viernes, 17 de octubre de 2014

De Héroes y Sueños... por Matilde López de Garayo

Recuerdo aquella tapa de cartón duro y sus ilustraciones con dibujos de colores brillantes y alegres. De la extraña casa cilíndrica de paredes blancas con cuatro gigantescos brazos, representada en aquel papel satinado. El primer molino del que tuve constancia recortaba un cielo azul intenso. El cielo de La Mancha.

En el plano principal dibujados, dos hombres cabalgando. Uno, con un punto de locura gracioso en un caballo flacucho, el otro mirando de reojo a su compañero a lomos de un burro. Los cuatro personajes de la portada, humanos y cuadrúpedos, presentaban unas miradas avispadas y ávidas de emociones y aventuras. En la parte superior  más allá del cielo, con letras doradas, góticas y ondulantes, el título de aquel cuento: “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha” Y abajo un rotulo pequeño: “Edición adaptada para niños” Aquella portada despertó rápidamente mi curiosidad sobre la historia que contenía en su interior.

Ese ejemplar del Quijote calló en mis manos el día de mi primera comunión. El primer libro que leí voluntariamente y el que indujo a que la lectura fuera una de mis aficiones favoritas durante muchos años.

Era una época donde la televisión estaba casi vetada para los niños, excepto el programa del Hombre y la Tierra y poco más. A parte, cuando sonaba la música de “Vamos a la cama” mi padre nos mandaba a dormir “ ipso facto”.

Bajo las sábanas, con una pequeña linterna, leía torpemente aquellas páginas de letras grandes y simpáticos dibujos. Me quedaba ensimismada y mi excesiva imaginación conseguía hacerme partícipe de las maravillosas aventuras del insigne caballero y su escudero.  

Un año después nos trasladamos a Toledo y hasta los dieciséis años , en el colegio, sentada en una de las mesas separadas del salón de actos, con la mente y el papel en blanco, me concentraba en los exámenes mirando la pared. A un lado de la estancia se podía leer escrito en letras recortadas de cartulina negra el párrafo: ”En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...” y en el otro “—Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento...” ¡Cuántos años estuve leyendo aquellas frases...! Y... ¡Cuántas veces debido a mi abstracción me llevé una reprimenda por parte de la monjas!

Los fines de semanas salíamos al campo y mis hermanos y yo  con cañas o cualquier otro palo que encontrábamos en el lugar, improvisábamos valerosos rocines y fuertes lanzas arremetiéndonos contra cualquier cosa que se nos pusiera por delate, ya fuera un maizal o unos cardos borriqueros .

Aún hoy en día cuando visito a la familia en Alcázar de San Juan,  me desvío de la autovía hacia Herencia y al distinguir en lo alto de la loma, los molinos restaurados  evoco párrafos de mi libro favorito. A veces recorro la ruta del Quijote, me adentro por los caminos que pasan por Puerto Lápice, Campo de Criptana, el Toboso, Tomelloso, Almagro... Campos llenos de piedras, vides, cereales e historias de caballeros andantes, bajo nubes grises, amenazando una trorrencial tormenta o bajo un cielo azul intenso como el de aquel libro. Más de una vez en mis paseos solitarios, el viento forma  remolimos con la tierra y esas figuras de plovo se me  asemejan a aquel par de aventureros en busca de nuevos lances

A lo largo de mi vida muchas han sido las ocasiones dónde me he comparado con don Quijote, con su relativa locura no tan distante del resto de los humanos que se consideran normales, queriendo poseer su gran imaginación para poder  modificar la realidad. Porque si es cierto que innumerables veces he mezclado lo cómico con lo reflexivo, la ilusión con la desilusión, el  deseo con el rechazo, como él.

Escribo este relato en la soledad de la noche, recordando mi puesto de trabajo. Mi mesa y las de mis compañeras puestas en hileras, un habitáculo frío y funcional. Cuando alzamos la vista del ordenador se nos muestra un paisaje desnudo, un gran panel  donde no nos dejan  colgar nada. Sin embargo he pegado un folio con una imagen que veo cada vez que levanto la cara. Y me sigo sintiendo identificada con el incauto caballero que representa la silueta. Con su exceso de fantasía  y sus  principios morales o éticos pisoteados por el devenir de la vida pero siempre mirando hacia delante. Ahora cabalga de espalda a mí, no tienen rostro porque es una fotocopia en blanco y negro y sólo sé que como yo, se dirige hacia un futuro desconocido, incierto, adentrándose en el horizonte que no es más que un triste muro de plástico gris. 

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