Ya es demasiado tarde. Aunque queramos no hay vuelta atrás. Nadie nos hará caso, nadie está dispuesto a renunciar. El final está tan cerca que no se ve siquiera el precipicio. Cuando junto a mis colegas Nest y Wael creamos El Sistema, no podíamos imaginar que esto podía suceder. Todo fue como un juego. Solo queríamos facilitar la vida a la humanidad. No valoramos correctamente el impacto.
Nací
en 2015. En plena explosión tecnológica. La era digital se extendía exponencialmente
por el mundo. Ese iba a ser mi ámbito natural de desarrollo. Y siempre tuve la
ilusión de aportar mi granito de arena para mejorar el entorno.
Cuando
llegué a los 20 años, los humanos podían hacer prácticamente todo mediante
sistemas informáticos. Desde cualquier parte del planeta y sin cables. Incluso
sin necesidad de manipulación de los dispositivos.
Sin
embargo, lo que realmente hacía feliz a la población eran las redes sociales.
Desde su creación algunos años antes de que yo viniera al mundo, el éxito de
estos sistemas de comunicación entre individuos fue total y absoluto. E
irresistible. El perfeccionamiento de estas redes fue cada vez mayor. Hasta era
posible percibir olores, fragancias, a través de algunos programas.
Sin
embargo, se mantenía un inconveniente primigenio: la imposibilidad de evitar el
engaño. El porcentaje de suplantación de personalidad era exagerado y por
tanto, de frivolidad y decepción. La sociedad lo asumía en cierta medida, pero
el descontento era tal que eran continuos los proyectos que intentaban resolver
este asunto.
Nosotros
lo conseguimos. Dos intensos años de trabajo en equipro a distancia con el
americano Nest y el hindú Wael, grandes ingenieros e incansables trabajadores,
nos llevó hasta El Sistema: una
aplicación que permitía leer la mente de los usuarios de cualquier red social.
Mediante un programa de alta precisión se lograba leer iris del ojo y así, nuestra
aplicación podía captar los pensamientos del contrario. Al principio, se captaban
ideas simples. Pero en poco tiempo El
Sistema permitía una real comunicación sincera. Podía asimilarse a la
telepatía.
El Sistema fue una auténtica revolución.
Los usuarios se lanzaron a utilizarlo llenos de esperanza. El éxito fue
espectacular. Y sus efectos negativos, también lo fueron.
En
un breve espacio de tiempo, los secretos de estado y de pareja dejaron de
serlo. Las sorpresas y la emoción de lo desconocido dejaron de existir. Las
personas tenían en sus manos la verdad de todo pero no por ello se sintieron mejor.
Progresivamente, dejaron vacía su vida interior pues con El Sistema estaban desnudos sus pensamientos. No había misterio. No
Había ilusión. Por las calles se veían seres flotantes con la mirada perdida
dentro de sus pantallas de mano.
Y
sin saber cómo, nos encontramos con una población envejecida. Mermada por la
apatía. Las relaciones amorosas dejaron de interesar y los nacimientos cesaron
bruscamente. Una nebulosa de pensamientos rebotaba de unos a otros dispositivos
y mantenía a los humanos en un irreal mundo de felicidad.
Sólo
unos cuantos nos resistimos al encantamiento. Pero hoy he sabido que en mi
ciudad quedamos apenas 100 personas y entonces he sucumbido a los presagios que
desde hace meses me asaltan por las noches. Ya es demasiado tarde...
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