Yen, corre de la mano de su hermana, Mei, por un
laberinto de pasillos infinitos...
Algún tiempo atrás
Eran cinco, los días que
habían transcurrido desde que huyera de casa; cinco, desde que juró a una madre
enferma que no permitiría que su pequeña hija cayera en las garras del
Monstruo, como así llamaban al hombre que regentaba los campos que cultivaban.
Un hombre de rasgos notables y gustos extraños. Un esperpento que presentaba
claras anomalías grotescas; un ser repugnante que no llegaba a la categoría de
humano y cuyo tono de voz era un susurro apenas audible.
Lamentablemente, tras el
inesperado fallecimiento del progenitor, madre e hijas quedaron indefensas, a
merced de la criatura y sus caprichos deshonestos.
Hasta tres veces luchó Yen,
contra aquel detestable ser, empeñado en alimentar su morboso apetito, y
en las tres ocasiones consiguió escapar.
Eran ya tantos los días que
las niñas andaban perdidas, que desconocían el lugar donde se encontraban y
hacia dónde se dirigían. Tan solo se concentraban en huir de una realidad que
les avasallaba por aquellos interminables pasillos...
…
Hay incontables puertas a lo largo del corredor. Las
hay por todas partes y de todos los tamaños. Recién pintadas, labradas, otras
incluso están desconchadas. En algunas, ni siquiera, cabe una persona.
Reina una luz tenue y aun así, pueden identificar la
sombra que les acecha. Yen intenta abrir alguna de esas puertas sin mucho
éxito, pues todas están cerradas. Todas excepto una.
Es un cuarto de costura en el que se amontona una
enorme pila de ropa por reparar. Yen esconde a su hermana detrás de la máquina
de coser y la pequeña lo encuentra divertido. Mei, ajena al peligro, destila
alegría y tararea una canción en un idioma que muy pocos conocen. El corazón de
Yen se enternece al escuchar la dulce voz de la pequeña, pero debe callarla. Se
oyen pasos cerca y la puerta se abre. Yen intenta ocultarla sirviéndose de
algunas prendas que coge de la montaña y entona la canción para hacer
creer que es ella la que canta. Pero Mei está traviesa y se escurre por detrás.
Gracias a Dios no se trata del mismo hombre que las sigue, y por algún motivo
se apiada de ellas. Así que cierra la puerta y actúa como si no hubiera visto
nada. Entonces se escucha una discusión al otro lado, lo que le hace pensar que
no ha picado.
Yen se precipita hacia la ventana y observa. No hay
gran altura. Eso sí, es de noche y un denso bosque se extiende frente a ella.
Piensa que sería buena idea internarse en el.
Sin pensarlo más, salta hacia el exterior y le pide a
la pequeña que se acerque. Mei se entretiene mirándose en un espejo, ha
superpuesto un vestido sobre su cuerpo. De repente, la puerta se abre y la niña
reconoce a su perseguidor. Mei tira el vestido y se reúne de inmediato con su
hermana. Escuchan vociferar al monstruo mientras huyen despavoridas hacia el
bosque. No lo piensa; no miran hacia atrás, aunque saben que la alcanzaran, lo
hace todo el tiempo.
Pronto encuentran un árbol adecuado para pasar la
noche. Tiene muescas en el tallo y es fácil de trepar.
Una mujer vestida de negro se acerca a las niñas con
tono amenazante. Se desliza suavemente por encima la hierba. Lleva el pelo
largo y desordenado. Les dice que el árbol es suyo; les dice que todos los
árboles del bosque son suyos. Pero Yen le pide ayuda y la anciana se apiada de
las niñas.
Por fin accede y les deja pasar la noche. Suben juntas
hasta la copa y se acomodan en una especie de hamaca que teje una araña delante
de sus propios ojos. Es lo suficientemente grande para las tres. La anciana las
protege. Le da indicaciones para que puedan escapar. Finalmente se acurrucan y
duermen.
A la mañana siguiente caminan por tierras extrañas,
entre flores que no sabían que existían. Son muy diferentes a las
acostumbradas. No tienen pétalos pero son bonitas. Hay una que parece una
espora amarilla, de tallo verde y hoja lanceolada. No muy lejos observa
el vaivén de otra, muy similar al diente de león.
Al levantar la vista, divisa al final de la colina un
cartel con una flecha que le indica el camino que debe seguir. Una puerta
remarcada por el azul del cielo les dará la oportunidad de salir de allí.
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