jueves, 19 de noviembre de 2015

Adopción, por Irene Camacho




Tenía un año y medio cuando Peter y Mary se lo llevaron a casa. Le pusieron un trajecito azul allí mismo, en el orfanato, y tiraron la ropa blanquecina que lo envolvía, con una mancha roja a la altura del cuello. Sus ojos eran oscuros como una noche cerrada sin luna, estrellas ni esperanza. Sus pupilas eran dos pozos negros que te atrapaban. Y los atraparon. Las monjas lo llamaban entre ellas <<Diablito>>. Decían que nunca habían tenido un bebé tan pequeño con tanto carácter. Su madre biológica, Susan Alkins, lo tuvo en la cárcel. Su novio, Evan McGregor, la visitó media docena de veces y, en los vis a vis, la penetró violentamente y desapareció de su vida. Susan se quedó embarazada. Cuando nació el bebé, lo miró a los ojos detenidamente. Dijo que se llamaba John John y que no quería volver a verlo, que era la semilla del mal, la de su abuelo. El Estado se encargó de llevarlo a un orfanato, donde lo  encontraron Peter y Mary. Ellos no habían podido ser padres. Con tal solo veinte años a Mary le hicieron una histerectomía y le quitaron el útero. Diez años después decidió que quería formar una familia con Peter y que adoptarían un bebé.

Había cuarenta niños en la habitación, la mayoría entre dos meses y tres años. Algunos dormían, muchos lloraban. Mary se acercaba a sus cunas y les hacía carantoñas. <<Mira, Peter, mira qué guapa es ésta>>, dijo. <<¿Qué pasa, preciosa? ¿Cómo estás?>>, había acariciado a varios bebés,  tocándoles la barriguita, un brazo o un pie que asomaba por debajo de la manta, hasta que se paró frente a la niña de ojos azules. En el cartel de su cuna estaba escrito <<Molly>>. Tenía hoyuelos en los mofletes y unas largas pestañas. <<Qué dulce es, Peter>>. En la cuna de al lado, John Jonh los miraba. Peter se fijó en él. <<¿Y este hombrecito quién es?>>. El bebé movió los labios hacia el lado derecho, sonriéndole. Ya eran suyos.

<<¿Este niño nunca duerme?, preguntó Susan, una amiga de Mary, durante la cena. Nos mira todo el tiempo, como si no quisiera perderse detalle. <<La verdad es que duerme poco>>, respondió Mary mientras se levantaba a por los postres. <<Pero es muy bueno y no da guerra>>. <<Ya veremos cuando empiece a salir con chicas, con esa cara de travieso, seguro que es todo un rompecorazones, dijo el marido, guiñándole un ojo a John Jonh.

En el supermercado, los padres primerizos compraron un monitor con cámara de vídeo para poder verlo por las noches desde su habitación. <<Es el mejor vigila-bebés del mercado>>, les había asegurado el dependiente con la cara llena de acné y chaleco rojo.

<<Todavía no se ha dormido>>, dijo Mary mientras se frotaba las manos para extenderse bien la crema y miraba el monitor. <<¿Cómo puede ser que no tenga sueño? Hoy no se ha echado la siesta y lleva todo el día despierto>>. <<Ya se dormirá, Mary, no te preocupes. Ya le entrará el sueño y caerá rendido>>. Pero a la tres de la mañana, seguía despierto. Mary lo observaba inquieta por la pantalla. Lo tenía en su mesilla. Lo cogió y se acercó el aparato a la cara para verlo mejor. John Jonh la miró. Clavó sus ojos en la pantalla. Mary se estremeció y dejó el vigila-bebés en la mesilla y se abrazó a Peter. Él roncaba. El gato, un persa blanco de ojos azules, se subió a la cama y se enroscó a sus pies. Mary se incorporó y lo acarició. Él cerró los ojos y empezó a ronronear. Tenía seis años y era parte de la familia. Peter se lo regaló a Mary por su aniversario de boda. Lo metió en una caja con un lazo rojo grande y se lo dio. Mary estaba en la cocina. Cuando abrió la caja y lo vio, se echó a llorar. Era tan pequeño que cabía en su mano. Mary se lo llevó a la cara y luego al pecho. Lo estuvo abrazando toda la tarde. Mientras le buscaban un nombre, empezó a llamarlo <<Bebé>>. Pero se acostumbraron y, cuando creció, ya no pudieron cambiarle el nombre.

A las cinco de la mañana, Mary escuchó un ruido. Bebé no estaba a sus pies. Se giró rápidamente para mirar la pantalla del vigila-bebés. John Jonh no estaba en la cuna. Despertó, nerviosa, a Peter y fueron corriendo a su habitación. Lo buscaron por todas partes pero allí no estaba. Fueron encendiendo todas las luces de la casa hasta que, finalmente, lo encontraron en la cocina, junto al arenero del gato. Lo abrazaron, lo besaron en la mejilla y lo llevaron a su cuna.

A la mañana siguiente, Mary trata de darle el biberón en la cocina. John John giró la cabeza y el biberón acabó en el suelo. Mary lo recogió, lo lavó en el fregadero y se lo volvió a dar. El gato apareció en la puerta. Se paró de golpe y los miró. Mary se volvió hacia él. <<¿Qué pasa, Bebé?>>, le dijo. El biberón volvió a caer al suelo y el gato salió corriendo. Con la caída, el tapón se había abierto y la leche empezó a esparcirse por el suelo. John Jonh sonrió. Mary no lo vio, estaba fregando el suelo.

A las tres de la madrugada, Mary se despertó. El gato no estaba a sus pies. Se giró rápidamente para ver la pantalla del bebé . Estaba negra. Se levantó de la cama. Oyó un ruido en la cocina. Cogió la bata y, mientas se la abrochaba a la cintura, se dirigió a la cocina. Cuando encendió la luz, pegó un grito. El gato estaba en el suelo, en mitad de un charco de sangre, abierto en canal. Había gotas rojas por todas partes. Peter se despertó al oír el grito de su mujer. Miró la pantalla del bebé. John John tenía la mirada fija. Lo sonrió. Peter fue a la cocina y encontró a su mujer de rodillas, temblando. John Jonh se giró en la cuna, sobre el lado derecho, y se durmió.

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