La niña depositó al pon
verde sobre una mesa de escritorio miniaturizada que pertenecía a Hello Kitty,
le había pinchado en el pecho una corbata roja, y en la mano un bolso rosa de
purpurinas con una estrellita de mar en el centro. Contempló el escenario con
seriedad y sonrió satisfecha antes de irse a merendar.
El pon verde esperó a que
la puerta del cuarto se cerrase y soltó una maldición antes de sacudir la mano intentándose
quitar el pincho del bolso.
-
Te vas a llevar un
año para sacártelo. Si no estuvieses tan gordo llegarías con la otra mano.
El pon miró unos segundos
al azul que estaba sobre una tabla de surf con una melena a juego con su bolso,
tenía una caracola pinchada en el pelo, y un maletín de ejecutivo en la mano. Decidió
que no valía la pena contestar.
Siguió sacudiendo el
brazo, concentrado en su tarea de quitarse el bolso de sirena.
-
No creo que puedas
– Contestó otro pon, éste era amarillo – Esos pinchos vienen más grandes para
que no se nos caigan. – Miraba al verde asomando los ojos desde un pupitre de
los barriguitas, haciendo malabares para poder ver entre una tetera de las
princesas Disney y un vasito de los pin y pon.
El
pupitre era demasiado grande para que los otros dos pudieran saber si a él
también le había puesto algún complemento femenino, pero no lo suficiente para
notar que no llevaba pelo.
-
¿Y tu pelo? –
Preguntó el verde.
-
Hoy no llevo. – El
pon amarillo miró de soslayo al azul y sonrió, mejor no llevar pelo que tener
una melena rosa y brillante.
El verde leyó sus
pensamientos y asintió estando de acuerdo. Se miró la mano en la que tenía el
bolso y gruñó enfurruñado. Ya podría haberle puesto el maletín del que estaba
en la tabla de surf, pero no, en su lugar tenía un bolsito ridículamente
femenino que tendría que llevar en lo que supuestamente era un día de trabajo
en una oficina donde sólo había hombres. Aunque a decir verdad, la supuesta oficina
era más bien femenina: el escritorio donde estaba él era rosa pastel, la tetera
del pupitre era blanca con la cara de Bella dentro de un corazón sobre fondo
rosa, el vasito era azul con purpurina plateada, (ese podía pasar por neutro),
y la tabla de surf tenía margaritas blancas y trazos rosas. En fin… el bolso
tampoco desentonaba tanto, y de todos modos tenía que aguantarse hasta que la
niña decidiera quitárselo.
Volvió a girar la cabeza
hacia el pon azul, curioso por lo que debería haber sido su mesa de trabajo.
-
Oye, ¿Y tú por qué
estás en esa tabla? ¿Es que estas de vacaciones?
-
Sí, surcando los
mares con el maletín de la señorita Pepis. – El pon amarillo empezó a reírse de
su propia gracia.
El pon azul frunció el
ceño y señaló al amarillo.
-
Eh, tú. ¿A que
juego a colarte el maletín en la cabeza?
La puerta del cuarto se
abrió de golpe y entró, arrasando todo a su paso, un pompón de lana con cuatro
patas. Los pons salieron disparados por el suelo.
El cachorro empezó a
olisquearlos y le metió un lametazo al amarillo.
-
Joder, ¿Quién ha
soltado al perro?
-
Habrá sido la
niña. – El pon verde intentó mirar para ver a dónde habían ido a parar los
demás, pero el pelo se le había vuelto y le estaba tapando un ojo, el único que
tenía abierto.
-
¡Por Dios! ¡Que
alguien distraiga al perro! – gritó el amarillo, vícitima de las babas del
cachorro de aguas.
-
Lo siento, tío, no
llevo galletas encima – El pon azul se palmeó los bolsillos, haciendo un sonido
de choque entre plásticos con cada palmada. Con el movimiento se percató de que
le faltaba algo - ¡Mierda, mi maletín!
-
¿Qué pasa? – El
pon verde se fue a colocar el pelo en su sitió y se pegó con el bolso en la
frente. Bufó una maldición y empezó a golpear el bolso contra el suelo, a ver
si con un poco de suerte se soltaba.
-
¡Que he perdido el
maletín, tío!. Ha debido de soltarse cuando hemos caído de la mesa de juegos de
la niña.
El pon verde dejó de
golpear el suelo y la boca se transformó en un redondel perfecto.
-
Vamos no me jodas,
¿Qué se te ha caído el maletín y yo sigo con este bolsito ridículo?
El pon azul se rió a carcajadas.
En ese momento se oyeron
los pasos de la niña. Todos se callaron unos segundos antes de que entrara en
el cuarto.
La pequeña miró el
estropicio que se había formado y miró al perrito.
-
¿Qué ha ocurrido
aquí?
El perro gimoteó
sabiéndose culpable, y el pon verde estuvo a punto de decirle que había sido un
accidente laboral, pero se contuvo a tiempo.
La pequeña cogió a los
tres pons y los depositó en la casita jardín de pin y pon que le habían traído
los Reyes Magos las navidades pasadas. Colocó una mesita delante de la casa y
montó rápidamente un picnic.
Le cambió el pelo rosa
por uno amarillo de varón al pon azul y le quitó el maletín. Lo desenganchó de
la tabla de surf y le colocó el rosa al verde. A éste le quitó la corbata rosa
y se la puso al amarillo, a quien le encajó un pelo corto naranja. Después
sentó a cada uno en una silla alrededor de la mesa y luego desapareció como
alma que lleva al diablo, seguida por el perro, que corría como un endemoniado
detrás de ella.
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