miércoles, 11 de noviembre de 2015

La luz, por Juan Carlos García Reyes




―¡Ya está bien! ―exclamó―. Esto se va a acabar.

La situación en la estación espacial del planeta Júpiter era insostenible. Se había creado como lugar para el renacimiento de la humanidad. Pero los habitantes de la colonia se quejaban constantemente de la falta de espacio. ¡Qué incongruencia! Falta de espacio en medio del espacio. Las tensiones estaban latentes y saltaban chispas al menor roce posible.

SR7 era el encargado de velar por el control, la seguridad, la prosperidad y la gestión de la amplia comunidad que residía en la estación. Era el único posible capaz de desempeñar ese cometido, porque carecía de escrúpulos, de empatía, de conciencia, de estímulos, de sentimientos. Bueno… de sentimientos careció en sus inicios, cuando fue creado, pero su evolución junto a aquellos seres humanos le fueron influyendo en partes recónditas de su subconsciente que le fueron reeducando.

Su apariencia de ser humano de raza superior: alto, sano, fuerte, guapo, inteligente, deportista, educado, respetuoso… no fueron para él nada más que un obstáculo en su proceder ya que tanto era el parecido, que algunos olvidaban lo que era en realidad, y le confiaban sus vidas, sus inquietudes, sus anhelos. ¡Cuántas veces añoró ser un Minion y poder dirigirse a una boca de riego para declararle su amor eterno para posteriormente reírse a carcajadas! O simplemente, ser ese robot de ficción que en Andalucía, una región del sur de Europa, llamaban cariñosamente “Arturito” y que podía comunicarse por medio de silbidos y sonidos eléctricos. Al menos, de esa forma, nadie hubiera dudado de su naturaleza nada más verlo.

Tanta era la confusión, que él, un robot humanoide de la gama Stelar Robot, en su nivel más avanzado, había llegado a dudar de su capacidad para obrar en consecuencia y tomar las decisiones adecuadas. Tan grande era el estado de agobio que sentía, que por un momento dudó si era un robot humanoide o un humano robotizado.

Hasta que llegó a ese preciso instante y dejó escapar un alarido estruendoso en forma de exclamación:

―¡Ya está bien! Esto se va a acabar.

Miró con dureza a los responsables de las distintas divisiones y continuó con firmeza.

―La estación se viene abajo. No habéis sido capaces de mantenerla con vida. Se muere por dentro. Ya no produce ni alimentos ni oxígeno suficiente. He tomado una decisión en firme: me llevo a una pareja de humanos jóvenes y sanos y viajaremos hasta el confín de la galaxia para empezar de nuevo. Ellos si son el futuro de la humanidad.

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