miércoles, 4 de diciembre de 2013

Un coche llamado Juanjo, por María del Mar Quesada


Su madre siempre decía que los hombres eran como los coches. Debían traer de serie los cinco requisitos básicos: que fuera buena persona, respetuoso, responsable,  inteligente y divertido. Si alguno no se cumple, había que cambiar de hombre. Como los coches, algunos hombres venían con extras como: la belleza, la elegancia, el saber estar, tener una economía saneada, ser culto, ser detallista, tener buen criterio,..

Cuando Cristina se enamoró de Juanjo descubrió que además de cumplir los cinco requisitos necesarios, tenía algunos extras; era guapo a rabiar, tenía unos ojos verdes para derretirse y además de buen criterio, pues se había fijado en ella, era una persona con mucha naturalidad. Así que cuando aquel día, la invitó a comer a casa de sus padres,  ella aceptó. Cristina ya había conocido a los padres de Juanjo y subido a su casa algunas veces, pero nunca el tiempo suficiente  para conocerlos en la intimidad de su hogar.

La comida se desarrolló de forma distendida y agradable, era una familia muy sencilla y acogedora.  En un momento de la sobremesa, Juanjo se levantó. Pasados unos diez minutos Cristina se dirigió al baño para cepillarse los dientes,  la puerta estaba abierta. La visión que tuvo le impactó como una bala de fogueo. Juanjo estaba sentado en el váter con los pantalones bajados y su madre, guapa como Juanjo, en un taburete frente a él. Ambos estaban charlando como si tuvieran delante un café, por el olor supo que no era café lo que compartían.  En ese momento, Cristina no supo reaccionar y se quedó con los ojos  abiertos, fijos en Juanjo, éste  le dijo:

-       Hola cariño, ahora salgo.
-       ¡Ay, perdona hija!, lo estoy entreteniendo. Dijo la madre tan natural.

“¡Jolines con la naturalidad!” pensó Cristina, aunque con la impresión no estaba segura de si lo había pensado o la había dicho en voz alta, así que se dio la vuelta y fue al salón. Recordó otra frase de  su madre: “Cuando vayas a una casa, observa las costumbres de la familia, te darán una pista de cómo son las personas en su intimidad”. Cristina decidió olvidar esa imagen, ya se encargaría ella, en el futuro, de cambiar esa costumbre de conversar en el aseo. 

A media tarde, después de los tomar el café y los dulces, la hermana de Juanjo que había observado lo bien maquillada y vestida que iba Cristina, le pidió ayuda, tenía una cita con un  chico y quería deslumbrar. Fueron al dormitorio de la chica, decidieron la ropa y pasaron al baño para la sesión de peluquería y maquillaje. Cristina estaba concentrada con el lápiz de ojos, cuando sintió que alguien entraba en el baño, pero como no quería saltarle un ojo a su cuñada, no miró y no vio que  era su suegro.  Tampoco se percató  cuando el hombre se bajaba los pantalones y se sentaba en el váter, pero su instinto de mujer le hizo girar la cabeza y comprobar, por segunda vez en la misma día, lo extremadamente natural que era la familia de su novio. Cristina no sabía qué hacer,  ni dónde esconderse, se quedó paralizada por la confusión y la visión, cuando el  padre dijo  tranquilamente:
  
-       Seguid, seguid, a mí no me molestáis.

Cristina  no pudo más, cuando empezó a oler la peste, cogió su bolso, salió corriendo y se fue a la calle.  Allí mismo en la acera, vomitó. Juanjo había salido detrás de ella y ésta le pidió que la llevara su casa. No hablaron durante todo el trayecto, ella se escudó en su malestar, pero la verdad era que Cristina no sabía explicar lo que sentía, Además del asco, se sentía engañada y ultrajada, aunque el bueno de Juanjo no hubiera hecho nada.

Cuando  llegó a su casa, Cristina  le detalló a su madre lo ocurrido y le preguntó:

-       Mamá, ¿Qué pasa cuando uno de los extras estropea el resto del coche?

-    Pues cariño, hay dos opciones: o cambias de coche o si te quedas con él, busca una casa con dos cuartos de baño y uno de ellos con pestillo.

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