sábado, 17 de diciembre de 2016

Luna nueva, por Luisa Yamuza Carrión



Cruzo una mirada furtiva en el umbral de la puerta principal con Rita. Como otras mañanas,  viene de pasar un buen rato con alguno de sus "follamigos". Se le nota en la cara. Aunque intenta pasar por buena samaritana, a mi vecina la traicionan sus instintos día sí día no. No nos gustamos, pero disimulamos. Tomamos ascensores distintos, sabe que le conviene mantener la distancia conmigo. Sin embargo, Rita podría ser uno de los nuestros. De hecho, creo que algún día lo será. Abro la puerta de mi apartamento y aún siento las venas hinchadas por la  excitación de la noche recién terminada.

Que los lobos salimos en las noches de luna llena es un mito, una falacia. ¿Cómo puede ser la gente tan estúpida? Los lobos manifestamos nuestra grandeza en las noches como esta, lluviosa, resbaladiza, fría y oscura. Sin luna. Las noches de luna nueva son nuestro paraíso, el lugar de donde no queremos volver, donde estaríamos siempre. Nos vestimos con el mejor traje y el perfume más dulce y vamos a la caza con los músculos en tensión por la incertidumbre de lo desconocido. La presa puede ser hombre o mujer, niño o niña, viejo o vieja, cualquiera es bueno. Incautos que no perciben a tiempo el peligro de los rincones tenebrosos o de las calles solitarias o de las miradas lascivas de los de nuestra especie. Es tan fácil y hay tanto donde elegir....

En cuanto las sombras invaden el día, a los lobos nos hierve la sangre en las entrañas y se nos eriza la piel con esa voz de dentro "sal, lobo, sal a por la pieza de tus deseos, busca, busca ese frágil cuello, esa carne fresca..." Con los ojos entrecerrados nos imaginamos encima de la víctima, trotando sobre su espalda arqueada, dominándola. La vemos intentando zafarse, queriendo huir. Y empieza el disfrute. La saliva se nos agolpa en la boca, rebosa por las comisuras. Ya estás listo, corres a por ella. Cuando la encuentras sientes un indescriptible placer con el primer mordisco en sus carnes rígidas por el terror. Lo que sigue después depende de la resistencia de la presa. Matarla no nos seduce. Matar es simple y hay miles de formas: rompiendo el cuello, degollando, a golpes o atravesando el corazón. En el acto de morir hay poca salsa. Lo que realmente nos gusta a los lobos es arañar, desgarrar, destrozar, causar dolor mientras la pieza está viva. Es el instinto heredado a través de nuestros genes humanos.

No se asombren si les digo que la jauría es grande, cada vez más. Pasamos a diario por delante de vuestras narices pero os seducen de tal modo nuestros encantos que no sospecháis nada, absolutamente nada. Vestimos trajes azules y corbata a juego como los banqueros a quienes tanto admiráis. Tenemos vuestras  mismas aficiones, compartimos amigos y esposas, lo habitual. Nos gusta gastar más de lo que ganamos y aparentar lo que no somos. Como vosotros los humanos, exactamente igual. Únicamente algunas mentes avezadas intuyen a los de mi calaña. Aunque no aciertan a definir el tamaño de nuestra maldad, saben que deben alejarse. Apartan su mirada y nos dejan paso para evitar que nuestra furia les alcance a ellos también. Como le ocurre a Rita.

Sin embargo, muchos de vosotros nos admiráis y quisierais ser lobos. No es difícil convertirse en lobo. Sólo tenéis que escuchar vuestros más íntimos deseos, afinar el olfato y una noche de luna nueva, al amparo de las tinieblas, salir a buscar la primera víctima. El goce de la tibia sangre en la boca os dejará embriagados y querréis repetir. Ya sois uno de los nuestros, ya nunca dejareis de oír la voz de los ancestros "sal, lobo, sal a buscar tu presa, el cuello frágil, la carne fresca..."

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