viernes, 6 de febrero de 2015

Entomofobia, por Sonia Quiveu



Entomofobia… 

¿Sabéis lo que significa?, ¿Sí?

Pues yo no lo he sabido hasta hace muy poco.

Toda la vida teniendo miedo a los insectos y no sabía que eso se llamaba entomofobia. 

Entomofobia… 


Hay que ver lo bonita que es la palabra y lo feo que son los bichos. Y asquerosos, que andan todo el día descalzos plantando patas, manos o lo que sea que tengan, en el suelo, sin calzado, ni guantes ni nada. Ahí, a pelo todo el tiempo. Y no se ponen malos ni nada. ¿Habéis oído alguna vez que una cucaracha se haya puesto enferma? Pues yo tampoco. En los ambulatorios no se las ve, así que…

Y mira que son feas y desagradables, eh? Ni los niños las quieren de mascota. Para colmo tienen que ser hasta malas. Coño, hasta hay un insecticida que las llama rastreras. Sí, sí, de verdad, en la etiqueta dice “para bichos rastreros” digo yo por algo será. Por si acaso yo ni me acerco cuando veo una.

De todas formas da igual que mantenga la distancia con ellas, ya se acercan a mí sin necesidad de moverme. Debo de tener un efecto imán o algo para estos insectos. Recuerdo una vez de niña, entrar en la cocina de casa y encontrarme a una allí en medio, debía haberla pillado infraganti porque se quedó quieta como una estatua, no se si pretendía pasar por una mancha de la loza o algo. Madre mía cómo grite, la pobre saltó y todo del susto, y si no fuera por el efecto imán este que tengo, supongo que habría corrido para el lado contrario en lugar de ir hacia mí. Creo que se quiso poner detrás mío para esconderse de aquello a lo creyó que le estaba gritando. Supongo que como me vio más grande pensaría que iba a defenderla mejor.  Hicimos una buena carrera ese día.

Yo pensaba que el efecto imán desaparecería con la edad, porque lo que es el miedo…
 
Sigo dando esos gritos desorbitados que hacen que los ojos salten de las cuencas, y mi hija parece que ha heredado ese poderío, bueno, ese y el del efecto imán.

El otro día la escuché gritar en el baño. Recogí  los ojos del suelo, y fui a ver qué pasaba. Me la encontré señalando la pared y allí estaba, la madre de todas las cucarachas. Pegué mi grito descomunal que llevaba tantos años desarrollando y corrí hacia el salón.

-¡Dios mío! ¡Qué era eso!- Pregunté a mi hija.
-¡No lo sé, pero yo también me he acojonado!- Me contestó la cucaracha a mi lado, con la mano en el pecho y la respiración entrecortada.

Fui rápidamente al bolso a por el cucal, sí, siempre llevo uno en el bolso por si las moscas, bueno, por si las moscas, los mosquitos, las libélulas, las avispas…. Además, ese insecticida, no insulta a los bichos, debe ser que los fabricantes están mejor educados, y así no me siento violenta leyendo la etiqueta.

Ya con mi arma letal en mi poder, tuve un mano a mano con la cucaracha. Acabamos las dos bocarriba y con convulsiones. Debido a la diferencia de peso, supongo, cayó antes que yo. Ella no sobrevivió, yo a duras penas.

Cogí la escoba y el recogedor, la barrí, y la tiré por la terraza. No a la basura, por la terraza directamente, por si le daba por resucitar, que ya me conozco yo esos quiebros.

En fin, lo dicho, que tengo miedo a los insectos. Vamos, que soy una entomofóbica, con un efecto imán sobre ellos, y que a veces se vuelve encantador, y si no que se lo digan a la palomita que encontré una vez en mi salita, que se puso a hacerme ojitos, pero esa es una historia que ya contaré otro día.

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