Mariana decidió hacer un árbol genealógico de su familia y
regalárselo a su madre que dentro de un mes cumpliría ochenta años. Debajo de
cada fotografía o dibujo de sus parientes le pondría una leyenda contando
alguna anécdota de las que le había relatado ella.
Encerrada en los
archivos del pueblo natal de sus antepasados, pudo comprobar que quizás las
historias narradas en su niñez encerraban gran parte de verdad, en este caso
sobre la excentricidad de su abuelo.
Por ser quien era,
nieta del ilustre Lorenzo Santúnez Gálmez,
benefactor del pequeño pueblo de Argumias, le habían permitido acampar a
sus anchas en el sótano del Ayuntamiento. Allí se guardaban no sólo los
archivos oficiales desde hacía 100 años, (salvados por supuesto de la guerra
civil) sino todos los edictos, esquelas,
programas de festejos y cualquier otra
noticia que hubieran dado un poco de “vidilla” a aquel pueblo enclavado en el
interior de Sierra Morena y que durante
años, sin las nuevas tecnologías ni red de comunicaciones había estado
agonizando en el más puro de los
aburrimientos.
Podía comprobar, por la cantidad de información, que los
responsables de la vida social de
Argumias habían sido, durante ese extenso periodo, cuidadosos, pulcros y
profesionales en su trabajo. Toda la documentación estaba ordenada de tal
manera que podía haber sido la envidia de cualquier archivero.
Encima de la mesa del sótano descansaba una fotocopiadora,
un ordenador portátil, varias carpetas
clasificadas, fotocopias de artículos antiguos esparcidos por toda la
superficie y varios vasos de café, indicio de los días que llevaba
investigando.
Esta mañana por fin encontró lo que buscaba.
Era la segunda vez que leía el
artículo de la sección de sucesos de aquel periódico local del año 1930. Compuesto escasamente de seis páginas,
le dedicaban a su abuelo nada más y nada menos que una entera, bajo un título
que rezaba así, “LA BELLA DORITA ARRUINA LA CARRERA PROMETEDORA DE NUESTRO
ÚNICO UNIVERSITARIO”
La primera lectura le arrancó
varias carcajadas imaginándose a su abuelo en aquella circunstancia. Ella lo
recordaba siempre mayor, serio, despertándole un respeto inmensurable. Nunca lo
hubiera concebido como un joven y menos que alguien se hubiese atrevido a
gastarle semejante gamberrada.
Ahora más tranquila volvió a leer
más despacio el artículo.
“El hijo de nuestro alcalde,
Lorenzo Santúnez Gálvez, ha abandonado la carrera de medicina el mismo día en
que la ha terminado, mejor dicho en la
misma noche.
Fuentes fidedignas, nos han
desvelado lo que aconteció esa noche en el tanatorio universitario de Madrid.
Como todos sabéis, La Bella
Dorita, artista del teatro de variedades “El Molino”, sigue haciendo estragos
entre jóvenes y mayores, incluso dicen que hasta el mismo general Sanjurjo ha
estado merodeando por sus camerinos. La influencia de esta artista andaluza que
domina el arte de la insinuación, el dominio el doble sentido y su elegante
sensualidad ha llegado hasta las puertas
de nuestros universitarios causando
sucesos tan desastrosos como el acaecido
a nuestro querido Lorenzo.
Aprovechando que la bailarina
de cabaret más famosa del mundo vuelve a actuar en Madrid, todos los recién
licenciados han decidido ir a ver a la Bella Dorita y a su nuevo espectáculo,
donde esperan entre otros números el ansiado baile de “La Pulga”, que por cierto, está haciendo furor, no sólo en
la Capital sino en Barcelona Bilbao y hasta el mismísimo París. En este
espectáculo ¡Imagínense! Con descarado pero nada de estilo vulgar, se va
despojado de su vestuario, buscando al pequeño insecto que le pica por todo el
cuerpo. ¡Pues bien! Nuestro joven médico ha rechazado tan atrayente invitación
para realizar, el sólo, una autopsia de un cadáver de una señora recién llegado
a la Universidad.
Nos cuentan que preparado ya
con su bata blanquísima, guantes y gorro comienza a efectuar la primera incisión en el tórax. ¡Figúrense
la escena! El frío de la sala, la luz mortecina (nunca mejor dicho) y un
silencio sepulcral. Pues bien, al acercarse al cuerpo, éste le ha recibido con
un sorprendente abrazo que le ha hecho chillar y caerse de espaldas. Sin acabar
de reaccionar de semejante experiencia,
se han encendido todas las luces de la sala y han salido todos sus compañeros
riéndose de él y explicándole exaltados,
con todo lujo de detalle, el sistema de poleas que han instalado para gastarle
la broma y el complot para que la noche de su graduación no lo pase con una
muerta.
A la pregunta de ¿Bueno Lorenzo, ahora vendrás a ver a La Bella Dorita y dejarás a
la muerta? Él les ha respondido con la serenidad que le caracteriza, al tiempo
que se va quitando los guantes, el gorro
y colocando la bata en una percha -Sí, me voy a ver a la viva y a la
pulga, porque aquí y ahora cuelgo la bata y la carrera”
Mariana rebuscó la foto en color
sepia de su abuelo, debajo de varios papeles. Observó su rostro, serio,
circunspecto, con la toga de juez
cubriéndole unos hombros aparentemente recios. Sabía que nunca en su vida ejerció de médico y que estudió poco
después Derecho.
-¡Ay! Abuelo ¡Quien lo diría! Un
señor tan respetado y cayéndose de culo- Le dijo al retrato que le devolvía una
mirada severa como si le estuviera regañando a su nieta por la jocosa sonrisa
que se dibujaba en sus labios.
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