lunes, 20 de enero de 2014

Nunca más, por Carmen Gómez Barceló


Me llamo Ángel y juro por Dios que no volveré a sentirme humillado.

Nací en una familia que no me correspondía hace 20 años, y digo esto porque mi forma de ser no encajaba en absoluto en ese círculo triste y roñoso en el que vivía, donde la miseria campaba a sus anchas.
Mi  madre, que era costurera, se destrozaba la espalda cosiendo para las señoras pudientes del barrio a las que ella trataba como si fueran todopoderosas. Qué triste. Luego nos mandaba a nosotros, sus hijos, para que entregásemos las prendas terminadas. Cuando llamábamos a los portones de estas señoronas, ellas por supuesto no se dignaban a recibirnos, lo hacían sus criadas y nos obligaban a pasar por la puerta de servicio. Esto, que me hicieran pasar por la puerta de servicio me superaba, o sea, no lo podía soportar.  La sensación que me producía ese humillante  momento, era,  como  si un aluvión de bichos ponzoñosos hubiesen entrado en mi cuerpo, clavando sus aguijones en mis entrañas envenenando todo mi ser. Entonces, me paraba un momento, respiraba hondo, trataba de digerir el malestar que me producía todo aquello y  una vez más, recolocaba el gesto esforzándome por esbozar una sonrisa.   

 Dios… ¿Por qué no he nacido en una familia de estas? pensaba… No es justo.

Un día del mes de Agosto, a punto de cumplir 21 años, decidí que no volvería a pasar por aquellos vergonzosos momentos nunca más, entonces le dije a mi madre que había encontrado trabajo en un bar y ahí comenzó mi nueva vida.

Como no tenía dinero, no tuve más remedio que abrir la caja de la costura de mi madre.  Cogí 100 pesetas con las que me compré ropa  decente.  Con un traje gris, zapatos brillantes y el sombrero calado hasta las cejas, me parecía bastante a lo que pretendía convertirme.

Cuando salí a la calle de esta guisa, pude observar que la gente me miraba de otra forma, que imponía respeto, cosa que me hizo sentirme bien. Incluso Dorita la hija de la señora Lola me sonrió cuando pasó por mi lado, está claro que no me había reconocido.

Encontré trabajo primero en un restaurante de camarero y como estaba acostumbrado a tratar con el público, enseguida fui escalando puestos hasta que me ofrecieron ser jefe de compras de la misma cadena de restaurantes en otra ciudad.  Allí se celebraban cenas y eventos a los que acudía gente importante y conocí a la que hoy es mi esposa. Ella no sabe nada de mi pasado, es más, le he contado que mi familia murió en un crucero cuando navegaban hacia Italia y que es por eso, por lo que me he quedado solo.


He comprado una gran casa, me tratan de “Don” y por supuesto tengo una criada que hace pasar a los repartidores por la puerta de servicio. Ahora si que soy yo y estoy donde me corresponde.

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