Meli abrió los ojos con
sorpresa y exhaló el aire con aprobación cuando el coche se detuvo frente a la
casa rural.
Cogió el bolso y se
bajó del vehículo todo lo deprisa que sus movimientos le permitieron. Fran la
rodeó con su brazo por la cintura y sacó las llaves del bolsillo de su cazadora.
Abrió la puerta principal. Dejó espacio para que Meli entrara y esperó a que
ella echara un vistazo al interior.
Meli entró con pasos
ligeros, dejando el bolso en el sofá del salón. Había escudos con espadas
cruzadas en las paredes de piedras, junto al hogar se veía la armadura de un
caballero que sostenía una espada en pie, contra el suelo.
Los arrendatarios ya
habían encendido la chimenea, y sobre la mesa encontró una nota que decía que
la cena estaba en el horno.
Salió corriendo al
recibidor y saltó sobre Fran para que la
cogiera en brazos. Él rió en su oído y le mordisqueó el lóbulo.
-
¿Te gusta?
-
Me encanta. Tiene un toque medieval.
Sí, los dueños han querido mantener ese
aire de la edad media en el interior. Me dijeron que en uno de los armarios
había un arsenal por si queríamos examinarlo, pero yo ahora mismo prefiero
tener mi atención sobre ti en vez de unas espadas – Sus labios empezaron a
desplazarse por su cuello. Soltó el equipaje de fin de semana que habían
preparado para el viaje y empezó a desabrocharle el cinturón con una mano
mientras con la otra la mantenía sujeta contra él.
-
¿Impaciente?
- Llevo impaciente desde que me dijiste
que vendrías conmigo. He estado todo el viaje pensando en todo lo que iba a
hacerte cuando estuviéramos aquí.
Meli se contorsionó
hasta conseguir librarse de él. Se alejó cuando Fran alargó los brazos
intentando alcanzarla y empezó a caminar de espaldas por el pasillo hasta las
escaleras, abriéndose los botones del pantalón.
- Si quieres hacerme todo lo que tienes en
esa mente traviesa tendrás que alcanzarme primero. La risa de Fran hizo
que un rubor de excitación subiera a sus mejillas. Se mordió el labio inferior
y rió mientras corría escaleras arriba.
-
¡Te doy diez segundos para que
encuentres el dormitorio. Para entonces iré a por ti!
Meli abrió una puerta y
topó con el baño, quería esconderse, pero este sitio no tenía mucho donde
ocultarse. Salió del baño y cruzó otra puerta que daba a un gran dormitorio. En
el camino se había quitado el chaleco, se quitó los zapatos en la carrera, y
tiró de sus pantalones hasta sacárselos, dejándolos en el suelo. Miró a su
alrededor para buscar donde esconderse. Miró a la cama, cuyas patas levantaban
más de una cuarta del suelo y la descartó. Sus ojos se desviaron hacia un
armario y sonrió pícaramente mientras se dirigía hacia él. Los pasos de Fran
subiendo las escaleras se oían desde la habitación acompañados de su voz,
advirtiéndole que se estaba acercando.
El armario estaba lleno
de estanterías repletas de mantas, por lo que también lo descartó. Se giró
buscando presurosa otro lugar, y divisó otro armario más grande. Corríó en ropa
interior hasta él. Fran llamó a la puerta del baño. Meli abrió rápidamente y se
metió en el armario sin tiempo de mirar dentro. Los pasos de Fran la
advirtieron de que había entrado en el cuarto, retrocedió rápidamente hacia el
fondo del armario y oyó el sonido de succión. El choque de metales movidos con
su cuerpo, la alertó, pero la voz no le salió.
Los pasos de Fran se
desplazaban por la habitación buscándola. Meli levantó la mano para abrir la
puerta, pero las fuerzas se le estaban yendo por el estómago junto con la
sangre que se derramaba por la herida.
-
¿Dónde estás…?
-
Fran – La voz sonó apenas como un susurro
que no traspasaba la madera maciza del mueble. Sus piernas cedieron y no pudo
contener más su peso. El sonido de succión se hizo más grave rasgando carne.
La puerta se abrió en
el momento que Meli jadeó dejándose colgar por la espada que atravesaba su
cuerpo.
Fran frunció el ceño y
miró hacia su estómago cuando la encontró dentro del armario, con una espada
atravesándole el torso.
- ¿Meli? – La sacó rápidamente del
armario, con el rostro descompuesto por la sangre que manchaba su estómago y
sus manos, ella jadeó cuando la espada se deslizó fuera de su cuerpo y se
derrumbó encima de él.
Fran miró el armario
que ahora tenía las puertas abiertas de par en par, mientras intentaba
presionar un extremo de la herida de Meli. La espada estaba sujeta encarada contra
la puerta por dos baldas de madera. Y la hoja había quedado manchada de la
sangre de Meli.
Meli, moribunda,
parpadeó para quitar las lágrimas de sus ojos y levantó el brazo hacia el
rostro de Fran, que no dejaba de llorar y mecerla a la vez que pronunciaba su
nombre y soltaba súplicas sin sentido.
La mano de Meli cayó
antes de llegar a tocar su cara. Su último aliento fue acompañado con la caída
de su cabeza hacia un lado y sus ojos perdieron el brillo en el momento que la
vida la abandonó.