domingo, 18 de diciembre de 2016

Ventura o el guardián de tus secretos, por Luisa Yamuza Carrión



Un frio como de niebla pegada a los huesos se adueñó de mi cuerpo cuando sus palabras me rozaron el cuello. Acabábamos de llegar del cementerio y  me sentía más aliviada. Hasta ese momento todo había ocurrido como tenía previsto, pero lo que Ventura dijo me aterrorizó.

Lo elegí porque no era del pueblo, bueno, el mercedes que conducía también influyó en mi decisión, entre otras cosas. Conocía a Ventura desde muchos años atrás. Suministraba la mercería de la familia de artículos de lencería fina. Cercano a los cuarenta años algunas canas tempranas le favorecían. Siempre vestía trajes algo anticuados pero muy limpios y perfectamente planchados. Lucía una sonrisa de comercial permanente que encandilaba a mi madre. A mí me parecía odiosa. Su voz pastosa saludándome cuando me encontraba detrás del mostrador "¡Hola, Verónica! ¡Qué guapa estás!" me revolvía las tripas. Yo le devolvía un gesto de asco que él nunca supo descifrar.

 Pero, pocos días después de haber cumplido los diecinueve, Ventura  me entregó un paquete de regalo "Toma, un detalle por tu cumpleaños. Creo que son de tu talla". No me hizo mucha gracia pero lo acepté. Eran unas preciosas medias de blonda rojas. Me aseguré de tenerlas puestas cuando él volvió a la tienda. Nuestras miradas se hicieron cómplices sin mediar palabra y aquél día empezó todo. Tres meses después nos casamos. Las vecinas del pueblo hicieron todo tipo de comentarios maliciosos: que si la diferencia de edad, que si está embarazada, que si no sabía ese lo que se llevaba, que si los otros novios... A mí me daba igual, había conseguido lo que quería, huir de allí.  Y Ventura solo oía por mis oídos. Tenía una nueva vida por delante, mi gran oportunidad, lo demás no era importante.

La sorpresa vino cuando nos instalamos en la ciudad en el piso de Ventura. Porque su madre entraba en lote, como el resto de los muebles. Él lo planteó como algo temporal, pero la realidad es que doña Concha se quedó con nosotros. Nunca me había hablado de su madre. Tampoco  tuve interés en saber de ella, bastante tenía yo con la mía. Pero hicieron falta pocos días para comprobar por mí misma que la señora era del todo insoportable. Ante mis quejas mi recién estrenado marido o callaba o alegaba que ella estaba sola y que no podíamos echarla porque, a fin de cuentas, el piso era suyo. Otra sorpresa.
             - Intenta adaptarte, cariño. Solía repetir. Claro, como él por su trabajo apenas pasaba dos o tres días a la semana en casa, le parecía sencillo. Pero para mí era un verdadero martirio y no estaba dispuesta a pasar así el resto de mi vida. Tenía que deshacerme de ella. 

No fue difícil, bastó un buen empujón  que la pilló descuidada y luego un golpe certero en la sien. Como en las otras dos ocasiones la muerte fue rápida y limpia. Simular un accidente casero fue sencillo. Una mujer mayor es natural que pierda el equilibrio en un momento de despiste. Con Andrés y Esteban nadie sospechó nada ¿por qué ahora iba a ser diferente? Aquéllos dos estúpidos pensaban que podían dejarme sin más después de haberme manoseado las tetas todo lo que quisieron. 

"Qué casualidad, morírsete dos novios de esa forma"- dijeron algunos en el pueblo. Si ellos supieran. Pero nunca supieron, nada me delató. Se quedaron con las ganas los muy chismosos. 

Comprobé que Concha no respiraba y  en su honor, me senté en el sofá a ver unos cuantos capítulos de Juego de Tronos. Ella odiaba esa serie, no dejaba de hablar mientras yo la veía. A las dos en punto las tripas rugieron pidiendo alimento y di cuenta de un buen plato de pasta fresca. Le dediqué el primer bocado "A tu salud, Concha querida".

Luego llamé a Ventura. Compungida, le comuniqué el trágico suceso y le rogué entre lágrimas que volviera pronto para llamar al médico "Yo sola no me atrevo, cariño. Tengo mucho miedo".

En las horas siguientes él solucionó todos los trámites con entereza. No parecía muy afectado, estuvo atento a mi constantemente. Me abrazaba y besaba mis mejillas mojadas de falsas lágrimas mientras musitaba con dulzura "Cálmate mujer, ha sido un accidente, no has podido hacer otra cosa. No llores más, ella ya no siente ni padece. Tranquilízate, amor".

Dos días después, cogidos de la mano durante todo el tiempo, acompañamos a Concha en su último paseo hacia el descanso eterno. Para mí era la secuencia final del primer acto. No podía imaginar que lo peor estaba por llegar. De nuevo aquélla voz pastosa emergió de Ventura como si llevara cien años ahogada en su garganta "Lo has hecho muy bien, cariño. Yo no lo hubiera hecho mejor...era odiosa, tenías razón...si alguna vez me hubiera atrevido...tantas veces lo pensé... tantas veces lo planeé...pero no fui capaz. Tu sí, tú si podías hacerlo, lo supe desde el principio. Por eso te elegí...por eso, y porque aquéllas medias rojas se abrieron a mis deseos casi sin pedírtelo... quién me lo iba a decir". Sus brazos me aprisionaban al pronunciar su última sentencia "Por fin solos, como tú querías, y juntos, juntos para siempre. Desde hoy seré el guardián de tus secretos".

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