martes, 27 de diciembre de 2016

Las puertas de Zanzibe, por Esther Pujol




Marian caminó de vuelta a casa, en dirección a la Avenida de la Constitución, acompañada de su amiga Jules. Ambas chicas vivían  en el centro, a tan solo unas manzanas  la una de la otra. Cogieron  la calle Alemanes y bordearon La Catedral para ir hacia Mateos Gago. 

Se escuchó el reloj del ayuntamiento y comenzaron a sonar las doce campanadas. Una tras otra, anunciaron el final y el principio de un nuevo día; cuando la noche es más oscura.

—“En el mundo mágico, la medianoche solar y el mediodía solar, forman un eje que abre el mundo mundano a diferentes mundos, y el poder aumenta conforme se aproxima al centro de la noche” —. Marian comenzó a desvariar, pues sin venir a cuento recordó las viejas historias que le contaba su abuela antes de ir a dormir. Unas historias increíbles, llena de seres mágicos y aventuras inolvidables. Ella siempre le decía —“La medianoche abre las puertas de Zanzibe”—.

Se escuchó el tañido de la última campanada en la distancia cuando advirtió que algo estaba cambiando. Un silencio ensordecedor se adueñó de las calles de la ciudad mientras trataba de averiguar qué diantres estaba sucediendo. Una oleada de calor le invadió y el sonido de una lata vacía de refresco la alertó, al oírla rodar por el duro cemento. Aparentemente nada parecía estar diferente. Nada, excepto una cosa…

Por el rabillo del ojo pudo percibir una imagen distorsionada. Una ilusión óptica. Le pareció ver como la Puerta del Perdón, la puerta de la fachada norte que daba acceso al Patio de los Naranjos de la Catedral, se movía provocando unas ondas giratorias que viraban, en torno a sí mismas, en el mismo sentido que lo harían las agujas de un reloj. Y conforme aumentaba la velocidad del giro, las ondas adquirieron un brillo opalescente. 

Inexplicablemente, un grupo de chicos salió del interior del magnífico vórtice de luces. Asombroso. Cinco chicos, que a simple vista, parecían todos iguales; altos, fornidos y ataviados con ropa oscura.
Los vio descender por las escaleras del edificio y su primera impresión le llevó a pensar que eran militantes de algún ejército. —Pero ¿qué diantres estaba pensando? —recapacitó enseguida tratando de hallar una explicación a los acontecimientos. Con seguridad  su mente le estaba jugando una mala pasada. — ¡Joder! —exclamó asustada—. — ¿Nos habrán puesto alguna sustancia psicotrópica en la bebida y estamos alucinando?”.

Marian miró  a Jules algo confusa; quiso confirmar si también ella estaba viendo lo mismo. Pero no pareció percatarse de nada. Es más, parloteaba, no sé qué cosa, y no paraba de reírse. Entonces, todo sucedió muy deprisa, a pesar de que el tiempo pareció detenerse.

En mitad de toda aquella confusión advirtió que uno de ellos notaba su presencia y detuvo su descenso para examinarla con detenimiento. Vio sorpresa en esos ojos, increíblemente oscuros  que conectaron con los suyos desde la distancia, y que por extraño que le pareciera, le resultó un abismo. No sabría explicar por qué, pero su forma de mirarla le abrumó.

 Miró hacia todos lados desconcertada en búsqueda de alguna respuesta, pero las calles estaban completamente desiertas. No había nadie más alrededor. Agarró su camiseta con una mano a la altura del pecho, pues estaba realmente asustada, y por algún motivo que desconocía, sus pulmones habían dejado de respirar. — ¡Dios mío! —Dijo tomando una profunda bocanada de oxígeno—, — ¿Qué me está pasando?—. Se dijo. Y sin venir a cuento el subconsciente le advirtió que, él, era potencialmente peligroso. Y si así era, ¿por qué tenía la necesidad de tirarse a sus brazos? Y es que el mensaje que le hacía llegar también hablaba de que él era todo lo que anhelaba, que bajo el cobijo de su abrazo estaría protegida.

Eran tan solo unos metros de distancia los que les separaban pero sus pies se negaron a moverse. Se trataba de un completo desconocido. Un tipo, que literalmente había salido de la nada y le llamaba como si fuera un canto de sirenas. 

Lo observó aproximarse  pero su cuerpo reaccionó instintivamente, dando un paso hacia atrás, para alejarse de él. Este se detuvo, pues uno de sus acompañantes había llamado su atención. Se giró para hablar con él y a continuación ambos la miraron. El otro chico tiró de él, instándole a seguir adelante. Por un momento se resistió, librándose de su agarre con una sacudida. Finalmente accedió. Le miró por última vez y mientras se alejaba pudo  ver como sus labios gesticularon “volveré a por ti”. A continuación se marchó.

Todo transcurrió muy deprisa, apenas unos minutos, aunque fueron los minutos más intensos de toda su vida. La marcha de aquel extraño la dejó más aliviada. Respiró calmadamente, tratando de conseguir una respiración honda. El corazón le latía a mil por hora y poco a poco volvió a su ritmo habitual. 

Miró de nuevo a Jules y confirmó una vez más que efectivamente no se había percatado de nada. Estaba contándole algo sobre un tío que habían conocido en el bar. Incluso, juraría que no había parado de hablar en todo ese tiempo. Ni si quiera estaba segura de que se hubiera percatado de que estaban paradas en mitad de la calle.

— ¿Se puede saber qué te pasa? —le preguntó Jules extrañada —. ¿Por qué me miras así?
— ¿Has visto eso?
—Si he visto, ¿qué?
— ¡Joder!— Y perdónenle la expresión, pero es que Jules venía muy perjudicada. Es de reconocer que Marian estaba igual, pero le acababa de dar un bajón impresionante. Ni si quiera estaba segura de haber visto lo que había visto. Podría haber sido producto de su imaginación, como diría ese mago tan famoso y cuyo nombre no recuerdo ahora mismo—. ¿No has visto a esos tíos? —preguntó Marian.
— ¿Qué tíos?
—Creo haber contado cinco y han salido por la puerta de la Catedral. Bueno, en realidad la han atravesado.
— ¿Cómo? Tú estás más borracha de lo que imaginaba.
—No, en serio. Los he visto.
—Por supuesto que sí. Anda, volvamos a casa.
—No me crees, ¿verdad?
— ¿Pero tú te estás escuchando?
—No me crees – confirmó.
—No es que no te crea, es que estoy un poco mareada —resopló dejando escapar una risita traviesa—. En serio volvamos a casa y  mañana hablamos sobre el tema.
—Mañana no querré contártelo.
— ¿Por qué, no? – preguntó Jules indignada.
—Porque mañana, no me dará la gana de contarte nada.
—De verdad que no te entiendo. ¿Por qué te pones así?

Y la ignoró, dejándola con la palabra en la boca, para acercarse hasta el lugar donde anteriormente había estado el misterioso chico. Un brillo en el suelo había llamado su atención y quiso averiguar de qué se trataba. 

Una cadena de plata, de la cual colgaba una pequeña llave, descansaba sobre el pulido escalón de piedra gris. La recogió rápidamente del suelo y la introdujo en el bolsillo del pantalón. A continuación, siguió caminando para retomar el camino de vuelta a casa mientras escuchaba la voz de Jules a la espalda rogándole que la esperara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario