Cuentan que existió una
vez en la tierra un lugar de gran hermosura y belleza. Su paisaje se mostraba
con grandes contrastes, desde las dibujadas y doradas dunas del desierto a
enormes vergeles, con grandes lagos y caudalosos ríos que fertilizaban sus
tierras. Pasando por territorios extensos denominados sabanas.
En ellas podían
encontrarse antiquísimos vestigios culturales, desde grandes y enigmáticas
pirámides, a la primera Madraza en tierra de unos seres misteriosos, los
Tuareg. Que introdujeron costumbres y tradiciones ancestrales. Una tierra rica,
que atesoraba en su subsuelo, gran cantidad y variedad de minerales. Todos valiosos
y algunos de los denominados preciosos, como el oro o el diamante.
Ello la hizo ser codiciada
por los hombres. Deseosos de poseer, violaban y esquilmaban esa tierra y sus
gentes. Causando guerras, pobreza y calamidades.
En la parte más meridional
de esta tierra, más allá, de la región de los grandes lagos, en las laderas sur
de la Amatola, se extendía un territorio llamado Xhosa, de abundantes lluvias,
que nutría a incalculables arroyos que vertían sus aguas en el Gran Rio Fish.
Esto dotaba a esa tierra de una naturaleza envidiable, pero tristemente
encajonada en los prejuicios raciales. Donde los nativos eran sometidos a
persecuciones e infamias, tales como palizas y torturas. Pues bien, allí, hace
mucho, mucho tiempo, en una aldea llamada Mvezo, nació Rolihlahla, su padre era
miembro de la Casa Real de Thembu.
Desde joven renunció a
esa jefatura tribal, y aunque recibió una educación ajena a su etnia, acudía a
reuniones nocturnas con ancianos. Donde podía conocer la historia y
civilizaciones de sus antepasados. Este joven fue creciendo, siendo testigo del
sufrimiento y padecimiento de su pueblo. Cuentan que logró terminar sus
estudios de Derecho. Y que desde ese mismo momento, todo su conocimiento y
esfuerzo, lo unió a la suerte de la clase más oprimida. Y junto a ella se
dispuso a recorrer el largo camino que debía conducirles a la libertad.
Los que le conocían,
decían, que aquel día en Mvezo, de la etnia Xhosa, había nacido un hombre
bueno. Aunque, como el mismo decía, reducir que todo es producto de una
persona, es menospreciar el esfuerzo, el sacrificio y hasta el martirio de
otras muchas. En este recorrido, le persiguieron, le tacharon de terrorista, le
denostaron e intentaron impedir su labor revolucionaria.
Sucedió pues que, así
como su nombre Rolihlahla, significa “arrancar la rama del árbol”, él fue
arrancado de esa ansiada libertad y encarcelado. Pero a pesar de su prolongado
encierro, que duró muchísimo, casi una vida, no conseguirían doblegar su sueño
y siguió siendo referente para todo un pueblo que continuó su lucha por la
libertad. Su vida representó para todo el mundo, la dignidad.
Cuentan que, casi un
siglo, después de haber visto por primera vez la luz en aquella aldea, después
de conseguir cotas de libertad y bienestar para todo un pueblo, su cuerpo ya
cansado encontró el merecido descanso. Todo el mundo le lloró. Pero el
espíritu, el legado de dignidad y compromiso con los más oprimidos, de aquel
hombre bueno y al que todos conocieron como Madiba, voló libre por siempre en
el tiempo.
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