lunes, 6 de enero de 2014

La dureza del cristal, por María del Mar Quesada Lara


Por el patio interior de una casa antigua de pueblo, se puede ver un dormitorio a través de la ventana. Se trata de una estancia de paredes encaladas. Cuelga un crucifijo encima de la cama de hierro. Una cama cubierta con una colcha de croché y un baúl a los pies. Un dormitorio donde los retratos de los seres queridos se amontonan encima de la mesilla de noche. En la mesita redonda con su tapete de croché blanco, se apoya una lamparita con luz mortecina, fuera es de noche. Los marcos de las fotos, todos diferentes, retienen las caras de cada miembro de la familia: en una de ellas se puede ver un matrimonio mayor con sus tres  hijos adultos, en otra la imagen de dos niños, otra refleja a dos chicas adolescentes. Un poco más grande es el retrato de una chica joven de ojos verdes con toga y birrete.  

Una mujer mayor está sentada en esa cama. En sus manos  fuertes, con las manchas de la edad, sostiene un  marco antiguo, donde se ve una imagen en blanco y negro de un matrimonio el día de su boda. Mariana lleva puesto su camisón blanco de algodón y sus zapatillas de estar en casa, con los dedos descubiertos y los agujeros de cada  juanete. Mariana es una mujer de 72 años, de cuerpo grande que  lleva su pelo blanco peinado con ondas al agua. Su cara morena está dibujada con las arrugas del sol. Tiene los ojos negros, pequeños y aún muy vivos. Sus labios gruesos y desdibujados  han perdido ya su contorno. Con los ojos llenos de lágrimas le habla al retrato.

-          ¡Ay Julián, qué  sola estoy! Hace ya dos años que te fuiste y no dejo de añorarte. Los días los llevo mejor, pero las noches son tan negras y solitarias. El primer año, todos se acordaron del aniversario de tu muerte, pero se ve que todos tienen su vida y nadie se ha acordado, hoy de ti.

Mariana le da un beso a la foto, la pone en la mesilla, se mete en la cama y apaga la luz. Cuando está buscando su postura para dormir, en el silencio de la casa oye un ruido cerca de cara. Enciende la luz y ve que el retrato de su nieta Sara se ha caído boca abajo, la mira y la vuelve a poner en su lugar. Apaga la lamparita y vuelve a buscar su sitio en la almohada de lana. Cuando ha cerrado los ojos, se  vuelve a escuchar otro golpe, pero esta vez más fuerte y no tan cerca. Mariana encienda la lamparita y ve como en el suelo está boca abajo el retrato de su nieta, otra vez.

-          ¡Uy! Sarita, hija que suerte has tenido,  no se ha roto el cristal.

Mariana lo coloca detrás de los demás, oscurece el dormitorio y cierra los ojos. Un minuto más tarde se oye otro golpe seco en el suelo. Mariana enciende la luz y comprueba que el retrato está, otra vez, boca abajo en el suelo. Lo coge y lo mira atentamente:

-          Julián,  ¿esto es cosa tuya, verdad? Que se caiga otra vez estando detrás y no se rompa el cristal parece cosa de espíritus. ¿Qué quieres? ¿Estás enfadado con la niña?  Bueno, voy a hacer una cosa,  voy a dejarlo detrás y boca abajo. A ver si así me dejas dormir. Buenas noches

Cuando Mariana apaga por tercera vez la luz, el reloj de la mesilla de Julián marca las doce menos cuarto de la noche.
  


Unos minutos antes, en una explanada en las afueras de Granada, se escucha un ruido atroz, mezcla de motores de coches, motos, música y jóvenes gritando. Es el botellodromo. En mitad de esa masa, hay un Seat León de color rojo brillante con el maletero abierto y la música muy alta. Junto a él hay tres chicas y dos chicos, están todos ebrios. Sara, la joven delgada, de cabellera negra y ojos verdes marcados con rímel, lleva unos vaqueros de pitillo, tacones rojos y camiseta ajustada. Sara tiene una botella de ron miel en la mano, con un tercio del líquido y un cigarro en la otra, riendo grita a sus amigos:

-          ¿Sabéis? Mi abuelo Julián decía que no había nada más ordinario  que una mujer borracha y fumando. ¡Abuelo, va por ti!

Alzando el brazo en forma de brindis, saluda con la cabeza y comienza a beber el ron como si fuera agua, mientras sus amigos se trochan de la risa.


De pronto, Sara se desploma en el suelo y se escucha como algo se rompe  contra  el suelo. Los amigos asustados llaman al 061, cuando el médico llega con gran dificultad, se  encuentra a una chica joven de ojos claros con la cabeza abierta y una botella de cristal  sin romper en su mano. La hora de la defunción, según el informe, se produce  a las doce menos cuarto de la noche.

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