Aldahir el
Rojo no fue siempre el marino de pelo rojizo, consumido por su mal carácter, y con
el ojo herido por una cicatriz del corazón.
En su juventud fue un joven atlético,
de trato amable, cuyo color de pelo pasaba desapercibido entre sus
congéneres hiperbóreos. Su nombre “reposo de caballos” tenía significado en
su pasado, pues amaba a aquellos
animales como a un igual. También amaba
el bosque oscuro y sagrado, amaba la tierra que pisaba: Glendalough.
Cómo un hombre de tierra se convierte en hombre de mar,
puede ser extraño y contradictorio. La explicación, de este cambio de rumbo, se
halla en un viaje de iniciación que se desvía del camino y termina en otro
puerto diferente. Se desvía, porque a
mitad del sendero encuentra un amor que
no espera, aunque en la sangre de la raza celta, esté escrito que “En Éire,
cada rey debe tener su reina, pues el hombre solo está completo cuando
tiene una mujer a su lado”.
El joven Aldahir en su
primer viaje en soledad, solo pretendía observar otros bosques, otras tierras,
otros caballos. Sin embargo, cuando llegó a Wicklow, lo primero que encontró en
aquel clan, fue a Muirgheal. Supo que la encontraron, años
atrás, en una barcaza varada en la orilla del Muir Éireaan, cerca del asentamiento de Wicklow, rodeada de cadáveres, supuestamente los
restos de su familia. Nunca supieron cómo aquella niña de piel blanca y
cabellera negra como la noche, había sobrevivido. La adoptaron y le pusieron Muirgheal “mar brillante” por el lugar donde
apareció y por el brillo de sus ojos y
su pelo.
Nada más verla, Aldahir
quedó subyugado bajo el poder de la oscuridad
de sus ojos y el resplandor de sus
cabellos. Esa joven era un enigma y muy diferente a las bravas mujeres de su
familia. Ella simbolizaba la delicadeza, la fuerza, la cercanía y al mismo
tiempo el misterio. Todo lo que un joven como Aldahir desconocía y quería conocer. Durante su
estancia en el clan de Wicklow, él se
olvidó de los bosques, de la tierra, de los caballos. Todo su tiempo y sus
sentidos eran para ella, estaba fascinado con la cadencia de su voz, con la
suavidad de su piel clara, con el olor de su cabello, con el sabor de su boca,
con la sinuosidad de su figura. Se dejó seducir por la historia que ella jamás
había contado a nadie, la de antes de llegar a aquella orilla. Aldahir fue el
primero en descubrir los anhelos de Muirgheal: cruzar ese mar que le arrebató a
su familia, sus orígenes, su vida y volver a su tierra.
El joven prometió cumplir
su sueño por ella.
Nunca había visto el
mar antes, creía que el agua calmada que disfrutaba con ella todas las noches, no
tenía peligro. Para él, el peligro en aquella playa, solo fue cuando Muirgheal,
jugando, le lanzó una pequeña piedra y le dio en el ojo. Aldahir
no era consciente de que existe un mar más violento que se traga a los hombres
y sus esperanzas. Así que se embarcó en su nueva vida de marinero inexperto. Su
valor y su deseo de volver para llevarse a Muirgheal, suplieron la ignorancia del muchacho.
Aquel primer viaje, que
pensó le llevaría unos meses, duró dos años. Cuando regresó a Wicklow no había nadie esperando. Ella se había
marchado en busca de su propio sueño. Aldahir no sospechó que había sido
abandonado y olvidado. Loco de esperanza, salió a buscar a Muirgheal.
Aquella búsqueda ya
lleva gastados veinte años de su vida. Entre batallas, conquistas, tesoros y
heridas, ha estado persiguiendo una ilusión. Ese largo trayecto vital ha convertido
al joven Aldahir, en el temible Aldahir el Rojo.
Con más de cuarenta
años se ha hecho al mar, como en su
infancia se hizo a la tierra. Es un hombre con riquezas, amo de su
propio barco, de su tripulación y famoso
como infatigable explorador y conquistador. Pero ni sus enemigos, ni sus pocos
amigos conocen que este bravo guerrero
tiene el corazón lleno de temores.
Esa pequeña cicatriz en
el ojo es el recuerdo constante de sus miedos. Miedo a enfrentarse a su propio pasado,
al bosque sagrado, a su tierra en Glendalough. Temor porque se olvidó de sí mismo y ahora es,
quién nunca quiso ser. Pánico porque traicionó
todo lo que era, todo lo que creía, todo lo que le enseñaron, para perseguir el
fantasma de una ilusión con cuerpo de mujer.
Muirgheal, cuya sola
evocación le recuerda que jamás pertenecerá otra vez a Éire, porque Aldahir el
Rojo es y será un hombre incompleto, para siempre.
Un hombre...Un hombre...Que persigue sus sueños no Será un hombre incompleto siempre por que es un hombre que busca Su Norte...Que busca su Cruz y la Sigue hasta ke la Encuentra entonces se realiza...pero Ke es un Hombre sin Sueños sin Aspiraciones es...es menos que polvo...mas le valdria a verse convertido em polvo del Kosmos ke no seguir su Crux...
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