Cuando Cristina se enamoró de Juanjo descubrió que
además de cumplir los cinco requisitos necesarios, tenía algunos extras; era guapo
a rabiar, tenía unos ojos verdes para derretirse y además de buen criterio,
pues se había fijado en ella, era una persona con mucha naturalidad. Así que
cuando aquel día, la invitó a comer a casa de sus padres, ella aceptó. Cristina ya había conocido a los
padres de Juanjo y subido a su casa algunas veces, pero nunca el tiempo
suficiente para conocerlos en la
intimidad de su hogar.
La comida se desarrolló de forma distendida y
agradable, era una familia muy sencilla y acogedora. En un momento de la sobremesa, Juanjo se levantó.
Pasados unos diez minutos Cristina se dirigió al baño para cepillarse los
dientes, la puerta estaba abierta. La visión
que tuvo le impactó como una bala de fogueo. Juanjo estaba sentado en el váter con
los pantalones bajados y su madre, guapa como Juanjo, en un taburete frente a
él. Ambos estaban charlando como si tuvieran delante un café, por el olor supo
que no era café lo que compartían. En
ese momento, Cristina no supo reaccionar y se quedó con los ojos abiertos, fijos en Juanjo, éste le dijo:
- Hola
cariño, ahora salgo.
- ¡Ay,
perdona hija!, lo estoy entreteniendo. Dijo la madre tan natural.
“¡Jolines con la
naturalidad!” pensó
Cristina, aunque con la impresión no estaba segura de si lo había pensado o la
había dicho en voz alta, así que se dio la vuelta y fue al salón. Recordó otra
frase de su madre: “Cuando vayas a una casa, observa las costumbres de la familia, te darán
una pista de cómo son las personas en su intimidad”. Cristina decidió
olvidar esa imagen, ya se encargaría ella, en el futuro, de cambiar esa costumbre
de conversar en el aseo.
A media tarde, después de los tomar el café y los
dulces, la hermana de Juanjo que había observado lo bien maquillada y vestida
que iba Cristina, le pidió ayuda, tenía una cita con un chico y quería deslumbrar. Fueron al
dormitorio de la chica, decidieron la ropa y pasaron al baño para la sesión de
peluquería y maquillaje. Cristina estaba concentrada con el lápiz de ojos, cuando
sintió que alguien entraba en el baño, pero como no quería saltarle un ojo a su
cuñada, no miró y no vio que era su
suegro. Tampoco se percató cuando el hombre se bajaba los pantalones y
se sentaba en el váter, pero su instinto de mujer le hizo girar la cabeza y
comprobar, por segunda vez en la misma día, lo extremadamente natural que era
la familia de su novio. Cristina no sabía qué hacer, ni dónde esconderse, se quedó paralizada por
la confusión y la visión, cuando el
padre dijo tranquilamente:
- Seguid,
seguid, a mí no me molestáis.
Cristina no
pudo más, cuando empezó a oler la peste, cogió su bolso, salió corriendo y se
fue a la calle. Allí mismo en la acera,
vomitó. Juanjo había salido detrás de ella y ésta le pidió que la llevara su
casa. No hablaron durante todo el trayecto, ella se escudó en su malestar, pero
la verdad era que Cristina no sabía explicar lo que sentía, Además del asco, se
sentía engañada y ultrajada, aunque el bueno de Juanjo no hubiera hecho nada.
Cuando llegó
a su casa, Cristina le detalló a su
madre lo ocurrido y le preguntó:
- Mamá,
¿Qué pasa cuando uno de los extras estropea el resto del coche?
- Pues
cariño, hay dos opciones: o cambias de coche o si te quedas con él, busca una
casa con dos cuartos de baño y uno de ellos con pestillo.
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