No podía ser de otro modo, mi
anticuada afición me lo iba a confirmar: todos vamos dejando en el mundo
pequeños trozos de nosotros mismos para que otros los encuentren y sigan
construyendo el destino de la humanidad.
-¡Ese libro es mío! ¿A que es
maravilloso? Hola, soy Leonor, perdona que te asalte así- dijo de forma
apresurada. Pero al verlo la emoción me ha embargado de tal modo que......
La
miré de reojo sin prestarle mucha atención. Era una de aquéllas personas de
avanzada edad que en las horas de sol daban cortos paseos por el parque. Todas
procedían de una residencia de ancianos instalada justo enfrente de la entrada
principal y solían ser los únicos visitantes del verde paraje. Yo estaba
acostumbrada a verlos pero nunca establecí conversación con ninguno hasta ese
día. La verdad es que yo pensaba que no podían comunicarse, los veía tan
mayores.
- Bueno- balbuceé al constatar
que, efectivamente, la anciana me había hablado- lo he empezado hoy y tiene
buena pinta. Pero es difícil que el libro sea suyo. Lo adquirí de segunda mano.
- Pues precisamente por eso es
posible que sea mío. Cuando me trasladé a la residencia de los desbaratados-dijo sorna- tuve que vender todas mis pertenencias, incluyendo los ejemplares
de mi gran biblioteca. Muy a mi pesar, me obligué a conservar solo unos pocos, los que más me
gustaban y los leo y releo en mi habitación. Pero ese que tienes entre tus
manos es uno de mis preferidos y sinceramente creía tenerlo en mi poder. No lo
había echado de menos y no sé cómo ha llegado a ti.
- Yo lo he comprado en el mercado
que hay detrás del centro comercial abandonado. Lo vendía un señor delgado y
ojeroso, no muy simpático. No puedo decirle más. ¿Cómo puede estar segura de
que es el suyo precisamente?
- ¿Dime si en la página 60 hay
una flor seca, una peonía rosada?- indicó con seguridad ella.
- Lo ves, ¡aquí está! Ves, es el
mío, no podía ser de otro modo- suspiró. Sabes, esta flor la cogió mi esposo cuando éramos novios en las
cercanías de un monasterio que había en un alto monte allá en su tierra. Yo era
una analfabeta en materia de flora y fauna pero a él le apasionaba de tal modo
que trasmitía su afición a todo el que le escuchaba. El olor de esta especie es
ligero, parecido al de las rosas pero mucho más refinado, como todas las flores
silvestres. Mantuve el humilde presente de mi amor en un vaso de agua
disfrutando durante unos días de su perfume. Antes de que se marchitara, la
protegí entre las páginas de la mejor novela que había leído hasta el momento. Esa-
dijo señalando al libro con una dulce mirada. Muchos años me costó interesarme en otra como con ella, te lo
aseguro. Relata una bella historia de amor, de las que no se olvidan jamás. Ya
verás.
- Que
va, que va- respondió Leonor alegremente- quédatelo tú, al menos mientras lo
lees. Luego ya veremos lo que hacemos.
- ¿Hacemos?-
respondí extrañada.
- Si,
porque te voy a hacer una propuesta. ¿Qué tal si lo leemos juntas? Aunque mi vista está ya algo cansada, podemos
alternarnos en su lectura. Compartido puede ser aún más hermoso. ¿Qué me dices?
Por cierto, no me has dicho tu nombre.
- ¡Me
parece perfecto!- dije emocionada- Nunca he hecho eso con nadie. Bueno, ahora
nadie lee, solo miran imágenes en pantallas ¿sabe? Vendré todos los sábados soleados, sobre las
12 de la mañana. ¿Le parece bien? Ah! Me llamo Aldebarán.
Sin
embargo, inevitablemente llegó el día en que Leonor faltó al deseado encuentro.
Lo supe inmediatamente, lo intuí, lo sentí. Me acerqué a la residencia con
pasos lentos y me lo confirmaron. No lloré, pero tampoco pude decir nada. Bajé
la cabeza y me dirigí hacia la puerta con las manos en los bolsillos del
pantalón.
- ¡Psst,
psst! - oí que siseaba alguien desde una puerta a la derecha de la recepción. ¿Has
preguntado por Leonor?
Girando sobre
mis talones con desgana, levanté la vista hacia el señor que se dirigía a mí
con cierta familiaridad. Asentí en silencio y me acerqué.
- ¿Eres
Aldebarán, verdad?- pronunció mi hombre con una sonrisilla pícara en sus labios
arrugados.
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