jueves, 26 de febrero de 2015

Viaje sin retorno, por Sonia Quiveu




-¿Cómo he llegado hasta aquí?- Se preguntó Marta mientras se mordía las uñas.

Era una costumbre que había cogido a medida que fue pasando el proceso de selección sin que la excluyeran.

Todo había empezado como una broma cuatro años atrás.

En la web de Mars One habían colocado un apartado donde podías apuntarte a una especie de Gran Hermano espacial. Sus amigos la habían persuadido para que enviara sus datos. “A ver hasta donde llegas” le dijeron, y a partir de ahí empezaron a hacer apuestas que habían llegado a alcanzar los mil euros y una semana en Santo Domingo. Al principio, a Marta no le preocuparon estas pruebas, pensaba que la descartarían rápidamente. Pero después de la sexta selección en la que le hacían ver que seguía siendo una candidata para el viaje sin retorno a Marte, empezó a ponerse nerviosa. “Una botánica puede aplicar sus conocimientos en la medicina, creando medicamentos que parten de las plantas. Tú deberías ir” Le había dicho uno de los candidatos. Un biólogo.
 
Ahora sentía una responsabilidad forzada a continuar. Eso era lo que le impedía salir corriendo de la sala de aislamiento donde se concentraban los cuatro finalistas. En menos de veinticuatro horas estarían montados en una nave hacia el planeta rojo. Sin saber qué pasaría si no consiguen llegar. O si una vez allí no logran sobrevivir. ¿Pero y si lo hacían?, ¿Y si de verdad sobrevivían como el Mars One prometía, y lograban autoabastecerse? No podría volver jamás para estar con su familia o amigos.
 
Las especulaciones sobre la insuficiencia de dinero, de víveres, de materiales para construir medios y obtener materia prima, habían influenciado mucho en las inquietudes de los cuatro. Pero lo que más temían era tener que seguir adelante. Ella no era la única cuyo mayor temor fuera existir en un planeta vecino habitado únicamente por cuatro humanos. Unos minutos antes estaba oyendo las inquietudes de uno de los otros tres.
 
-Hola- Saludó uno de los finalistas. -¿Puedo?– Señaló el espacio junto a ella en el sofá donde estaba sentada y automáticamente lo ocupó con sus largas piernas. –Me llamo Abraham- Extendió la mano y Marta respondió estrechándosela.
-Marta- Sus dedos se habían separado de los dientes un instante para hablar y regresaron rápidamente a ellos.
Abraham la observó divertido.
-¿Nerviosa?
Ella hizo un gesto con la boca y siguió royendo la uña.
Abraham se rió y le dio una palmadita en el hombro.
-Es normal, a mi me dio por las barritas de cereales hace unas semanas y no podía parar, pero ya ha pasado.

Por primera vez en mucho tiempo los dedos de Marta tuvieron un descanso cuando ella los retiró y los observó con extrañeza. Posteriormente miró al hombre que estaba sentado a su lado. Debía tener unos treinta y nueve años. De tez morena, ojos verdes y rasgos griegos. Aunque hablaba perfectamente el español detrás de un acento americano. Debía poseer un buen popurrí de razas en la sangre.

-¿No te preocupa lo que pueda pasar una vez despeguemos?
-Ya no.
Marta frunció el ceño, debía estar ante un loco o un suicida si no estaba asustado.

-Si no logramos despegar, ahí se acabará todo, por lo que es absurdo preocuparse. Si logramos despegar tendremos tiempo para relajarnos y hablar un poco entre los cuatro, vendrá bien para cuando logremos aterrizar, que estaremos muy ocupados y nos vendrá bien saber cómo compenetrarnos para hacer las tareas una vez estemos establecidos en Marte.

-¿Y qué pasará una vez establecidos allí?
-Estaremos demasiado ocupados en seguir adelante, y muy entretenidos en discutir y decidir quién será el líder y si será un buen líder. Es posible que hasta intentemos hacer dos bandos de dos.
El ceño de Marta se frunció aún más.
-Soy antropólogo.
-Ah, yo botánica
-Eso es genial cuando estemos en el espacio. Siento decirte que el cultivo va a ser responsabilidad tuya, la mía será que no queráis mataros entre vosotros- Rio y negó con la cabeza cuando vio que los ojos de Marta se abrían al máximo –Es broma.- Ella suavizó el rostro –O eso espero. De todos modos dentro de dos años piensan enviar a otros cuatro. Poco a poco iremos siendo más, a saber qué ocurrirá cuando los nuevos tengan que adaptarse.- Se levantó y se despidió con un guiño. 

Si había pretendido tranquilizarla dándole conversación, no lo había conseguido. Posiblemente había dicho la verdad, y el comienzo en Marte sería una guerra política para ver quién iba a ser el jefe.

Se levantó y caminó hasta uno de los cuartos, dejándose caer de espaldas sobre la cama y quitándose los últimos hilillos sueltos de la uña del dedo gordo. Se volvió a mirar los dedos, la primera capa de piel estaba blanquecina y algo transparente por culpa de la saliva, los laterales enrojecidos e hinchados de los dientes, y las esquinas donde la uña debía separarse de la carne habían quedado reducidas de tanto roerlas. Esperaba que se le pasara pronto las ganas de morderse las uñas, como al otro se le había pasado la de comer barritas de cereales, o a este paso empezaría a comerse los dedos.

Cerró las manos en un puño y suspiró. Intentaría dormir algo, mañana comenzaría una vida nueva en cuanto montase en la nave, durase el tiempo que durase, y sin retorno a la anterior.

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