¿Cómo es posible que le
sigas mintiendo?
Me quieres convencer de
que la amas y ¿no le cuentas la verdad?
Estoy harta de escuchar
siempre la misma respuesta.“No
quiero herirla. No es el momento. Se lo haré saber poco a poco”. No entiendes que nunca será el
momento, que cuanto más tiempo pase, más sufrirá, más engañada se sentirá.
Vas a destrozar su
juventud y su ilusión. ¡Por Dios! sé valiente y dile tu verdad. Dile que tu
corazón es de otra mujer, a la que odias, pero a la que no puedes dejar atrás.
Dile que el miedo te hace mentir, que toda tu masculinidad y bravura se cae por
el precipicio cuando vuelves a tu casa, a tu dormitorio.
Esa doble vida tuya va
a destrozar la ilusión de esa chica. Yo sé lo que tú buscas. Buscas que
intuya por sí misma, que encaje todas las piezas del puzle de tu
existencia. Piensas que el golpe será menos grave, si el amor de ella es tan
fuerte como para obviar el engaño. Esta ciudad es muy pequeña
y puede que algún día, ella o
alguien de su entorno dé con alguien del tuyo y comenzará a atar cabos y esos
cabos rotos no habrá quien los aparte de tu cuello porque te descubrirá.
¿Cómo crees que
encajará saber que tu madre no tuvo hijos?, sino una sola hija, Ángela. Alguien le dirá que nadie te recuerda con falda, que nunca querías
jugar con muñecas, porque preferías las herramientas, que cuando tenías quince
años y tu madre murió, te cortaste el pelo como un chico y comenzaste a
trabajar en una carpintería en la otra punta de la ciudad, haciéndote llamar
Ángel. Que te mudaste de barrio para romper
con tu pasado y no
tener que recordar la niña que fuiste.
Hoy, con 24 años, eres un chico; guapo, delgado, educado y de
facciones dulces. Vas marcando paquete en tus pantalones, pero tu masculinidad
se reduce a una bola de algodón. Porque en la soledad de tu dormitorio y desnudo ante el espejo
eres una mujer.
Tú y yo somos una misma
identidad. Yo, Ángela la que nació de tu madre, te odio por mentir. Tú, Ángel
el hombre que ambicionas, me odias por vivir aún en ti.
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