Hola amor. Me parece
estar reviviendo la misma historia de hace treinta y cinco años. Tú bien sabes
a que me refiero. La diferencia está, que hoy no soy yo, sino nuestra hija
quien sufre en su cuerpo la incertidumbre sobre la salud del futuro ser que
empieza a crecer en su vientre. Y que hoy no estás junto a mí, y no me
acompañará tu complicidad para librar el dolor. La misma con la que afrontamos
aquella angustiosa decisión.
No fue nada fácil,
recuerdas. Cuando supimos de mi embarazo, después de que me hubieran realizados
varias radiografías por un problema de trauma. Estado que no esperábamos, pues por
aquel entonces ya teníamos dos hijas, de tres años y escasos cinco meses
respectivamente. La posibilidad de que las radiografías pudieran haber afectado
al feto, nos inquietó. Primero porque sicológicamente no estábamos preparado
para un nuevo embarazo y más aún si había que afrontarlo con estas
complicaciones. La incertidumbre nos mantenía enajenados y absorbidos la mayor
parte del tiempo. Por lo que decidimos buscar ayuda al respecto. Había que hacerlo
con precaución extrema, casi en secreto. Pues por aquel entonces la
interrupción del embarazo se consideraba un delito. Y cualquiera podía
denunciarte.
A través de un amigo contactamos
con un círculo de gentes de ideas progresistas al respecto y dispuestas a
echarnos una mano. Recuerdas, aquellas visitas casi clandestinas a la consulta.
La receta de aquellas inyecciones, que no retiramos en farmacia alguna, sino en
un domicilio particular. Las cuales no tuvieron efecto. Después el viaje a Faro
(Portugal). Donde, con buen criterio, denegaron la interrupción. Ante el
avanzado estado del embarazo y la falta de medios y condiciones para realizarlo
con unas mínimas garantías. Situación, que pese al trastorno que nos
ocasionaba, tuvimos que agradecer. El último recurso que nos quedaba era
Londres (Inglaterra). De aquel vuelo que partió desde Málaga, al llegar al
Hospital, coincidimos ocho familias. El “extracto social” y los motivos,
varios, pero todos con una misma necesidad.
No, no fue fácil la
interrupción. Pero a quien contar todo esto. El dolor, el miedo, la
incertidumbre, la angustia, las lágrimas derramadas de una mujer cuando ha
tenido que someter su cuerpo a esta traumática experiencia tanto física como
psíquica. Hoy, afortunadamente, nuestra hija no tendría que pasar por todas
estas vicisitudes. Solo espero y deseo que las circunstancias no sean adversas
y pueda disfrutar de su maternidad libre, saludable y dignamente.
Pero, fíjate, esta
realidad por increíble que parezca puede durar poco. Y éste dilema que parecía superado,
puede resurgir de las catacumbas de la historia. Y cuestionar el derecho de
toda mujer, a disfrutar de su maternidad, como una opción personal, voluntaria
y libre. A ninguna mujer se le puede obligar a una maternidad no deseada. Una
sociedad de individuos libres, plural y democrática no se puede regir por una
opción personal de sus gobernantes ni por confesión particular alguna. Además
es banal y hasta cruel, considerar la excepción para limitar las reglas.
Prohibir no te hace más libre.
Como tu bien sabes en
tiempos difíciles, nos convertimos más vulnerables y cada cual trata de librar
su particular guerra. Obviando que cada paso atrás o frenazo en los derechos y
libertades individuales o en colectivos concretos, nos afectan a todos y merman
nuestra capacidad de defensa. Tú solías decir. “La igualdad solo es posible
entre ciudadanos, cuando estos se encuentran en idénticas condiciones en el
ejercicios de sus responsabilidades. Cuando hombre y mujer, trabajador y
trabajadora, padre y madre, encuentren amparo en un mismo proyecto social.” Si
la mujer vuelve a ser tutelada, en algo tan vital como su propia maternidad,
todos estaremos perdiendo la batalla de la libertad, la dignidad y la igualdad.
Hoy con argumentos no
exentos de cierta hipocresía, tratan de imponer su “moralidad” y criterios.
Dicen, “En defensa de la vida,” pero resultan poco convincentes. Cuando se
apoyan medidas que nos deshumaniza y criminalizan a los más desprotegidos, que
cada día son más ante el desequilibrio que supone un desigual reparto de las
riquezas. Cuando millones de personas pasan hambre y mueren en el mundo, en su
mayor parte niños.
Tú dirías que la motivación es ideológica, y
en ello coincidimos. Los tan maníos cambios demográficos producidos por la
disminución de los niveles de natalidad. Cuyas causas, según los sectores más
rancios de la sociedad, tienen su origen en: El intento de incorporación de la
mujer al mercador laboral. Retraso en la edad del matrimonio. El aumento del
número de familias inestables (monoparentales, homosexuales). La disminución de
la familia tradicional.
No entienden que hoy la
maternidad no sea vista como el ideal de toda mujer, trabajadora o no. Que el
reparto de responsabilidades dentro de la familia se desequilibra en detrimento
de la madre trabajadora con respecto del padre. Que el debate no está en
recortar el Estado, sino en reforzar sus estructuras del bienestar, para
mejorar las condiciones económicas y sociales básicas, en las que puedan
desenvolverse las familias con hijos.
Bueno, cierro el diario
por hoy, que más te voy a contar que no sepas, han sido muchos años juntos y
compartidos. Mañana acompaño a nuestra hija al Hospital, solo deseo que su
capacidad de amar, sea compensada y el embrión que se desarrolla en su vientre,
pueda ver la luz lo suficientemente saludable para tener una vida digna. Porque
la vida, solo es posible, desde el amor.
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