-¿Cómo he llegado hasta
aquí?- Se preguntó Marta mientras se mordía las uñas.
Era una costumbre que
había cogido a medida que fue pasando el proceso de selección sin que la
excluyeran.
Todo había empezado como
una broma cuatro años atrás.
En la web de Mars One
habían colocado un apartado donde podías apuntarte a una especie de Gran
Hermano espacial. Sus amigos la habían persuadido
para que enviara sus datos. “A ver hasta donde llegas” le dijeron, y a partir
de ahí empezaron a hacer apuestas que habían llegado a alcanzar los mil euros y
una semana en Santo Domingo. Al principio, a Marta no
le preocuparon estas pruebas, pensaba que la descartarían rápidamente. Pero
después de la sexta selección en la que le hacían ver que seguía siendo una
candidata para el viaje sin retorno a Marte, empezó a ponerse nerviosa. “Una botánica puede
aplicar sus conocimientos en la medicina, creando medicamentos que parten de
las plantas. Tú deberías ir” Le había dicho uno de los candidatos. Un biólogo.
Ahora sentía una responsabilidad
forzada a continuar. Eso era lo que le impedía salir corriendo de la sala de
aislamiento donde se concentraban los cuatro finalistas. En menos de veinticuatro
horas estarían montados en una nave hacia el planeta rojo. Sin saber qué
pasaría si no consiguen llegar. O si una vez allí no logran sobrevivir. ¿Pero y
si lo hacían?, ¿Y si de verdad sobrevivían como el Mars One prometía, y
lograban autoabastecerse? No podría volver jamás para estar con su familia o
amigos.
Las especulaciones sobre
la insuficiencia de dinero, de víveres, de materiales para construir medios y
obtener materia prima, habían influenciado mucho en las inquietudes de los
cuatro. Pero lo que más temían era tener que seguir adelante. Ella no era la única cuyo
mayor temor fuera existir en un planeta vecino habitado únicamente por cuatro
humanos. Unos minutos antes estaba oyendo las inquietudes de uno de los otros
tres.
-Hola- Saludó uno de los
finalistas. -¿Puedo?– Señaló el espacio junto a ella en el sofá donde estaba
sentada y automáticamente lo ocupó con sus largas piernas. –Me llamo Abraham-
Extendió la mano y Marta respondió estrechándosela.
-Marta- Sus dedos se
habían separado de los dientes un instante para hablar y regresaron rápidamente
a ellos.
Abraham la observó
divertido.
-¿Nerviosa?
Ella hizo un gesto con la
boca y siguió royendo la uña.
Abraham se rió y le dio
una palmadita en el hombro.
-Es normal, a mi me dio
por las barritas de cereales hace unas semanas y no podía parar, pero ya ha
pasado.
Por primera vez en mucho
tiempo los dedos de Marta tuvieron un descanso cuando ella los retiró y los
observó con extrañeza. Posteriormente miró al hombre que estaba sentado a su
lado. Debía tener unos treinta y nueve años. De tez morena, ojos verdes y
rasgos griegos. Aunque hablaba perfectamente el español detrás de un acento
americano. Debía poseer un buen popurrí de razas en la sangre.
-¿No te preocupa lo que
pueda pasar una vez despeguemos?
-Ya no.
Marta frunció el ceño,
debía estar ante un loco o un suicida si no estaba asustado.
-Si no logramos despegar,
ahí se acabará todo, por lo que es absurdo preocuparse. Si logramos despegar
tendremos tiempo para relajarnos y hablar un poco entre los cuatro, vendrá bien
para cuando logremos aterrizar, que estaremos muy ocupados y nos vendrá bien
saber cómo compenetrarnos para hacer las tareas una vez estemos establecidos en
Marte.
-¿Y qué pasará una vez establecidos
allí?
-Estaremos demasiado
ocupados en seguir adelante, y muy entretenidos en discutir y decidir quién
será el líder y si será un buen líder. Es posible que hasta intentemos hacer
dos bandos de dos.
El ceño de Marta se
frunció aún más.
-Soy antropólogo.
-Ah, yo botánica
-Eso es genial cuando
estemos en el espacio. Siento decirte que el cultivo va a ser responsabilidad
tuya, la mía será que no queráis mataros entre vosotros- Rio y negó con la
cabeza cuando vio que los ojos de Marta se abrían al máximo –Es broma.- Ella
suavizó el rostro –O eso espero. De todos modos dentro de dos años piensan
enviar a otros cuatro. Poco a poco iremos siendo más, a saber qué ocurrirá
cuando los nuevos tengan que adaptarse.- Se levantó y se despidió con un guiño.
Si había pretendido
tranquilizarla dándole conversación, no lo había conseguido. Posiblemente había
dicho la verdad, y el comienzo en Marte sería una guerra política para ver
quién iba a ser el jefe.
Se levantó y caminó hasta
uno de los cuartos, dejándose caer de espaldas sobre la cama y quitándose los
últimos hilillos sueltos de la uña del dedo gordo. Se volvió a mirar los dedos,
la primera capa de piel estaba blanquecina y algo transparente por culpa de la
saliva, los laterales enrojecidos e hinchados de los dientes, y las esquinas
donde la uña debía separarse de la carne habían quedado reducidas de tanto
roerlas. Esperaba que se le pasara pronto las ganas de morderse las uñas, como
al otro se le había pasado la de comer barritas de cereales, o a este paso
empezaría a comerse los dedos.
Cerró las manos en un
puño y suspiró. Intentaría dormir algo, mañana comenzaría una vida nueva en
cuanto montase en la nave, durase el tiempo que durase, y sin retorno a la
anterior.
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