-
¿77% de tristeza? ¿Sólo?
- a Clara le pareció
poco. Pensaba que iba a romper el medidor de emociones con su pena.
-
Sí - confirmó
la doctora mirando
con atención los papeles que tenía sobre
la mesa por encima de sus gafas de concha
- 77% de tristeza, 18% de melancolía y 5% de esperanza. Existen otras emociones residuales que interfieren con las principales, pero no son pertinentes. No me extraña que te sientas
tan mal, estás descompensada.
-
¿Qué diferencia existe entre la tristeza y la melancolía? - preguntó Clara, confusa.
- La melancolía es como una especie de sumidero de tristezas antiguas
- respondió la doctora
con el tono de voz de quién
le explica algo muy complicado a un niño pequeño. “Emociones humanas para dummies” pensó Clara amargamente.
-
Y bueno, ¿qué puedo hacer?,
¿cuál es el procedimiento en estos casos?
- preguntó con un hilito de voz - Los métodos convencionales no me han sido de gran ayuda
y me he hecho adicta a los antidepresivos.
La doctora cruzó
los brazos sobre
su pecho en un gesto que a Clara le pareció profesional e imperioso a un tiempo. Después habló como si la respuesta fuera muy sencilla.
-
Bueno, ya sabes que el regulador de emociones ha resultado ser muy efectivo
en estos casos. En los últimos años se ha avanzado mucho y hay un gran número de pacientes
razonablemente satisfechos con los resultados. Por cuestiones de ética profesional no podemos eliminar el porcentaje de tristeza al 100%, la Organización Nacional
de los Defensores de la Emoción
Pura se nos echaría encima,
pero sí podemos
equilibrar la balanza aumentando el porcentaje de alegría y disminuyendo el de tristeza. El resto es cosa tuya. Si
aceptas, deberás firmar estos papeles.
Es importante que sepas que el regulador
puede provocar pérdidas irreversibles de memoria. No es frecuente, ni tampoco suelen
ser pérdidas importantes para el paciente,
pero puede ocurrir.
Olvidar, buena cosa, ojalá fuera posible.
Olvidar el dolor y la pena. Olvidar
que Leo murió y la dejó
sola en un mundo en el que las emociones
se pueden medir
y pueden ser reguladas. Cuándo Clara se sentía al borde del suicidio le bastaba con recordar su rostro confiado
y alegre para volver
a aferrarse a la vida con la fuerza de un recién
nacido. Vivía sólo para recordarle. Sonrió con tristeza.
Ya no sabía sonreír
de otra manera. ¿Dónde estaba ese 5% de esperanza?. Supuso que aplastado por el peso ingente de la tristeza
y ninguneado por ese 18% de
melancolía. Miró a la doctora
mientras reflexionaba. Ella la miraba
a su vez, expectante.
A Clara no le hacía
falta usar el medidor de emociones para saber que esa mujer poseía un porcentaje
bastante alto de impaciencia y tal vez de hastío. Finalmente asintió. Lo haría. Dejaría
que el regulador de emociones
hiciera el trabajo
que su mente y su cuerpo
se negaban a hacer. Firmó los papeles con pulso firme.
El día de la regulación se levantó temprano
y apareció en la consulta
20 minutos antes.
Se había pasado la noche soñando
con Leo, sueños
dulces en los que él le sonreía
y le apartaba el pelo de la cara mientras contemplaban juntos el atardecer frente al mar.
Todo estaba preparado ya. El regulador era una especie
de casco ovalado,
de una superficie pulida y brillante. Un aparato sencillo, con un único cable plateado
que lo conectaba a una especie de monitor que la doctora
manipulaba con el ceño fruncido
y la lengua aprisionada entre los
dientes, concentrada. Cuando
todo estuvo listo,
Clara se sentó en el amplio sillón
de látex y la doctora le colocó el casco con cuidado. Antes le había inyectado una sustancia inocua inductora de un sueño ligero. Habían
descubierto que si el sujeto estaba dormido
la regulación resultaba más efectiva. Una hora más tarde todo había terminado.
Cuando Clara abrió
los ojos se sintió extrañamente aliviada, como si le hubieran
sacado la piedra que le aprisionaba el corazón. Sonrió
a la doctora sin esfuerzo, pero de repente
su mirada se perdió
en un punto lejano y sus ojos se abrieron
desmesuradamente, horrorizados. Entonces su pecho
comenzó a agitarse
espasmódicamente y empezó
a llorar, las lágrimas fluyendo como manantiales de sus ojos oscuros. La doctora la miró perpleja,
y acto seguido consultó los porcentajes que indicaba el monitor. La regulación había sido un éxito. Entonces, ¿por qué lloraba?. Clara, con la voz ahogada por el llanto,
gimió:
- Le he olvidado… He olvidado
su cara.
Y siguió
llorando como si la vida se le escapara por los ojos.
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