viernes, 20 de diciembre de 2013

Volver a casa, por José García


Iván descansaba con una humeante taza de café entre sus manos. Dentro de unas semanas hará un año que llegó como colaborador, en su condición de Ayudante Técnico Sanitario (ATS), al Centro de detención para migrantes en Saná, capital de Yemen. Cuantas veces pensando que lo había visto todo. Que nada podría ya, hacerle sentir dolor. Y desgraciadamente, casi sin tiempo para conmoverse, como si una fuerte bofetada impactara en su rostro, un nuevo drama humano le despertaba. Para mostrarle que no, que ese dolor es parte de su equipaje y que le acompañará en cada rincón olvidado del mundo.

Piensa en Aman, hacía algo más de una semana que había llegado al centro junto a una veintena más, todos etíopes. Apenas si había articulado palabra alguna. En su rostro y en la tristeza de sus ojos, de los que ni tan siquiera lagrimas le quedan por derramar, se le reflejaba el dolor y el sufrimiento. Un dolor que no solo es físico, pese al mal estado en que llegó (dedos rotos,  costillas rotas, las articulaciones molidas y tremendos hematomas por todo el cuerpo); sino interior, aquel que hiere y deja huella en lo más profundo del alma, en el orgullo, en la dignidad como persona y ser humano. Parecía que solo le aferrase a la vida aquella pequeña libreta, que apretaba contra su pecho y que no soltaba jamás.

Al octavo día, cuando Iván se acercó a Aman para atenderlo, observó su mirada perdida. Sus ojos parecían buscar algo que no hallaba. De momento estos quedaron fijos en los de Iván. Tras un breve instante, Aman alargó una de sus manos buscando las de Iván, mientras la otra seguía sujetando la pequeña libreta. Tras agarrarlas con fuerza depositó en ellas el pequeño tesoro que tan celosamente había guardado desde su llegada. Al hacerlo sus ojos se humedecieron y sin perderle la mirada los cerró. Sus facciones se relajaron, el sudor se enfrió y quedó sumido en un profundo y eterno sopor.  

Después de concluir con todo, al final de la jornada, Iván decidió ojear aquella libreta. En el interior, pegada en la tapa, había una deteriorada foto. Aunque esta parecía reciente, en ella Aman aparecía junto a una bonita joven y de dos pequeños; que en ese momento podrían contar con unos dos y cuatro años respectivamente. El resto estaba manuscrito y relataba una pequeña historia, aunque tormentosa e interminable para Aman.  

“Es viernes de la tercera semana del mes de mayo. Partimos de la ciudad de Weldiya, pequeña localidad situada entre las ciudades de Lalibela (conocida por sus iglesias talladas) y la populosa Dessei, con dirección a Yibuti. Una vez allí cruzaremos a la península Arábiga, en un primer momento a Yemen y posteriormente al destino elegido, Arabia Saudí.”

“Nos han convencido (las personas que nos guían), de los beneficios que obtendremos una vez lleguemos a Arabia Saudí, ganaríamos mucho dinero. Suficiente para satisfacer las necesidades de la familia y por supuesto la deuda contraída con ellos. Todo iba a ser fácil.”
“Hemos tardado casi una semana en atravesar las montañas que nos separan del desierto de Danakil. Soportamos lluvia y dormimos al descubierto durante las noches. Aunque esto solo era el preludio de lo que nos deparaba la travesía del citado desierto que ocupa parte de Etiopia y gran parte de Yibuti.”“El desierto de Danakil es un paraje inhóspito, en él soportamos temperaturas extremas en sus inmensas, áridas y sulfúreas llanuras.” 
“Por fin la costa y a un salto la península Arábiga, solo nos separa el estrecho de Mandeb, en la unión de Mar Rojo con el Golfo de Adén (Océano Indico).”
“Cuando conseguimos alcanzar las costas de Yemen nos esperaba una ingrata sorpresa. Hombres armados nos aguardaban para desposeernos de las pocas pertenencias que nos quedaban. Nos encerraron en un campamento, nos retuvieron, nos pegaron y nos robaron. Algunos no lo soportaron y encontraron la muerte.”  “Cuando al fin nos liberaron, convencidos que nada más podrían conseguir de nosotros, anduvimos errantes y tuvimos que mendigar para supervivir, esperando la oportunidad para entrar en Arabia Saudí.”
“Después de varios intentos lo conseguimos. Aunque faltó tiempo para que los soldados Saudís nos detuvieran, golpearan y abandonaran en el desierto. Tras tres días andando por el desierto, rotos, desanimados y hambrientos, llegamos a Saná. Nos dirigimos al Centro de detención y migración de la capital. Pedimos que nos detuvieran, al menos nos atenderían y nos devolverían a casa.”


Desgraciadamente algunos como Aman no lo consiguieron. Encandilados por el resplandor de una sociedad de consumo, donde todo parece fácil, quedan atrapados en una red de traficantes, mafias y gobiernos irresponsables, que se aprovechan de sus necesidades y sueños. Es lícito querer mejorar, luchar por alcanzar los sueños, pero sobre todo es primordial que lo hagamos en conciencia, como individuo y como integrante de un pueblo que tiene derecho a la libertad, igualdad y dignidad. Pensó Iván apurando el último sorbo de su taza de café.

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