sábado, 17 de diciembre de 2016

Las palabras del cabo Smith, por David Fernández




Llevamos cerca de 40 horas tirados en el suelo, semi inmóviles por la mezcla de dolor y miedo. La emboscada vietnamita a nuestro pelotón no la esperábamos, pero la retirada de la tropa y, en consecuencia, nuestro abandono aquí, menos.

Estoy tumbado boca abajo con una bala instalada en mi espalda que me tortura cuando hago el ademán de incorporarme, pero lo de Jimmy... Eso sí que me intriga. Él está sentado apoyado en un gran árbol rodeado de vegetación, pero su herida no es de bala sino de un pequeño dardo, que supongo venenoso, en un tobillo. Es un chico muy valiente y siempre ha demostrado gran resistencia al dolor, por eso no me quiero imaginar qué contiene ese proyectil que le mantiene casi paralizado y con gesto de sufrimiento constante. Jimmy está a 9 metros de mí. Sólo nos comunicamos por señas, ya que levantar la voz podría alertar a un posible vietcon que sea invisible desde nuestra perspectiva. Pero si hay algo que nos mantiene con vida es una frase de Smith. Benditas sean las palabras del Cabo Smith: "si está fresco, se puede comer".
 
Es lo que hace que, aun no fiándonos del todo de la fauna y densa flora que nos rodea, cacemos a los insectos que son lo bastante incautos como para pasar cerca, y alguna que otra planta que creemos inofensiva. Es arriesgado porque sé lo venenoso de algunas formas de vida, pero, aunque no sirva de mucho, siempre enseño mi próximo bocado a Jimmy antes de zampármelo, y él con el pulgar me da el visto bueno o no, a modo de emperador romano en el Coliseo, para llevarme tal pieza al gaznate, a pesar de que ninguno de los dos somos muy duchos en el tema.

Él intenta estar alerta cada hora, pero irremediablemente está cada vez más débil, apenas puede sostener el fusil. Cada uno vigila el flanco en el que se encuentra el otro. 

Se ha hecho un torniquete en la pierna hace horas. No entiendo que haya tardado tanto en hacérselo siendo tan evidente que su malestar viene por la herida envenenada del tobillo, se lo estuve intentando indicar hace como medio día, supongo, porque no tengo muy buena percepción del tiempo ya, pero creo que no me llegó a entender.

Ha llegado un momento en el que cada minuto que pasa le veo más pálido. Me mira desde que empieza a anochecer. Creo que sabe que vamos a morir. Quizás sólo quiere tener un rostro conocido en su memoria como último recuerdo. 

Su mirada evoca un sentimiento de confusión, raro en él. El rostro le ha ido cambiando poco a poco. Ahora su expresión es de desesperación, de no entender qué hace ahí y de no aceptar del todo la realidad. Parece que la cordura se escapa de la misma forma que a veces le cae la saliva al suelo a causa del cansancio. Sé que tiene microsueños porque a veces cierra los ojos por un segundo para volverlos a abrir con gesto sorpresivo. Es la única forma que tiene de dormir ante tal situación de estrés.

Su salud realmente me preocupa, sé de su vigor, pero no parece que vaya a sobrevivir a esta noche, mi única duda es si su destrucción vendrá a causa de su mente o de su cuerpo.

Amanece y escuchamos levemente pasos de tropas acompañadas de frases que, sin ninguna duda, no están pronunciadas en nuestra lengua materna. Jimmy parece importarle poco ya todo esto. Y con "esto" me refiero a la vida. Mediante gestos le pido que por favor guarde silencio. Me mira de reojo y agacha la cabeza apretando los músculos de su cara. No puedo imaginar el dolor que le invade. Desde luego admiro su lealtad y resistencia, si sigue vivo sé que es por no dejarme sólo.

Los pasos del ejército enemigo se pierden en la inmensidad de otros sonidos del reino animal. Veo que mi compañero empieza a rezar, realmente me preocupo, es una de las pocas personas que conozco que siempre ha renegado de Dios. Quizás es por eso que está sufriendo este castigo, qué digo, eso no tiene sentido, entonces yo qué. Creo que Dios definitivamente no existe. Es curioso cómo cuando uno gana fe, otro la pierde.

Veo como mi compatriota saca el cuchillo militar, rasga parte de su ropa, se la pone a modo de mordaza y para mi sorpresa comienza a cortarse la pierna justo debajo del torniquete. Es sorprendente. Apenas emite sonidos de dolor. Si algún día yo tuviera hijos, querría que fuesen como él. Sería un gran guerrero en cualquier época de la humanidad que hubiera nacido. Su determinación amputando su propia extremidad es la de un carnicero que corta una pieza en su tienda, es como si ese trozo de cuerpo nunca hubiese sido suyo, no siente ni padece por él. Saca pólvora de alguno de sus bolsillos, lo pone en la carne viva y sangrante y le prende fuego. Cicatriza. La atención que puso en su adiestramiento está dando unos frutos que nunca imaginó. Chorrea tanto sudor por su espalda y frente que parece aumentar la humedad del ambiente.

Ya no es Jimmy, no se merece un diminutivo, ahora es Jim. Admiro a Jim.
 
De repente pierde el conocimiento. Durante unos segundos el silencio reina. Mi compañero vuelve en sí. La esperanza se abre camino a machete entre la espesura del pesimismo. Me mira sonriente, pone su pulgar arriba y vuelve a quedar inconsciente. Con el paso de los minutos contemplo cómo, por la axila izquierda, la zona que se rasgó de uniforme para hacerse la mordaza, la cual acaba de caérsele, se le hincha la piel formando una pompa amarilla que crece a una alarmante velocidad. Jim despierta de nuevo para inmediatamente después vomitar sobre su propio uniforme. Parece sólo bilis ¿Cuánto tiempo lleva sin comer?

Jim se mira la pompa crecer y comienza a gritar, no puedo discernirlo bien desde aquí, pero juraría que está expulsando sangre por su deshidratada boca mientras el quejido parece alterar el propio ecosistema. Es un alarido, un rugido, algo antinatural en un ser humano. Vuelve a tomar su cuchillo y se raja la ampolla que tanto volumen estaba tomando en su cuerpo. Sale pus.

El desánimo vuelve a aflorar. Llora. Llora mucho. No salen lágrimas. Toma su pistola. Se introduce el cañón en la boca. Me mira. Se despide de mí con la mano que le queda libre y a continuación toca su pecho izquierdo, donde tiene el corazón, como forma de darme las gracias por haberle acompañado en sus últimos momentos. Cierra sus ojos...

Pasan varios minutos y aún no ha apretado el gatillo. No es capaz. Es un luchador. Su propio instinto le traiciona, algo que no se esperaba. Me vuelve a mirar fijamente. Ahora es una mirada vacía, no queda nada dentro de él, sólo el deseo de abandonar su cuerpo, que en este momento es tan pálido como el suelo de la pista de los partidos de Hockey que solía disputar en su ciudad natal. Apunta con el dedo a su pistola, luego a su cabeza y luego a mí. Definitivamente me está pidiendo que acabe con su vida.

El dilema no es fácil de resolver. Para esto sí que no nos han entrenado. Tomo el rifle, apunto a su cabeza. Él cierra los ojos y apoya la nuca en el tronco del árbol en el que lleva todo este tiempo. Disparo apartando la mirada para no quedarme con una última imagen de Jim que no merece. Ya todo da igual, la guerra, mi país, el enemigo...

Tras varios segundos giro la vista hacia mi amigo. Le he acertado en el borde exterior de la oreja, pero está quieto cual muñeco de trapo ¿Por qué motivo no sale ningún lamento de sus labios? ¿Realmente ha muerto de forma natural justo antes del disparo?

Pasan las horas. Jim se vuelve a mover. Observa su entorno pero su rostro no tiene emociones esta vez, ni sufrimiento, ni alegría. Tras varios minutos reconociendo el terreno me detecta, como si no me esperase allí. Comienza a arrastrarse hacia mí mientras produce sonidos guturales. Su faz está desencajada y sus ojos vueltos, parece que está intentando llegar hasta mí, puede que tenga una idea de cómo salir de ésta y existe la buena noticia de que ya puede moverse sin dolor.

Conforme se acerca a mí detecto que desprende un olor nauseabundo. Eso es a lo que debe oler la propia muerte. Existen sentimientos encontrados en mí ahora, no soy capaz de identificar si la situación es favorable o no.

Se me viene a la mente las armas químicas experimentales vietnamitas de las que nos hablaron ¿Realmente Jim había vuelto de la muerte? ¿Venía a alimentarse de mí? Le apunto al entrecejo, esta vez no aparto la mirada. Lo siento amigo, sé que estás en alguna parte pidiéndome que lo haga. Disparé. No salió ninguna bala. El rifle se ha encasquillado. La pistola tiene vacío el cargador desde el tiroteo de hace dos días. No consigo encontrar en mi equipamiento el cuchillo. 

Malditas sean las palabras las palabras del Cabo Smith: "si está fresco, se puede comer".

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