viernes, 2 de diciembre de 2016

La cuarte ley de Drul, por Mar Rojo




Primero escuchas el clic. Una especie de sonido metálico, un chasquido corto y afilado.

Después abres los ojos y enfocas la escena gradualmente. Una luz intensa ilumina la estancia. Es una habitación pequeña, totalmente blanca, aséptica, impersonal. Ni un sólo cuadro, ni un libro, ni una fotografía siquiera. Las paredes desnudas te resultan tristemente amenazantes. Dos rostros desconocidos te escrutan con los ojos muy abiertos. Quieres decir algo pero no puedes. Sientes que te pesan los miembros, como si algo tirara muy fuerte de ti hacia abajo, y entonces te das cuenta de que estás sentado. La silla está fría y es incómoda. Quieres moverte pero no puedes.

Una especie de angustia indefinible se te acumula en la garganta y te ahoga. ¿Quiénes son estas personas? Hay un hombre y una mujer. Los dos rubicundos, altos y esbeltos, de ojos grises y rasgos simétricos. De alguna manera sabes que no eres como ellos, pero no podrías decir por qué lo sabes. Lo sabes y punto. Miras a tu alrededor. Todo es tan extraordinariamente pulcro… Tanto blanco te marea. Se te mete por los ojos y te taladra el cerebro. Arrugas la nariz en un acto reflejo pero no captas ningún olor. Tampoco puedes percibir ningún sonido. Es tan desasosegaste…

La mujer acerca sus dedos largos a tu cara y te toca con las yemas de los dedos. Están fríos como el metal. Ella sonríe, mostrando una hilera de dientes perfectos y blanquísimos. Después se cruza de brazos y mira al hombre. No hablan, pero parecen comunicarse a la perfección. ¿Qué está pasando? Comienzan a hacer unos extraños aspavientos frente a tu cara. Quieren que reacciones de alguna forma pero eres incapaz de hablar o de moverte. Acaban dándose por vencidos.

La mujer ha desaparecido de tu campo de visión. Transcurren unos segundos y vuelve a aparecer. Lleva en la mano un artilugio de forma rectangular que brilla intermitentemente. Se sitúa junto al hombre y ambos miran la superficie del extraño aparato. La luz procedente de éste ilumina sus rostros blanquísimos y perfectos. Cuando te miran con sus ojos de cristal ahumado, su mirada te parece vacía. Te estremeces. De repente piensas en el Cascanueces de Hoffman con una fuerza inusitada. Sabes que ellos te recuerdan a ese personaje, ¿pero quién es el Cascanueces?

Sigues confuso y aturdido, esperando. La extraña pareja se mira y sonríe asintiendo lentamente. Parecen saber qué es lo que te ocurre. Ya saben más que tú. La rubia cabellera de ella tiene cierta cualidad esponjosa, como si fuera algodón de azúcar, pero su rostro impasible te desagrada profundamente. Ves que la mano del hombre se acerca a ti y sientes un pavor inconmensurable, la certeza de que sobreviene el fin de esta incipiente conciencia, la certeza de que jamás sabrás de qué va todo esto.

El hombre te palpa la nuca con su mano fría, la presiona con insistencia en distintos puntos. Olisqueas su firme cuello sin venas estirado frente a ti, pero no percibes ningún olor. No te mira. Está concentrado en encontrar lo que busca. ¿Me han secuestrado estos extraños seres?, te preguntas. ¿Por qué no me dicen lo que está pasando? ¿Por qué me tocan de esta forma tan desagradable? De repente escuchas de nuevo el clic y sobreviene la oscuridad y el silencio.

Tras unos segundos de vacilación, te levantas como un autómata y dices en voz alta y clara, aunque con los labios firmemente apretados:
- Reinstalación del programa realizada con éxito. Mi nombre es Michael. Formo parte de la primera generación de humanos-mascota reseteados al servicio de los androides Drul v.5.

Según las Cuatro Leyes de Drul:

1.      Jamás causaré daño a un androide o permitiré, con mi inacción, que un androide resulte dañado.

2.      Siempre obedeceré las órdenes recibidas de los androides, excepto cuando esas órdenes puedan entrar en contradicción con la primera ley.

3.      Protegeré mi propia existencia, siempre y cuando esta protección no entre en contradicción con la primera o la segunda ley.

4.      No conservo vestigios de mi vida pasada, de lo que fui ni de lo que hice antes de ser reseteado. Estoy programado, en cambio, para ejecutar habilidades típicamente humanas, como cantar, leer, jugar o bailar. Para cualquier otra habilidad, consulten el programa de extensiones en la memoria de instrucciones.

 
Los dos androides parecen satisfechos. Esperas sus órdenes tieso y envarado. Más allá de eso, la oscuridad.

- Te dije que era un fallo del programa - le dice la mujer al hombre con la mirada.

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