-Soy Oscar Bustamante y
estoy a su servicio- fueron sus palabras.
Arquitectónicamente
resultaba hermoso. En su justa medida, cada
atributo ocupaba un lugar en aquél rostro. Unas
gafas negras custodiaban sus ojos y no dejaban adivinar el objeto de su
mirada.
Se convirtió en mi
guardaespaldas durante el tiempo que duraron mis vacaciones en el verano de
2014. Era Agosto y me encontraba realmente exhausta. Había sido un año malo a
nivel político, ya que la crisis internacional nos obligó a acometer una serie
de reformas para sacar el país adelante con los consiguientes recortes a todos
los niveles. Por mi puesto en la administración, me tocó hacer lo propio en
asuntos sociales y sanidad. Tuve que retirar mucho dinero destinado a estas
carteras. Todo esto me afectó bastante y decidí tomarme un descanso. No quería
ni a Oscar ni a nadie de guardaespaldas, no me parecían necesarios sus
servicios, pero mi presidente consideró que mi puesto en el partido lo requería
y tuve que admitirlo.
Había alquilado un
precioso apartamento con vistas al mar en un pequeño pueblo de Cádiz y aunque
desde el primer momento intenté pasar por alto la presencia impuesta del
hombre, me resultaba difícil no verle cada vez que yo pretendía entrar en algún
lugar de la casa, porque él siempre estaba allí, mirándome a través de sus
gafas, en silencio.
Un día que me encontraba superada por la situación,
le dije que quería ir a la playa para tomar el sol. Me siguió hasta la orilla y
se situó dos metros detrás de mí. Hacía mucho calor y por la sombra que
proyectaba supe que se había quitado la chaqueta. Empecé a pensar, tal vez por
aburrimiento que sería interesante poder ver su cartera. Entonces le pedí por
favor que me trajera rápidamente un
refresco del bar porque me sentía mareada, y él no dudó en ponerse en pié al
momento y cumplir el encargo. Yo aproveché la ocasión para extraer la cartera del
bolsillo interior de la prenda y ojear la documentación. Su carné de identidad
tenía impresa la foto de su bonito rostro, pero no su nombre. Bernardo Flores
Bocanegra. Ese era su nombre real. Apresuradamente volví a guardar la billetera
sin percatarme de que estaba justo detrás de mí.
-¿Algún problema?
Preguntó acercándose más de lo habitual.
-No, ninguno. Se estaban
cayendo las cosas de su chaqueta-le dije.
Cuando le tuve tan cerca
pude oír que su respiración era bastante tortuosa, nunca antes me había
percatado de ello. Enseguida me puse a pensar en lo que debía hacer. En cuanto
llegara al apartamento llamaría a mi presidente para que tomara cartas en el
asunto. Mientras intentaría aparentar toda la normalidad posible.
Me puse en pié,
indicándole con la mirada mi intención de volver y de repente todo se
tambaleaba ante mis ojos. Estaba mareada y sentí que me caía. Unos brazos me
sujetaron y cuando pude abrir los ojos me encontraba tendida en mi sofá sin
poder mover un músculo.-La bebida- pensé.
Oscar…o Bernardo…o quien
quiera que fuese estaba delante de mí.
Le miré a la cara y se quitó las gafas. Unas ojeras azuladas circundaban unos
ojos cansados. Se acercó a mí desafiante, le tuve tan cerca que pude ver como se apretaba contra mi cuerpo. Su respiración
era cada vez más ruidosa. Nuestras miradas se encontraron y un golpe de tos
interminable le hizo retroceder para coger aire. Yo no podía hacer otra cosa
que permanecer allí y esperar a que ocurriese algo. El hombre se desmoronó ante
mí:
-Mi tiempo se acaba…
Ocupé el lugar de Oscar para hacerte pagar con tu vida, la vida que tú nos has
arrebatado al dejarnos sin medios para continuar. No tengo prisa. Nadie vendrá
a rescatarte y los recortes han llegado para los dos.
Pero no fue así. Mis compañeros
vinieron a visitarme y me encontraron inmóvil pero viva. El no aguantó. Mis
superiores me piden ahora que de marcha atrás, por lo visto alguien con coleta
viene pisándonos los talones.
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