miércoles, 21 de diciembre de 2016

Pesadillas, por Esther Pujol




Yen, corre de la mano de su hermana, Mei, por un laberinto de pasillos infinitos...

Algún tiempo atrás

Eran cinco, los días que habían transcurrido desde que huyera de casa; cinco, desde que juró a una madre enferma que no permitiría que su pequeña hija cayera en las garras del Monstruo, como así llamaban al hombre que regentaba los campos que cultivaban. Un hombre de rasgos notables y gustos extraños. Un esperpento que presentaba claras anomalías grotescas; un ser repugnante que no llegaba a la categoría de humano y cuyo tono de voz era un susurro apenas audible.

Lamentablemente, tras el inesperado fallecimiento del progenitor, madre e hijas quedaron indefensas, a merced de la criatura y sus caprichos deshonestos.

Hasta tres veces luchó Yen, contra aquel detestable ser, empeñado en alimentar su  morboso apetito, y en las tres ocasiones consiguió escapar.

Eran ya tantos los días que las niñas andaban perdidas, que desconocían el lugar donde se encontraban y hacia dónde se dirigían. Tan solo se concentraban en huir de una realidad que les avasallaba por aquellos interminables pasillos...

Hay incontables puertas a lo largo del corredor. Las hay por todas partes y de todos los tamaños. Recién pintadas, labradas, otras incluso están desconchadas. En algunas, ni siquiera, cabe una persona. 

Reina una luz tenue y aun así, pueden identificar la sombra que les acecha. Yen intenta abrir alguna de esas puertas sin mucho éxito, pues todas están cerradas. Todas excepto una. 

Es un cuarto de costura en el que se amontona una enorme pila de ropa por reparar. Yen esconde a su hermana detrás de la máquina de coser y la pequeña lo encuentra divertido. Mei, ajena al peligro, destila alegría y tararea una canción en un idioma que muy pocos conocen. El corazón de Yen se enternece al escuchar la dulce voz de la pequeña, pero debe callarla. Se oyen pasos cerca y la puerta se abre. Yen intenta ocultarla sirviéndose de algunas prendas que coge de la montaña y entona  la canción para hacer creer que es ella la que canta. Pero Mei está traviesa y se escurre por detrás. Gracias a Dios no se trata del mismo hombre que las sigue, y por algún motivo se apiada de ellas. Así que cierra la puerta y actúa como si no hubiera visto nada. Entonces se escucha una discusión al otro lado, lo que le hace pensar que no ha picado.

Yen se precipita hacia la ventana y observa. No hay gran altura. Eso sí, es de noche y un denso bosque se extiende frente a ella. Piensa que sería buena idea internarse en el. 

Sin pensarlo más, salta hacia el exterior y le pide a la pequeña que se acerque. Mei se entretiene mirándose en un espejo, ha superpuesto un vestido sobre su cuerpo. De repente, la puerta se abre y la niña reconoce a su perseguidor. Mei tira el vestido y se reúne de inmediato con su hermana. Escuchan vociferar al monstruo mientras huyen despavoridas hacia el bosque. No lo piensa; no miran hacia atrás, aunque saben que la alcanzaran, lo hace todo el tiempo.

Pronto encuentran un árbol adecuado para pasar la noche. Tiene muescas en el tallo y es fácil de trepar.

Una mujer vestida de negro se acerca a las niñas con tono amenazante. Se desliza suavemente por encima la hierba. Lleva el pelo largo y desordenado. Les dice que el árbol es suyo; les dice que todos los árboles del bosque son suyos. Pero Yen le pide ayuda y la anciana se apiada de las niñas. 

Por fin accede y les deja pasar la noche. Suben juntas hasta la copa y se acomodan en una especie de hamaca que teje una araña delante de sus propios ojos. Es lo suficientemente grande para las tres. La anciana las protege. Le da indicaciones para que puedan escapar. Finalmente se acurrucan y duermen.
A la mañana siguiente caminan por tierras extrañas, entre flores que no sabían que existían. Son muy diferentes a las acostumbradas. No tienen pétalos pero son bonitas. Hay una que parece una espora amarilla, de tallo verde y hoja lanceolada. No muy lejos  observa el vaivén de otra, muy similar al diente de león. 

Al levantar la vista, divisa al final de la colina un cartel con una flecha que le indica el camino que debe seguir. Una puerta remarcada por el azul del cielo les dará la oportunidad de salir de allí. 

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