hagas”.

La noche antes de salir de viaje, Kike revisa la maleta que llevaba haciendo desde hace una semana, y en su interior se encuentra cosas que él no ha introducido: un pijama de invierno y un forro polar pese  a que es verano, tres pares más de calcetines, unas zapatillas de estar en casa y algo extraño, una riñonera marrón. “Maldita sea, ya ha metido la mano en la maleta, será posible, ¿dónde se cree que voy? ¿a Siberia,… Ni muerto me llevo la riñonera de la edad de piedra. Vamos me la pongo, me ve Julia con ella puesta y adiós entrar en su cama por las noches. ¿Y ésto? ¿Qué tiene dentro la cochambre ésta?,… el pasaporte, la tarjeta sanitaria, ¡uy! 200 euros…”.  Saca la riñonera de la maleta y mientras mete el dinero en su cartera y se dispone a vaciar el interior de la mini bolsa, suena el móvil de Kike. Es Julia:

-          Kike, llévate tu cargador del móvil que siempre se te olvida y luego se lo estás mendigando a todo el mundo.
-          Oye, que ya tengo a mi madre para recordarme todo, pero gracias…. Se me había olvidado, ahora lo busco.
-          Lo sabía, mira que eres despistado, cuando no son las llaves de tu casa, son las del coche, o las gafas de sol, o la cartera. Cualquier día se te olvida la cabeza. Bueno mañana nos vemos.
-          Vale, hasta mañana.

Kike suelta la riñonera y  se pone a buscar el cargador.  

La mañana siguiente,  Kike se despide de su madre en el pasillo. Ella le dice por enésima vez:
-          ¿Lo llevas todo, cariño?
-          Que sííí.
-          Te puse la riñonera para que lleves todo encima, por si te quitan la mochila. ¿No te gusta?
-          No mamá. Bueno que me tengo que ir, te llamo cuando llegue al hotel. Un beso.
-          ¿Seguro que no la quieres? ¿Lo llevas todo?
-          Que no. Digo que sí, lo llevo todo, pero  que no quiero llevarme esa yaya.
-          Como quieras. Pásatelo bien hijo y ten mucho cuidado.

El primer trayecto Madrid-París se le pasa muy rápido. En el aeropuerto de Orly, cuando se disponen  a pasar   el control de seguridad, para embarcar en el avión que los lleve a Estambul,  les piden los pasajes y el pasaporte. Kike busca en el bolsillo de su mochila, encuentra los pasajes, pero no el pasaporte. Extrañado y un poco nervioso, comienza a mirar por todos los bolsillos de la mochila,  luego en sus pantalones y en la cazadora.  Julia  que lo observa, le pregunta:

-          ¿Qué ocurre Kike?
-          No encuentro el pasaporte
-          No te pongas nervioso, intenta recordar dónde lo guardaste  ayer. Ve paso por paso.

Kike de repente ve en su cabeza la secuencia,  pero no la de ayer, si no la de esta mañana: su madre en la puerta con la riñonera en la mano, preguntándole si lo llevaba todo y entonces se acuerda. “Mierda, en la riñonera.  Mi madre”.

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