Entomofobia…
¿Sabéis lo que
significa?, ¿Sí?
Pues yo no lo he sabido
hasta hace muy poco.
Toda la vida teniendo
miedo a los insectos y no sabía que eso se llamaba entomofobia.
Entomofobia…
Hay que ver lo bonita que
es la palabra y lo feo que son los bichos. Y asquerosos, que andan todo el día
descalzos plantando patas, manos o lo que sea que tengan, en el suelo, sin
calzado, ni guantes ni nada. Ahí, a pelo todo el tiempo. Y no se ponen malos ni
nada. ¿Habéis oído alguna vez que una cucaracha se haya puesto enferma? Pues yo
tampoco. En los ambulatorios no se las ve, así que…
Y mira que son feas y
desagradables, eh? Ni los niños las quieren de mascota. Para colmo tienen que
ser hasta malas. Coño, hasta hay un insecticida que las llama rastreras. Sí,
sí, de verdad, en la etiqueta dice “para bichos rastreros” digo yo por algo
será. Por si acaso yo ni me acerco cuando veo una.
De todas formas da igual
que mantenga la distancia con ellas, ya se acercan a mí sin necesidad de
moverme. Debo de tener un efecto imán o algo para estos insectos. Recuerdo una
vez de niña, entrar en la cocina de casa y encontrarme a una allí en medio,
debía haberla pillado infraganti porque se quedó quieta como una estatua, no se
si pretendía pasar por una mancha de la loza o algo. Madre mía cómo grite, la
pobre saltó y todo del susto, y si no fuera por el efecto imán este que tengo, supongo
que habría corrido para el lado contrario en lugar de ir hacia mí. Creo que se
quiso poner detrás mío para esconderse de aquello a lo creyó que le estaba
gritando. Supongo que como me vio más grande pensaría que iba a defenderla
mejor. Hicimos una buena carrera ese
día.
Yo pensaba que el efecto
imán desaparecería con la edad, porque lo que es el miedo…
Sigo dando esos gritos
desorbitados que hacen que los ojos salten de las cuencas, y mi hija parece que
ha heredado ese poderío, bueno, ese y el del efecto imán.
El otro día la escuché
gritar en el baño. Recogí los ojos del
suelo, y fui a ver qué pasaba. Me la encontré señalando la pared y allí estaba,
la madre de todas las cucarachas. Pegué mi grito descomunal que llevaba tantos
años desarrollando y corrí hacia el salón.
-¡Dios mío! ¡Qué era
eso!- Pregunté a mi hija.
-¡No lo sé, pero yo
también me he acojonado!- Me contestó la cucaracha a mi lado, con la mano en el
pecho y la respiración entrecortada.
Fui rápidamente al bolso
a por el cucal, sí, siempre llevo uno en el bolso por si las moscas, bueno, por
si las moscas, los mosquitos, las libélulas, las avispas…. Además, ese insecticida,
no insulta a los bichos, debe ser que los fabricantes están mejor educados, y
así no me siento violenta leyendo la etiqueta.
Ya con mi arma letal en
mi poder, tuve un mano a mano con la cucaracha. Acabamos las dos bocarriba y
con convulsiones. Debido a la diferencia de peso, supongo, cayó antes que yo.
Ella no sobrevivió, yo a duras penas.
Cogí la escoba y el
recogedor, la barrí, y la tiré por la terraza. No a la basura, por la terraza
directamente, por si le daba por resucitar, que ya me conozco yo esos quiebros.
En fin, lo dicho, que
tengo miedo a los insectos. Vamos, que soy una entomofóbica, con un efecto imán
sobre ellos, y que a veces se vuelve encantador, y si no que se lo digan a la
palomita que encontré una vez en mi salita, que se puso a hacerme ojitos, pero
esa es una historia que ya contaré otro día.
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