Patrick se escondió como pudo
debajo de la tela de unas de las barcas de salvamento de la fragata “La perla de las
Antillas”. Había intentado no dejar rastro, pero el reguero de sangre producido
por el corte en la frente le delató. A punto de perder el conocimiento notó
como unos brazos fuertes le levantaban por los aires y como una voz lejana le preguntaban su
nombre.
Estuvo tres días debatiéndose
entre la vida y la muerte, las fiebres y la debilidad le consumían, pero poco a
poco se fue recuperando, aunque no del todo. La falta de alimentación en sus
años infantiles le impidió desarrollarse como Dios mandaba, y ahora a sus
cuarenta años, ventisiete años después
de que el capitán del navío le acogiera como un hijo seguía siendo de una
constitución excesivamente delgada.
El cariño que le profesó su padre
adoptivo no mitigó el dolor interno de sus primeros años, debido a las palizas
recurrentes de su progenitor cuando regresaba borracho casi todas las noches.
Esas heridas no sólo le había desfigurado el rostro sino que le habían dejado
cicatrices en su corazón, era un hombre acomplejado por su físico y de carácter
taciturno, pero no fueron motivos suficientes para anular su agudísima
inteligencia.
Instalado en Haití con la familia
del capitán, se aficionó a la pesca y aprendió a sumergirse en aquella aguas
cristalinas y ricas en pescado y cómo no en perlas. A los veintitres años había
conseguido una pequeña fortuna en el tráfico tanto legal como ilegal de
semejante joya. Era rara la persona de alcurnia o realeza que no quisiera
presumir de semejante tesoro.
A pesar de tener todo lo que un
hombre necesitaba para ser feliz, el caparazón donde se se había refugiado le
impedía ver la segunda oportunidad que le había brindado Haíti.
Pero la vida le iba a dar un giro
de 180º. Debido a la muerte repentina de su socio embarcó hacía Inglaterra, una
ruta que había evitado durante años, pero los negocios no perdona. A medida que
se iba acercando a las costas de Europa sentía la necesidad de volver a ver sus
orígenes así que avisó a la tripulación de que haría escala en Cork.
Echaron el ancla a dos millas del
puerto y se acercaron a la población
en dos barcas. Al descender Patrick y
todos los que le acompañaban observaron el gran tumulto de gente que se apiñaba
en el muelle.
¿Qué haces?- Dijo agarrando del
brazo a un niño que había intentado robarle. Notó lo escuálido que estaba a
través de la ropa. Miró a su alrededor y comprobó que no sólo era el crío -
¿Qué es lo que pasa? ¿Porqué hay tanta gente aquí? ¿Guerra?
-¿Pero de que mundo viene?, la
patata, la patata se pudre desde el año, pasado, La gente se muere de hambre,
hay muertos por las calles...
Empujó al niño y le hizo caer al
suelo, después le tiró una moneda que se apresuró rápidamente a recoger y
esconder mirando a un lado u otro por
si alguien le habia visto.
El niño esta vez le agarró de la
manga y le preguntó ¿No tiene nada para comer? Y esbozó una sonrisa Patrick se
dió cuenta que le faltaban la mayoría de los dientes. Miró a unos de los
marineros y le entregó un pedazo de pan, el niño se alejó.
Patrick se abrochó el abrigo de paño negro y se ajustó
hasta las cejas la gorra de plato, sintió que se le estremecían los huesos y no
era por el frio del aquel invierno del
1846, sino por toda la miseria que veía a su alrededor, y aunque conocía la
pobreza en los indígenas y mulatos de las Antillas, al mirar ahora a su
alrededor descubría su piel que fue blanquecina hacía tiempo y su pelo rojizo
en todas las caras que se volvían hacia él.
Consiguieron a duras penas salir
de aquel infierno, Patrick se dio cuenta de que si no regresaban pronto al
barco, quizás no lo hicieran nunca. Había visto y escuchado suficiente, cadaveres enterrados a menos de
un palmo de tierra, cuerpos en las cunetas abandonados, Y una gran probabilidad
de que se proclamara una epidemía, eso si no la estaban sufriendo ya.
Al montar en la barca se percató
de un bulto debajo de la loneta, se lo señaló a sus marineros y si les indicó que no dijeran nada. Una vez la
barca estuvo en la cubierta descubrió al plizonte dormido, aún agarraba
fuertemente un pedazo de pan.
A los cinco días estando en el
timón se le acercó el polizonte, lo encontró algo más relleno Le preguntó-¿Te
dan bien de comer?- Si señor muy bien , gracias, gracias.
-Ya te he dicho que no me las
tienes que dar.
Se quedaron callados mirando el
cielo cuajado de estrellas. Patrick observó que le niño se tragaba bocanadas de
aire y le preguntó-¿Qué haces?
-Sabe señor, mi padre también era
marinero y a menudo solía decir una frase que yo no entendía y ahora la
comprendo... Patrick se estaba acostumbrando a esos silencios que era como
invitándole a que le preguntara. Qué frase?
-Que en esta vida hasta la sal
puede tener un sabor dulce. -y el niño le cogió la mano, que esta vez Patrick
no rechazó
No hay comentarios:
Publicar un comentario