Todo nacimiento tiene
su finalidad, incluso si se trata de un
animal. Cuenta una leyenda, que el color de la luna llena determina el tipo de
un lobezno. En la luna de sangre nacen los llamados Alphas, en la transición de
esta la luna varia de amarillo, naranja y rojo, luego vuelve a los primeros y
finalmente vuelve a ser como siempre. Si el nacimiento tiene lugar en los
primeros colores, serán Betas, liderados por un Alpha y pertenecientes a su
manada. En las lunas llenas blancas y azules nacen los solitarios, llamados
también Omegas, quienes no tienen manada y cuya supervivencia es menor que si
estuvieran en una.
Esa noche era distinta,
la luna llena cogió un color nunca antes visto, era púrpura. Ninguno en la
manada sabía lo que significaba, hasta que nació esa misma noche una pequeña
loba, a la que llamaron Akoi, sus ojos eran azules, pero se teñían de rojo en
ciertas ocasiones. El color de su pelaje era un negro muy oscuro, algunos
incluso le tenían miedo. Creció sola aunque estuviera en una manada, a pesar de
que la escogieran como futura Alpha. A menudo salía a pasear, nadie la detenía,
no sabían de que sería capaz, además siempre volvía. Mientras se adentraba en el bosque, se dio
cuenta de que se había perdido, el lugar era oscuro y frondoso, a veces parecía
que le hablaba. Entonces encontró una cueva que los humanos habían sellado para
que nadie entrara. El sello tenía forma de espiral rodeada de gotas negras y se
situaba en la entrada de la cueva. Akoi entró, sin miedo, solo curiosidad,
parecía que algo le llamaba desde dentro. Cuando llegó a lo más profundo se
encontró con el enemigo natural de su especie, un zorro que dormía en una
especie de altar natural. Akoi observó que algo era distinto, no era como los
demás zorros, era más hermoso y tenía una peculiaridad, no tenía una cola o
siete como los Kitsunes, tenía nueve. Su pelaje era naranja oscuro, el interior
de sus orejas negros que parecían unirse a la especie de antifaz que formaba su
pelo alrededor de sus ojos.
El zorro abrió los ojos,
que eran de un color carmesí y bajó de
su lugar de descanso. Se movía de forma elegante mientras se acercaba a la loba
que le observaba. Ambos se acercaban lentamente, los ojos de Akoi se volvieron
rojos, y en su interior aparecieron tres pequeñas gotas negras en una
circunferencia que rodeaba su iris y las pupilas se volvieron más pequeñas y
redondas, como si estuviera preparándose para luchar, pero ninguno de los dos
sintió la necesidad de pelear.
_ Eres un zorro distinto
a los otros_ le dijo Akoi.
_Mi nombre es Kyubi, me
llaman el zorro de nueve colas. _dijo el zorro.
Se levantó un fuerte
viento. El fuego que alumbraba la cueva se apagó, no pareció preocuparles,
ambos admiraban la belleza del otro. Sentían algo que no habían sentido nunca,
como si tuvieran que estar juntos siempre, como si hubieran encontrado la parte
que les faltaba. Cuando salieron a la entrada el sello no estaba, se había
roto, ¿habrían sido ellos? Se preguntaron. Sus ojos volvieron a la normalidad.
Subieron a donde se
situaba la manada de Akoi. Era curioso, sus pasos parecían sincronizarse, como
si ambos fueran un mismo ser. Cuando llegaron, la manada les rodeó.
_ ¿Por qué traes a esa
criatura?, no es de los nuestros _le decía el Alpha de la manada_ No solo nos
molesta tu presencia sino que rompes las reglas más importantes, no puedes
confraternizar con nuestro enemigo. Eres la deshorna de esta manada, acabaremos
con ambos.
La manada fue a
atacarles, pero entonces los ojos de Akoi volvieron a ser como en la cueva y
Kyubi levantó sus colas. Akoi se envolvió de un aura oscura y Kyubi de un aura
de fuego las cuales enviaron una ráfaga que hizo que los lobos quedaran
inconscientes en el acto.
El Alpha se acercó para
hacer él mismo el trabajo, pero los dos pequeños seres saltaron sobre él. Akoi
podía ver con sus nuevos ojos los movimientos del enemigo antes de que este los
hiciera y Kyubi podía crear ilusiones con una de sus colas, cada cola era un
poder diferente. La ilusión confundió al lobo que parecía atacar al aire
mientras Kyubi y Akoi huían hacia el bosque.
Antes de darse cuenta
chocaron con algo, una chica, no era humana, sino que pertenecía a otra
especie. Llevaba un libro debajo del brazo y su sonrisa gélida pero cálida les
calmó. Sin decir nada se unieron al viaje que estaba realizando ella.
Esos cachorros seguirían
siendo pequeños hasta encontrar al ser que cambaría el destino que los dioses
habían preparado.
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