sábado, 17 de diciembre de 2016

Algunos vecinos buenos, por David Fernández




- Está muy rico, Edu
- Bueno, es algo que no habías probado antes ¿Me equivoco?
- No, pero me sorprende que seas tan cocinitas. Se supone que desde que tomas esas pastillas tienes pérdida de ciertas facultades.
- Si Enrique, hasta que te acostumbras, tío. Ya no pierdo tanto la memoria, por ejemplo, pero cambiemos de tema. Por cierto ¿cómo llevas la búsqueda de tu perro? ¿Lo han encontrado ya?
- No, lleva menos de 24 horas desaparecido así que tengo bastantes esperanzas, Pancho es un chico listo y sabe volver, pero a veces me da estos sustos. Muy rica la cena, Edu, si me dices donde está el baño te lo agradecería.
- Sí, claro, es la segunda puerta a la izquierda.

Enrique se levanta de la mesa con el estómago moderadamente lleno y se dirige al baño.

Cuando Enrique llegó esta mañana a su casa después de una noche de trabajo se encontró con que su perro Pancho no estaba. Para él era más que un amigo, era el único que siempre estaba ahí realmente. En seguida se puso en contacto con los vecinos, pero con ninguno se llevaba demasiado bien. 

El único que le entendía era Edu, que había estado en la cárcel aunque nadie sabe muy bien por qué, y que llegaba cada semana a su casa con un bote de pastillas de consumo obligatorio, por ley, que le dejaban al pobre un cuerpo algo débil y unas ojeras alimentadas por un cansancio eterno. Ese hombre vivía en la más pura soledad, lo que parece que hizo que empatizara muy bien con Enrique. De hecho le ayudó en la búsqueda del animal. Al no encontrarlo, Edu le dijo que fuera a las autoridades pertinentes. No le podía acompañar porque tenía que hacer unos recados, pero le había invitado a cenar cuando volviera, "para que no te sientas tan sólo allí en casa, hombre", según sus propias palabras.
 
Cuando alguien arrima el hombro el alivio es mucho mayor, y a Enrique le parecía el doble al venir ese alivio de un vecino del que no esperaba nada. 

Tras la cena, el dueño del perro abre la puerta del baño, enciende el interruptor y se da cuenta de que se ha equivocado de habitación, ésta es la cocina, cuando va a abandonarla para ir al aseo, repara en la encimera. Hay una aglomeración de botes de la medicación que tenía que tomar Edu cada semana, pero hay un problema: todos los botes están llenos de pastillas y precintados. De repente le invade la inseguridad de estar en la misma casa que esa persona, mira a la pared que tiene justo en frente, a un metro y medio aproximadamente de distancia y ve un delantal colgado en una pequeña percha. Está muy sucio y parece no haberse lavado en años. Pero el motivo por el que se fija es otro. Hay algo que también cuelga de la percha, le llama mucho la atención y se acerca para verlo mejor.

Es el collar de un perro con una placa metálica de pequeñas dimensiones en la que reza: Pancho
Enrique se mira al estómago con un gesto inequívoco de horror.

En ese momento oye a modo de susurro tras de sí: "es una lástima que hayas tenido que ver esto..."

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