Mi hermano es un tío simplón al que le gusta
recorrer mundo. Nada de grandes lujos, no. Él se monta en su furgoneta y va de
aquí para allá sin preocuparse de nada más que de comer.
El verano pasado decidió cumplir su sueño.
Llevaba bastante tiempo ilusionado con hacer ese viaje y se preparó un
itinerario estupendo. Partió desde Sevilla y el final de su trayecto le
aguardaba en Le Perthus, un pueblecito fronterizo con Francia.
Lo que voy a contar sucedió al cuarto o quinto
día… no lo recuerdo bien. El caso es que aquella mañana salió de Roquetas de
Mar hacia Valencia.
Como ya he dicho, iba al volante de su vieja California y con seguridad iría escuchando a Jimi Hendrix o vete tú a saber que otro peluso de los sesenta. Pero antes, tenía que parar en Murcia. La noche anterior había colgado anuncios en Bla Bla Car, buscando acompañantes con los que compartir los gastos del trayecto. Hasta cinco personas más caben en la furgoneta de mi hermano.
A lo que voy: recibió una respuesta inmediata de un
tipo que le ofreció bastante más dinero si viajaba a solas con él. En un primer
momento no lo dudo, pero según nos contó, pasó más incertidumbre que miedo,
cuando lo tuvo en el asiento del copiloto. Un francés, macarra y desgreñado le dio algunas indicaciones y de aquella
conversación atropellada dedujo que tenía que recoger a alguien.
Mi hermano no es el tipo de persona que juzga a
los demás por su aspecto, sin embargo ese cambio de planes le hizo dudar de sus
intenciones. En fin, que cuando recordó el dinero que le pagaría se le olvido
todo. ¿Qué más da llevar uno que dos? Digo yo que pensaría. Ya te digo que mi
hermano no es desconfiado.
Cuando llegaron al sitio, una casa en mitad del
campo, el francés se bajó con la promesa de regresar pronto. En ese pequeño
intervalo de tiempo se le ocurrió pensar que sería una estratagema para
birlarle su valioso cacharro. Hoy en día no te puedes fiar de nadie; hay mafias
que se dedican a robar coches por encargo.
Se planteó la posibilidad de largarse y dejarlo
colgado. Entonces, escuchó el petardeo de un coche que confundió con el disparo
de un arma. Dice que se escondió y todo. Qué gracia… Cuando se dio cuenta había
un perro enorme asomando la cabeza por la ventana y el francés, al lado
preguntando si se marchaban.
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