jueves, 26 de febrero de 2015

Sólo con él, por Samuel Lara



Desde que tenía uso de razón, podía oír cosas que otros eran incapaces, escuchaba las voces de la gente que había muerto y los pensamientos de personas que no habían muerto pero estaban cerca o en una situación similar.

Antes podía ignorarlo, pero las voces se hicieron más ruidosas, sin embargo el volumen no era lo peor. Lo más aterrador era lo que decían aquellos lamentos.

Mis latidos eran fuertes y rápidos, no fui capaz en ningún momento de moverme mientras mi oído funcionaba. La temperatura nunca era constante, sentía oleadas de frío y de calor, no tenía capacidad de concentrarme en lo que decían las voces, me sentía agotado todo el tiempo. Pasaba días sin dormir, incluso semanas. Los médicos tenían que ayudarme con pastillas. A veces mi solo veía manchas borrosas en la habitación. Solía pasar las horas en un rincón meciéndome con los ojos abiertos sin mirar a ningún lado, ahogándome en mi propia ansiedad.

A veces gritaba más fuerte y agudo de lo que un ser humano puede llegar a hacer, era entonces cuando me sentía normal, pero volvía a empezar la lucha. Él siempre hablaba, pese a que los demás callaran. Sombrío, loco, sin nada bueno en su mente. No paraba de decir lo mismo: “Por qué  padre, por qué me hiciste caer si eras lo que más amaba”.
 

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