Nací en una familia que
no me correspondía hace 20 años, y digo esto porque mi forma de ser no encajaba
en absoluto en ese círculo triste y roñoso en el que vivía, donde la miseria
campaba a sus anchas.
Mi madre, que era costurera, se destrozaba la
espalda cosiendo para las señoras pudientes del barrio a las que ella trataba
como si fueran todopoderosas. Qué triste. Luego nos mandaba a nosotros, sus
hijos, para que entregásemos las prendas terminadas. Cuando llamábamos a los
portones de estas señoronas, ellas por supuesto no se dignaban a recibirnos, lo
hacían sus criadas y nos obligaban a pasar por la puerta de servicio. Esto, que
me hicieran pasar por la puerta de servicio me superaba, o sea, no lo podía
soportar. La sensación que me producía
ese humillante momento, era, como si
un aluvión de bichos ponzoñosos hubiesen entrado en mi cuerpo, clavando sus
aguijones en mis entrañas envenenando todo mi ser. Entonces, me paraba un
momento, respiraba hondo, trataba de digerir el malestar que me producía todo
aquello y una vez más, recolocaba el
gesto esforzándome por esbozar una sonrisa.
Dios… ¿Por qué no he nacido en una familia de
estas? pensaba… No es justo.
Un día del mes de
Agosto, a punto de cumplir 21 años, decidí que no volvería a pasar por aquellos
vergonzosos momentos nunca más, entonces le dije a mi madre que había
encontrado trabajo en un bar y ahí comenzó mi nueva vida.
Como no tenía dinero,
no tuve más remedio que abrir la caja de la costura de mi madre. Cogí 100 pesetas con las que me compré
ropa decente. Con un traje gris, zapatos brillantes y el
sombrero calado hasta las cejas, me parecía bastante a lo que pretendía
convertirme.
Cuando salí a la calle
de esta guisa, pude observar que la gente me miraba de otra forma, que imponía
respeto, cosa que me hizo sentirme bien. Incluso Dorita la hija de la señora
Lola me sonrió cuando pasó por mi lado, está claro que no me había reconocido.
Encontré trabajo primero
en un restaurante de camarero y como estaba acostumbrado a tratar con el
público, enseguida fui escalando puestos hasta que me ofrecieron ser jefe de
compras de la misma cadena de restaurantes en otra ciudad. Allí se celebraban cenas y eventos a los que
acudía gente importante y conocí a la que hoy es mi esposa. Ella no sabe nada
de mi pasado, es más, le he contado que mi familia murió en un crucero cuando
navegaban hacia Italia y que es por eso, por lo que me he quedado solo.
He comprado una gran
casa, me tratan de “Don” y por supuesto tengo una criada que hace pasar a los
repartidores por la puerta de servicio. Ahora si que soy yo y estoy donde me
corresponde.
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