Tenía un año y medio cuando Peter y Mary se lo llevaron a
casa. Le pusieron un trajecito azul allí mismo, en el orfanato, y tiraron la
ropa blanquecina que lo envolvía, con una mancha roja a la altura del cuello. Sus
ojos eran oscuros como una noche cerrada sin luna, estrellas ni esperanza. Sus
pupilas eran dos pozos negros que te atrapaban. Y los atraparon. Las monjas lo
llamaban entre ellas <<Diablito>>. Decían que nunca habían tenido
un bebé tan pequeño con tanto carácter. Su madre biológica, Susan Alkins, lo
tuvo en la cárcel. Su novio, Evan McGregor, la visitó media docena de veces y, en
los vis a vis, la penetró violentamente y desapareció de su vida. Susan se
quedó embarazada. Cuando nació el bebé, lo miró a los ojos detenidamente. Dijo
que se llamaba John John y que no quería volver a verlo, que era la semilla del
mal, la de su abuelo. El Estado se encargó de llevarlo a un orfanato, donde lo encontraron Peter y Mary. Ellos no habían
podido ser padres. Con tal solo veinte años a Mary le hicieron una histerectomía
y le quitaron el útero. Diez años después decidió que quería formar una familia
con Peter y que adoptarían un bebé.
Había cuarenta niños en la habitación, la mayoría entre
dos meses y tres años. Algunos dormían, muchos lloraban. Mary se acercaba a sus
cunas y les hacía carantoñas. <<Mira, Peter, mira qué guapa es
ésta>>, dijo. <<¿Qué pasa, preciosa? ¿Cómo estás?>>, había
acariciado a varios bebés, tocándoles la
barriguita, un brazo o un pie que asomaba por debajo de la manta, hasta que se
paró frente a la niña de ojos azules. En el cartel de su cuna estaba escrito
<<Molly>>. Tenía hoyuelos en los mofletes y unas largas pestañas.
<<Qué dulce es, Peter>>. En la cuna de al lado, John Jonh los
miraba. Peter se fijó en él. <<¿Y este hombrecito quién es?>>. El
bebé movió los labios hacia el lado derecho, sonriéndole. Ya eran suyos.
<<¿Este niño nunca duerme?, preguntó Susan, una
amiga de Mary, durante la cena. Nos mira todo el tiempo, como si no quisiera
perderse detalle. <<La verdad es que duerme poco>>, respondió Mary
mientras se levantaba a por los postres. <<Pero es muy bueno y no da guerra>>.
<<Ya veremos cuando empiece a salir con chicas, con esa cara de travieso,
seguro que es todo un rompecorazones, dijo el marido, guiñándole un ojo a John
Jonh.
En el supermercado, los padres primerizos compraron un
monitor con cámara de vídeo para poder verlo por las noches desde su
habitación. <<Es el mejor vigila-bebés del mercado>>, les había asegurado
el dependiente con la cara llena de acné y chaleco rojo.
<<Todavía no se ha dormido>>, dijo Mary
mientras se frotaba las manos para extenderse bien la crema y miraba el
monitor. <<¿Cómo puede ser que no tenga sueño? Hoy no se ha echado la
siesta y lleva todo el día despierto>>. <<Ya se dormirá, Mary, no
te preocupes. Ya le entrará el sueño y caerá rendido>>. Pero a la tres de
la mañana, seguía despierto. Mary lo observaba inquieta por la pantalla. Lo
tenía en su mesilla. Lo cogió y se acercó el aparato a la cara para verlo
mejor. John Jonh la miró. Clavó sus ojos en la pantalla. Mary se estremeció y dejó
el vigila-bebés en la mesilla y se abrazó a Peter. Él roncaba. El gato, un persa
blanco de ojos azules, se subió a la cama y se enroscó a sus pies. Mary se
incorporó y lo acarició. Él cerró los ojos y empezó a ronronear. Tenía seis
años y era parte de la familia. Peter se lo regaló a Mary por su aniversario de
boda. Lo metió en una caja con un lazo rojo grande y se lo dio. Mary estaba en
la cocina. Cuando abrió la caja y lo vio, se echó a llorar. Era tan pequeño que
cabía en su mano. Mary se lo llevó a la cara y luego al pecho. Lo estuvo
abrazando toda la tarde. Mientras le buscaban un nombre, empezó a llamarlo <<Bebé>>.
Pero se acostumbraron y, cuando creció, ya no pudieron cambiarle el nombre.
A las cinco de la mañana, Mary escuchó un ruido. Bebé no
estaba a sus pies. Se giró rápidamente para mirar la pantalla del vigila-bebés.
John Jonh no estaba en la cuna. Despertó, nerviosa, a Peter y fueron corriendo
a su habitación. Lo buscaron por todas partes pero allí no estaba. Fueron
encendiendo todas las luces de la casa hasta que, finalmente, lo encontraron en
la cocina, junto al arenero del gato. Lo abrazaron, lo besaron en la mejilla y lo
llevaron a su cuna.
A la mañana siguiente, Mary trata de darle el biberón en
la cocina. John John giró la cabeza y el biberón acabó en el suelo. Mary lo
recogió, lo lavó en el fregadero y se lo volvió a dar. El gato apareció en la
puerta. Se paró de golpe y los miró. Mary se volvió hacia él. <<¿Qué
pasa, Bebé?>>, le dijo. El biberón volvió a caer al suelo y el gato salió
corriendo. Con la caída, el tapón se había abierto y la leche empezó a
esparcirse por el suelo. John Jonh sonrió. Mary no lo vio, estaba fregando el
suelo.
A las tres de la madrugada, Mary se despertó. El gato no
estaba a sus pies. Se giró rápidamente para ver la pantalla del bebé . Estaba
negra. Se levantó de la cama. Oyó un ruido en la cocina. Cogió la bata y,
mientas se la abrochaba a la cintura, se dirigió a la cocina. Cuando encendió
la luz, pegó un grito. El gato estaba en el suelo, en mitad de un charco de
sangre, abierto en canal. Había gotas rojas por todas partes. Peter se despertó
al oír el grito de su mujer. Miró la pantalla del bebé. John John tenía la
mirada fija. Lo sonrió. Peter fue a la cocina y encontró a su mujer de
rodillas, temblando. John Jonh se giró en la cuna, sobre el lado derecho, y se
durmió.
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