martes, 17 de noviembre de 2015

Insignium, por Irene Camacho




El último recuerdo que tengo es el de ella en el coche, con su mano sobre mi muslo. Yo lloraba y ella decía que no me preocupase, que todo iría bien. 

<<Te quiero, mi amor, y pase lo que pase, nos volveremos a ver, en esta vida o en la siguiente>>. 

Tenía la cara ensangrentada. Me sonreía. Cerró los ojos. No los volvió a abrir. La ambulancia tardó diez minutos en llegar. Cuando lo hizo, dos robots bajaron de ella y se acercaron a nosotros. Nos midieron las constantes vitales e hicieron una evaluación de nuestro estado. 

<<Mujer de treinta y cinco años. No tiene pulso. Hora de la muerte: 01.59 de la madrugada del 8 de noviembre>>. Apreté la mano de mi mujer y cerré los ojos. <<Varón de treinta y seis años>>, continuó el robot que estaba a mi lado. Me pitaba el oído izquierdo. <<190 pulsaciones. Se encuentra en estado crítico. Requiere traslado inmediato al hospital más cercano>>. Oí el sonido de las ruedas de un coche parándose. <<Policía, ¿qué ha pasado aquí?>>, dijo una voz metálica que parecía humana. <<Tenemos un humano herido y otro fallecido. El herido requiere hospitalización inmediata. El otro hay que trasladarlo a Insignium para examinarlo>>, dijo el robot a mi izquierda. <<No se llevarán a mi mujer a ningún lado, máquinas del infierno>>, grité. <<Déjennos morir en paz. Es lo único que nos queda>>. <<Negativo. Nuestras órdenes son trasladar los cádaveres al Tanatorium para ser examinados y trasladar los heridos para su sanación>>, me contestó el robot que acababa de llegar. Apenas podía hablar. <<No pondré un pie en sus instalaciones del demonio. Jamás formaré parte de sus proyectos. Antes moriré que acabar convertido en una maldita máquina de hojalata. Entonces noté un pinchazo en el cuello. 

Cuando desperté, estaba en una sala rodeado de máquinas. De mi cuerpo salían y entraban cables de diferentes colores. Ya no me pitaba el oído izquierdo. Traté de incorporarme. <<Buenas tardes y bienvenido al centro de investigación y desarrollo de Insignium>>, me dijo una voz que parecía de mujer. Ha estado a punto de morir. Pero hemos reconstruido sus órganos. Se recupera satisfactoriamente. Su esperanza de vida es de un 87%. Además, se ha corregido las cuatro dioptrías que tenía de miopía y las 0,75 de astigmatismo, la desviación nasal que sufría y la intolerancia a la lactosa. Enhorabuena, ha vuelto a nacer>>. Tiré de la vía que tenía en el brazo izquierdo. Grité de dolor. Traté de ponerme en pie y dije, mirando al techo: <<Me arrancaré la vida una y otra vez hasta que no puedan reanimarme. Sólo quiero morir en paz. Es lo único que quiero como humano>>. <<Usted ya no es humano. Pertenece a Insignium>>, me contestó la voz.

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