jueves, 19 de febrero de 2015

El Guardaespaldas, por Carmen Gómez Barceló




-Soy Oscar Bustamante y estoy a su servicio- fueron sus palabras.

Arquitectónicamente resultaba hermoso.  En su justa medida, cada atributo ocupaba un lugar en aquél rostro. Unas  gafas negras custodiaban sus ojos y no dejaban adivinar el objeto de su mirada.

Se convirtió en mi guardaespaldas durante el tiempo que duraron mis vacaciones en el verano de 2014. Era Agosto y me encontraba realmente exhausta. Había sido un año malo a nivel político, ya que la crisis internacional nos obligó a acometer una serie de reformas para sacar el país adelante con los consiguientes recortes a todos los niveles. Por mi puesto en la administración, me tocó hacer lo propio en asuntos sociales y sanidad. Tuve que retirar mucho dinero destinado a estas carteras. Todo esto me afectó bastante y decidí tomarme un descanso. No quería ni a Oscar ni a nadie de guardaespaldas, no me parecían necesarios sus servicios, pero mi presidente consideró que mi puesto en el partido lo requería y tuve que admitirlo.

Había alquilado un precioso apartamento con vistas al mar en un pequeño pueblo de Cádiz y aunque desde el primer momento intenté pasar por alto la presencia impuesta del hombre, me resultaba difícil no verle cada vez que yo pretendía entrar en algún lugar de la casa, porque él siempre estaba allí, mirándome a través de sus gafas, en silencio. 

 Un día que me encontraba superada por la situación, le dije que quería ir a la playa para tomar el sol. Me siguió hasta la orilla y se situó dos metros detrás de mí. Hacía mucho calor y por la sombra que proyectaba supe que se había quitado la chaqueta. Empecé a pensar, tal vez por aburrimiento que sería interesante poder ver su cartera. Entonces le pedí por favor que me trajera  rápidamente un refresco del bar porque me sentía mareada, y él no dudó en ponerse en pié al momento y cumplir el encargo. Yo aproveché la ocasión para extraer la cartera del bolsillo interior de la prenda y ojear la documentación. Su carné de identidad tenía impresa la foto de su bonito rostro, pero no su nombre. Bernardo Flores Bocanegra. Ese era su nombre real. Apresuradamente volví a guardar la billetera sin percatarme de que estaba justo detrás de mí.

-¿Algún problema? Preguntó acercándose más de lo habitual.
-No, ninguno. Se estaban cayendo las cosas de su chaqueta-le dije.

Cuando le tuve tan cerca pude oír que su respiración era bastante tortuosa, nunca antes me había percatado de ello. Enseguida me puse a pensar en lo que debía hacer. En cuanto llegara al apartamento llamaría a mi presidente para que tomara cartas en el asunto. Mientras intentaría aparentar toda la normalidad posible.

Me puse en pié, indicándole con la mirada mi intención de volver y de repente todo se tambaleaba ante mis ojos. Estaba mareada y sentí que me caía. Unos brazos me sujetaron y cuando pude abrir los ojos me encontraba tendida en mi sofá sin poder mover un músculo.-La bebida- pensé.

Oscar…o Bernardo…o quien quiera que fuese estaba delante  de mí. Le miré a la cara y se quitó las gafas. Unas ojeras azuladas circundaban unos ojos cansados. Se acercó a mí desafiante, le tuve tan cerca que pude ver como  se apretaba contra mi cuerpo. Su respiración era cada vez más ruidosa. Nuestras miradas se encontraron y un golpe de tos interminable le hizo retroceder para coger aire. Yo no podía hacer otra cosa que permanecer allí y esperar a que ocurriese algo. El hombre se desmoronó ante mí:

-Mi tiempo se acaba… Ocupé el lugar de Oscar para hacerte pagar con tu vida, la vida que tú nos has arrebatado al dejarnos sin medios para continuar. No tengo prisa. Nadie vendrá a rescatarte y los recortes han llegado para los dos.

Pero no fue así. Mis compañeros vinieron a visitarme y me encontraron inmóvil pero viva. El no aguantó. Mis superiores me piden ahora que de marcha atrás, por lo visto alguien con coleta viene pisándonos los talones.

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