miércoles, 29 de enero de 2014

Amor y muerte, por Sonia Quiveu


Meli abrió los ojos con sorpresa y exhaló el aire con aprobación cuando el coche se detuvo frente a la casa rural.

Cogió el bolso y se bajó del vehículo todo lo deprisa que sus movimientos le permitieron. Fran la rodeó con su brazo por la cintura y sacó las llaves del bolsillo de su cazadora. Abrió la puerta principal. Dejó espacio para que Meli entrara y esperó a que ella echara un vistazo al interior.
Meli entró con pasos ligeros, dejando el bolso en el sofá del salón. Había escudos con espadas cruzadas en las paredes de piedras, junto al hogar se veía la armadura de un caballero que sostenía una espada en pie, contra el suelo.

Los arrendatarios ya habían encendido la chimenea, y sobre la mesa encontró una nota que decía que la cena estaba en el horno.

Salió corriendo al recibidor y  saltó sobre Fran para que la cogiera en brazos. Él rió en su oído y le mordisqueó el lóbulo.

-          ¿Te gusta?
-          Me encanta. Tiene un toque medieval.

    Sí, los dueños han querido mantener ese aire de la edad media en el interior. Me dijeron que en uno de los armarios había un arsenal por si queríamos examinarlo, pero yo ahora mismo prefiero tener mi atención sobre ti en vez de unas espadas – Sus labios empezaron a desplazarse por su cuello. Soltó el equipaje de fin de semana que habían preparado para el viaje y empezó a desabrocharle el cinturón con una mano mientras con la otra la mantenía sujeta contra él.

-          ¿Impaciente?

-      Llevo impaciente desde que me dijiste que vendrías conmigo. He estado todo el viaje pensando en todo lo que iba a hacerte cuando estuviéramos aquí.

Meli se contorsionó hasta conseguir librarse de él. Se alejó cuando Fran alargó los brazos intentando alcanzarla y empezó a caminar de espaldas por el pasillo hasta las escaleras, abriéndose los botones del pantalón.

-     Si quieres hacerme todo lo que tienes en esa mente traviesa tendrás que alcanzarme primero. La risa de Fran hizo que un rubor de excitación subiera a sus mejillas. Se mordió el labio inferior y rió mientras corría escaleras arriba.

-          ¡Te doy diez segundos para que encuentres el dormitorio. Para entonces iré a por ti!

Meli abrió una puerta y topó con el baño, quería esconderse, pero este sitio no tenía mucho donde ocultarse. Salió del baño y cruzó otra puerta que daba a un gran dormitorio. En el camino se había quitado el chaleco, se quitó los zapatos en la carrera, y tiró de sus pantalones hasta sacárselos, dejándolos en el suelo. Miró a su alrededor para buscar donde esconderse. Miró a la cama, cuyas patas levantaban más de una cuarta del suelo y la descartó. Sus ojos se desviaron hacia un armario y sonrió pícaramente mientras se dirigía hacia él. Los pasos de Fran subiendo las escaleras se oían desde la habitación acompañados de su voz, advirtiéndole que se estaba acercando.

El armario estaba lleno de estanterías repletas de mantas, por lo que también lo descartó. Se giró buscando presurosa otro lugar, y divisó otro armario más grande. Corríó en ropa interior hasta él. Fran llamó a la puerta del baño. Meli abrió rápidamente y se metió en el armario sin tiempo de mirar dentro. Los pasos de Fran la advirtieron de que había entrado en el cuarto, retrocedió rápidamente hacia el fondo del armario y oyó el sonido de succión. El choque de metales movidos con su cuerpo, la alertó, pero la voz no le salió.

Los pasos de Fran se desplazaban por la habitación buscándola. Meli levantó la mano para abrir la puerta, pero las fuerzas se le estaban yendo por el estómago junto con la sangre que se derramaba por la herida.

-          ¿Dónde estás…?

-          Fran – La voz sonó apenas como un susurro que no traspasaba la madera maciza del mueble. Sus piernas cedieron y no pudo contener más su peso. El sonido de succión se hizo más grave rasgando carne.

La puerta se abrió en el momento que Meli jadeó dejándose colgar por la espada que atravesaba su cuerpo.

Fran frunció el ceño y miró hacia su estómago cuando la encontró dentro del armario, con una espada atravesándole el torso.

-      ¿Meli? – La sacó rápidamente del armario, con el rostro descompuesto por la sangre que manchaba su estómago y sus manos, ella jadeó cuando la espada se deslizó fuera de su cuerpo y se derrumbó encima de él.

Fran miró el armario que ahora tenía las puertas abiertas de par en par, mientras intentaba presionar un extremo de la herida de Meli. La espada estaba sujeta encarada contra la puerta por dos baldas de madera. Y la hoja había quedado manchada de la sangre de Meli.

Meli, moribunda, parpadeó para quitar las lágrimas de sus ojos y levantó el brazo hacia el rostro de Fran, que no dejaba de llorar y mecerla a la vez que pronunciaba su nombre y soltaba súplicas sin sentido.


La mano de Meli cayó antes de llegar a tocar su cara. Su último aliento fue acompañado con la caída de su cabeza hacia un lado y sus ojos perdieron el brillo en el momento que la vida la abandonó.

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