martes, 28 de octubre de 2014

Vindicta, por Juan Carlos García Reyes




Tengo muchos nombres y por todos ellos reconocida, pero debo decir que éste no suele ser muy utilizado. De hecho en los últimos setenta años su uso ha ido decayendo paulatinamente. Pero como mi nombre, mi recuerdo perdura en la memoria.

Soy el motivo de la discordia. Unos se escudan en mí para lograr una satisfacción, para salvar el orgullo perdido, para resarcir el agravio presentado. Otros, en cambio, se amparan en mi pertinaz empeño, en mi fuerza en la batalla, para hundirme, para desprestigiarme. Al fin y al cabo, sólo soy un sentimiento usado muchas veces por aquellos que no llegan a alcanzar su fin a través de otro medio.

Cuando toman la decisión de recurrir a mí, ya no tienen el poder de dar marcha atrás, sólo saben que actúan de la forma que creen correcta. Y como saben que la justicia no llega a cumplir su cometido, soy yo quien entra en juego. Es en mí en quien depositan toda su confianza. Soy yo quien resuelve las situaciones más complicadas y dar la justa medida de vindicta. El eficaz método para lograr el objetivo, aunque el rencor los acompañe toda su vida y les dañe el alma. Soy la solución. La única solución. Y como tal, fui tomada.

Ellos saben que algo ocurre a su alrededor y que yo siempre estoy dispuesto para actuar, para ir socavando la moral de aquellos que han sufrido, que han padecido. Me gusta actuar siempre en silencio, en soledad. Disfruto haciendo mi trabajo en la noche y deslizarme por ella sigilosamente, para llegar hasta el interior de los incautos que se evaden en los brazos de Morfeo, el más conocido hijo de Hipnos.

Se acercan a mí en busca de una justicia que no llega a los rincones de esta vida; a una justicia que figura en los libros de derecho pero que jamás se vive a pie de calle. Cuando la fe y la esperanza se desvanecen, la única respuesta la puedo ofrecer yo. Soy el sentimiento que sustituye a los anteriores, pero que da paso y cabida a otros muchos. Al principio, el rencor se apodera de la mente del incauto que me busca y al final de todo, una vez ha acabado, lo que le invade es un sentimiento de culpa. Vienen buscando una satisfacción a los delitos, por la sola razón de la justicia o como ejemplo para el público.  Y se llevan una pena que sobrevuela su cabeza durante el resto de su vida.

Siempre es igual: un debate, dos fuerzas que luchan en el interior de la mente humana para dirimir cual prevalece y así concluir la controversia. La lucha es en la mayoría de los casos despiadada, encarnizada, como si de del bien y del mal se tratasen. Tal vez así sea. Yo siempre aparezco como el defensor del mal, pero todo hay que entenderlo en su justa medida. Mirarlo según el prisma de quien observa, y sobre todo, de quien con tanta fe actúa y en mí confía.

1 comentario:

  1. Hola Juan carlos, me estreno contigo. Ayer lo que te escuchaba me gustaba pero no acababa de entender a que se refería debido a que no conocía el significado del vocablo. Ahora lo comprendo mucho mejor, y es verdad hay momentos en la vida que crees que la única salida es la venganza. Pero creo que para llevarla a cabo hay que ser muy frio e inteligente, y tener cuidado de que no conlleve daños colaterales. ¿Qué como te encuentras después? bien, mal., depende de cada uno. A mi me gunta más las bobetadas sin manos.
    Como me ocurre cuando os escucho, o bioen os leo, es que me pregunto lo siguiente:¿Soy capaz de escribir así?, que me lo pegunte significa que puedo seguir aprendiendo. Chao

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