Un frio como de niebla
pegada a los huesos se adueñó de mi cuerpo cuando sus palabras me rozaron el
cuello. Acabábamos de llegar del cementerio y me sentía más aliviada. Hasta ese momento todo
había ocurrido como tenía previsto, pero lo que Ventura dijo me aterrorizó.
Lo elegí porque no era
del pueblo, bueno, el mercedes que conducía también influyó en mi decisión, entre
otras cosas. Conocía a Ventura desde muchos años atrás. Suministraba la
mercería de la familia de artículos de lencería fina. Cercano a los cuarenta
años algunas canas tempranas le favorecían. Siempre vestía trajes algo
anticuados pero muy limpios y perfectamente planchados. Lucía una sonrisa de
comercial permanente que encandilaba a mi madre. A mí me parecía odiosa. Su voz
pastosa saludándome cuando me encontraba detrás del mostrador "¡Hola,
Verónica! ¡Qué guapa estás!" me revolvía las tripas. Yo le devolvía un
gesto de asco que él nunca supo descifrar.
Pero, pocos días después de haber cumplido los
diecinueve, Ventura me entregó un
paquete de regalo "Toma, un detalle por tu cumpleaños. Creo que son de
tu talla". No me hizo mucha gracia pero lo acepté. Eran unas preciosas
medias de blonda rojas. Me aseguré de tenerlas puestas cuando él volvió a la
tienda. Nuestras miradas se hicieron cómplices sin mediar palabra y aquél día
empezó todo. Tres meses después nos casamos. Las vecinas del pueblo hicieron
todo tipo de comentarios maliciosos: que si la diferencia de edad, que si está
embarazada, que si no sabía ese lo que se llevaba, que si los otros novios... A
mí me daba igual, había conseguido lo que quería, huir de allí. Y Ventura solo oía por mis oídos. Tenía una
nueva vida por delante, mi gran oportunidad, lo demás no era importante.
La sorpresa vino cuando
nos instalamos en la ciudad en el piso de Ventura. Porque su madre entraba en
lote, como el resto de los muebles. Él lo planteó como algo temporal, pero la
realidad es que doña Concha se quedó con nosotros. Nunca me había hablado de su
madre. Tampoco tuve interés en saber de
ella, bastante tenía yo con la mía. Pero hicieron falta pocos días para
comprobar por mí misma que la señora era del todo insoportable. Ante mis quejas
mi recién estrenado marido o callaba o alegaba que ella estaba sola y que no
podíamos echarla porque, a fin de cuentas, el piso era suyo. Otra sorpresa.
- Intenta
adaptarte, cariño. Solía repetir. Claro, como él por su trabajo apenas pasaba
dos o tres días a la semana en casa, le parecía sencillo. Pero para mí era un
verdadero martirio y no estaba dispuesta a pasar así el resto de mi vida. Tenía
que deshacerme de ella.
No fue difícil, bastó un buen
empujón que la pilló descuidada y luego
un golpe certero en la sien. Como en las otras dos ocasiones la muerte fue
rápida y limpia. Simular un accidente casero fue sencillo. Una mujer mayor es
natural que pierda el equilibrio en un momento de despiste. Con Andrés y
Esteban nadie sospechó nada ¿por qué ahora iba a ser diferente? Aquéllos dos
estúpidos pensaban que podían dejarme sin más después de haberme manoseado las
tetas todo lo que quisieron.
"Qué casualidad,
morírsete dos novios de esa forma"- dijeron algunos en el pueblo. Si
ellos supieran. Pero nunca supieron, nada me delató. Se quedaron con las ganas
los muy chismosos.
Comprobé que Concha no
respiraba y en su honor, me senté en el
sofá a ver unos cuantos capítulos de Juego de Tronos. Ella odiaba esa serie, no
dejaba de hablar mientras yo la veía. A las dos en punto las tripas rugieron
pidiendo alimento y di cuenta de un buen plato de pasta fresca. Le dediqué el
primer bocado "A tu salud, Concha querida".
Luego llamé a Ventura.
Compungida, le comuniqué el trágico suceso y le rogué entre lágrimas que
volviera pronto para llamar al médico "Yo sola no me atrevo, cariño.
Tengo mucho miedo".
En las horas siguientes
él solucionó todos los trámites con entereza. No parecía muy afectado, estuvo
atento a mi constantemente. Me abrazaba y besaba mis mejillas mojadas de falsas
lágrimas mientras musitaba con dulzura "Cálmate mujer, ha sido un
accidente, no has podido hacer otra cosa. No llores más, ella ya no siente ni
padece. Tranquilízate, amor".
Dos días después, cogidos
de la mano durante todo el tiempo, acompañamos a Concha en su último paseo
hacia el descanso eterno. Para mí era la secuencia final del primer acto. No
podía imaginar que lo peor estaba por llegar. De nuevo aquélla voz pastosa
emergió de Ventura como si llevara cien años ahogada en su garganta "Lo
has hecho muy bien, cariño. Yo no lo hubiera hecho mejor...era odiosa, tenías
razón...si alguna vez me hubiera atrevido...tantas veces lo pensé... tantas
veces lo planeé...pero no fui capaz. Tu sí, tú si podías hacerlo, lo supe desde
el principio. Por eso te elegí...por eso, y porque aquéllas medias rojas se
abrieron a mis deseos casi sin pedírtelo... quién me lo iba a decir". Sus
brazos me aprisionaban al pronunciar su última sentencia "Por fin solos,
como tú querías, y juntos, juntos para siempre. Desde hoy seré el guardián de
tus secretos".
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